Card Captor Sakura Fan Fiction ❯ Sombras del Pasado ❯ El Mensajero del Odio ( Chapter 5 )

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ISCLAIMER: Los personajes de CardCaptors Sakura y todo lo relacionado con ellos, pertenecen a CLAMP. La trama de Sombras del Pasado es propiedad de Inner Angel
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SOMBRAS DEL PASADO
Capitulo V: El Mensajero del Odio
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En mis sueños te veo,
hermosa niña de jade.
hecha de puro fuego
y agua del manantial.

En mis pesadillas te pierdo,
rota en mil pétalos
que vuelan al viento,
y que nunca podré juntar.
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Había un denso silencio en la habitación, que se encontraba iluminada tan sólo por las cálidas llamas de la chimenea, que arrojaban extrañas sombras danzantes sobre las paredes. Meyling caminaba de un lado a otro sin cesar, como si tratara con ello de llegar a alguna parte, o al menos a alguna conclusión de aquella larga conversación. Pasaba de la medianoche, y después de contarle todo a Eriol no se sentía mejor. Por el contrarío la angustia se renovó en su pecho.
"Entonces seguirá adelante con el plan". Eriol cortó el silencio y el incesante caminar de de ella.
"Así es, ya lo conoces, es demasiado testarudo, hasta los ancianos del Clan creen que es muy arriesgado, pero él no entra en razón... Tenemos que hacer algo Eriol, yo no me voy a quedar aquí con los brazos cruzados mientras Syaoran se sacrifica".
"¿Qué sugieres?", contestó Eriol más serio que de costumbre, sentado en su sillón favorito."¡No lo se!. ¡Tu eres la reencarnación de Clow, debes tener alguna idea de cómo detener a Fu-Chou!!!", estalló Meyling dejando que su desesperación por ayudar a su primo tomara el control de sus nervios. "Al menos tenemos que hacer a Syaoran entrar en razón y que tan sólo selle a los demonios como siempre se ha hecho".
Eriol comprendía bien los sentimientos de su amiga, pero sabía que esa era una batalla perdida, y mientras más pronto ella lo comprendiera y se resignara, sería lo mejor.

"¿Te das cuenta de lo que dices?. Aunque no me guste, Syaoran tiene por primera vez en la historia del Clan una verdadera oportunidad de acabar con la maldición para siempre".
"¡¿De qué lado estas Hiragizawa?!!!!", gritó histérica, "estamos hablando de la vida de Syaoran, esto no es uno de tus estúpidos juegos".
"Lo se bien...", contestó sin molestarse, "...pero tienes que entender que él hace lo que cree correcto como líder de su Clan, y ni yo puedo persuadirlo de lo contrario, pues ese es su deber. Además, tu sabes que el hechizo para sellar a los demonios tampoco ofrece garantías... el poder de Fu-Chou crece con cada reencarnación".
"Es cierto, pero no me voy a dar por vencida, tiene que haber algún modo de resolverlo, o de hacerlo cambiar de opinión al menos".
Una media sonrisa de amarga resignación afloró en los labios de Eriol. Tendría que ser duro con ella para hacerla entrar en razón de una vez.

"Todo lo que hagas, querida Meyling, será completamente inútil... y tu lo sabes".
"¿¡¡Qué!!!?"."Syaoran está en un punto sin retorno Meyling, aunque cambie de opinión ahora, el daño ya está hecho… ¿o acaso crees que él podría vivir sabiendo que su sacrificio fue en vano?, ¿crees que ella lo perdonaría...".
El grito que profirió Meyling no le permitió continuar.

"¡No me importa si lo perdona o no!!, yo no quiero ver como mi primo sacrifica su vida en nombre del Clan, no es justo, ¿qué no lo ves...?".
Eriol tan solo cerró los ojos, su semblante sereno. Permaneció inmóvil como inmerso en una profunda meditación. Esta vez el silencio de su amigo fue la única respuesta que obtuvo, un silencio vacío de las soluciones que ella tanto buscaba, pero con una sentencia que se hizo clara en el corazón de Meyling. Aunque se empeñara mil veces en negarlo, no había vuelta atrás para Syaoran, ni punto de retorno en sus planes.

Ya era muy tarde para arrepentimientos, el destino estaba en marcha.
Era evidente que no había nada más que decir. Meyling dio media vuelta y caminó cabizbaja hacia la puerta. "Me retiro a dormir, avísame si algo se presenta", dijo con dolor en su voz, mientras Eriol abría sus ojos solo para verla marcharse. ‘Es mejor así, debemos enfrentarlo ahora, pues nada bueno saldrá de todo esto’. Pensó entonces en el destino funesto que asechaba a sus amigos y se maldijo a sí mismo nuevamente por no poder hacer nada.

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"Es increíble que pueda dormir tan tranquilo con todo el peligro que se nos viene encima. Yo no podré pegar un ojo en toda la noche", dijo Sakura contemplando nerviosa al pequeño Kero roncar como locomotora sobre la almohada de Tomoyo.
"Déjalo descansar, después necesitará sus fuerzas cuando sea su turno de montar guardia. Ahora Yue y Ruby Moon están cuidándonos, nada malo va a pasar. Y tu también deberías descansar...", contestó Tomoyo con su típica sonrisa.

Después de la reunión Eriol tomó la decisión de que era mejor separase y ocultar sus auras para hacer más difícil que los mensajeros los encontraran. Por eso Sakura se quedó en casa de Tomoyo y Touya regresó a casa a poner al tanto a su padre. Mientras tanto los guardianes se turnaban en la vigilancia, listos para dar la alarma ante cualquier señal de los mensajeros.
"Te preocupas demasiado, tu eres la Cardmaster, la hechicera más poderosa del mundo. ¡Seguro que saldrás triunfante de todo como siempre!”.
La charla animada de Tomoyo esta vez no surtió el efecto esperado. "No lo se, esto es mucho más complicado que la captura de las cartas, sólo podemos esperar y defendernos, y yo quisiera poder ayudar más... No puedo deshacerme de esta sensación de que algo importante se me olvida, siento una opresión en mi pecho Tomoyo...".

La mirada de Sakura buscó apoyo en los ojos de su amiga, pero Tomoyo se dio vuelta fingiendo buscar algo en los cajones del tocador. "No vale de nada angustiarse más Sakura, lo que tiene que venir llegará así que hay que estar preparados. Vamos a dormir, mañana será un día muy agitado y tu tienes que reponer fuerzas".
"Si, supongo que tienes razón... buenas noches Tomoyo", dijo resignada al tiempo que se acurrucaba en la cama al lado de Kero.

"Buenas noches Sakura", contestó Tomoyo mientras apagaba las luces de la habitación y ocultaba sus ojos violetas empañados de silenciosas lágrimas.

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La noche típicamente tranquila de Tomoeda permitió a todos sus habitantes descansar, completamente ajenos a la noche de sangre que corría por los enormes terrenos de la Mansión Li en Hong Kong. Allí la lucha con los demonios mensajeros había comenzado casi inmediatamente después de la explosión que los liberó.
Los dos primeros mensajeros habían atacado simultáneamente en pleno centro de la ciudad. Los guerreros del Clan Li y de otros clanes amigos acudieron en seguida a neutralizarlos con éxito, aunque no sin la perdida de muchas vidas. Sobre todo de inocentes ciudadanos que se encontraron repentinamente atrapados en medio de una guerra mágica. Esta vez sería difícil para el Clan dar explicaciones a las autoridades de lo ocurrido y mantener oculto el secreto de la magia con tantos testigos a los que modificarles la memoria.
Pero mientras la batalla se desarrollaba en la ciudad apareció el tercero, el Mensajero del Odio, que aprovechó la debilidad de las defensas de la Mansión Li para atacar. Las primeras defensas no pudieron resistir mucho y hacia horas que los últimos habían caído. Ya sólo quedaban los sellos mágicos de la mansión que impedían la entrada del demonio, aunque estos no resistirían mucho tiempo más.
Date prisa hijo’, pensaba angustiada la poderosa matriarca Yelan mientras se alistaba con sus hijas a enfrentar la inminente caída de la última protección. La batalla aquí había resultado terrible. Todos los guerreros del Clan estaban muertos… muertos por su propia mano, pues esa es la maldición que lleva consigo el tercer mensajero. Su poder se extiende hacia los corazones de sus enemigos llenándolos de un odio irracional, convirtiéndolos en asesinos de sus propios compañeros de armas, hasta que no queda ninguno en pie.
Ese fue el panorama que recibió a Syaoran y a Ryu, líder del Clan Feng, a su llegada a la mansión junto con los guerreros sobrevivientes de la batalla en la ciudad. Una visión apocalíptica, con un campo regado de sangre, lleno de los cuerpos sin vida de amigos y familiares; tal era el trabajo de la maldición que asechaba a los Li desde hacia varias generaciones: el exterminio de todos los relacionados a la magia de Clow y de todos los que se interpusieran en el camino hacia el control total del mundo mágico.
Era una noche sin luna y caía una ligera llovizna. Estaba oscuro, sin embargo podía verse claramente como sus puños estaban cerrados, los nudillos blancos por la fuerza con que los apretaba, cortando la circulación de sangre a sus dedos. Su cuerpo estaba temblando ligeramente en el esfuerzo por contener la furia e impotencia ante el morboso espectáculo dejado por el mensajero.

"¡Maldito Fu-Chou, me las vas a pagar!!!!", gritó Syaoran al tiempo que junto con los demás emprendía la carrera hacia la Mansión.
Y allí lo encontraron, golpeando las enormes puertas de entrada con su báculo, el cual emitía una energía visible de color negro azulado y que azotaba sin parar la mansión buscando debilitar sus sellos protectores. El Mensajero del Odio tenía el aspecto de una sombra humana, sin rostro y con una cabellera larga y negra que se envolvía alrededor de su cuerpo como si fuera un manto protector.
Syaoran no perdió tiempo, y de inmediato extendió la legendaria espada del Clan Li frente a su rostro, tomándola por sus extremos con ambas manos: "¡Dios del viento ven a mí!!", gritó y enseguida del arma surgieron fuertes ráfagas de aire que envolvieron al demonio, alzándolo por los aires y arrojándolo lejos de su objetivo. Pero el ataque lejos de hacerle daño no logró otra cosa más que enfurecerlo. El mensajero se puso de pie de rápidamente y golpeó el suelo con su báculo, haciendo surgir de él ondas de energía obscura que se expandían en todas direcciones como olas de agua en un estanque, emitiendo cada una distintas notas disonantes.
"¡Cuidado, no dejen que los toque!", gritó Ryu por encima del ruido, al tiempo que con su arco creaba un campo de energía que lo protegió a él y a algunos de sus compañeros de Clan. Syaoran apenas tuvo tiempo de protegerse también, pero otros no fueron tan afortunados. Al menos seis guerreros fueron golpeados directamente por las ondas y enseguida sus ojos se tornaron rojos, como inyectados de sangre y comenzaron a atacar a sus compañeros más cercanos.
Pronto la situación fue un caos, amigos luchaban uno contra otro en una danza macabra que era acompañada por la risa siniestra del Mensajero del Odio, el cual no ocultaba su deleite ante el espectáculo. Pero lo peor era que no había forma de romper el hechizo bajo el que eran controlados. Una vez que se es víctima de la magia de los Mensajeros es imposible volver.

Así es que sólo quedaba una alternativa.

Sacrificarlos.

Pero Syaoran no tenía tiempo para lamentarse. Corrió a toda velocidad y con un salto bajó su espada en un arco mortal directamente sobre el Mensajero, cortando en seco su risa. Las chispas saltaron en todas direcciones producto del contacto entre báculo y espada. Este Mensajero a diferencia de los primeros tenía ciertas habilidades de combate y no sólo se escudaba en las víctimas de sus poderes.
Syaoran continuó golpeándolo con todas sus fuerzas pero todos sus movimientos eran hábilmente bloqueados. Durante varios minutos ambos siguieron luchando. Syaoran estudiaba con cada golpe los movimientos de su oponente en busca de una debilidad, y la encontró. Aprovechando una pequeña brecha en sus defensas atacó directo al brazo izquierdo del Mensajero abriendo una profunda herida y obligándolo a soltar el báculo.
Se separaron entonces de un salto, Syaoran en posición de ataque, de cuclillas frente a su oponente, el cual retrocedió unos pasos y pareció por un momento desconcertado con el ataque certero del joven delante de él. Pero pronto se recobró, irguiéndose y extendiendo delante de sí su brazo lastimado.

La herida no sangraba, por el contrarío comenzó a cerrarse lentamente ante la mirada atónita de Syaoran. Un descuido momentáneo que aprovechó el mensajero para contraatacar. Su larga cabellera negra se desenrolló de su cuerpo como si fuera una enorme serpiente y salió disparada en dirección de Syaoran, envolviéndolo completamente y dejándolo inmóvil.
"¡Maldito!... ahhhhggg". No alcanzó a decir más, de sus ataduras surgían fuertes descargas de energía que debilitaban su cuerpo. Por más que intentaba liberarse no lo conseguía y la fuerza con la que era apretado lo comenzaba a asfixiar.
Las descargas cesaron y una risa macabra cortó de nuevo el aire nocturno.

"No tienes escapatoria, ríndete ahora Líder del Clan Li y tu muerte será rápida". La mirada de Syaoran se volvió más determinada que nunca. "Necesitaras más que estos trucos para acabarme".

Con la espada aun en la mano logró mover su muñeca lo suficiente para cortar parte de sus ataduras, entonces su aura de un profundo color verde, se hizo visible y como un escudo comenzó a expandirse a su alrededor desgarrando el resto de sus ataduras hasta liberarse. Un grito de dolor salió del mensajero, cuyo cabello yacía en pedazos por todas partes, agitándose con vida propia y arrastrándose en todas direcciones, como tratando de volver a conectarse con su amo.
"¡Idiota… Debiste rendirte cuando pudiste… ahora lo pagaras!", gimió el mensajero hecho una furia y con un rápido movimiento se lanzó por su báculo que se encontraba tirado a poca distancia. Justo cuando estaba a punto de tomarlo, una flecha ardiendo en un fuego azulado se clavó en su mano haciéndolo retorcerse de dolor.
"Deja de jugar amigo y acábalo ya", dijo Ryu con el arco aun en su mano y una media sonrisa de seguridad en su rostro. Syaoran sólo asintió por respuesta y colocando su espada a la altura de sus ojos gritó: "¡Dios del Trueno, ataca!!!".
El cuerpo del mensajero se contorsionaba bajo las terribles descargas eléctricas que lo azotaban. Cuando cesaron Syaoran ya estaba encima de él, y sin mayores preámbulos bajó su espada y la clavó directamente sobre el lugar donde los humanos tienen el corazón.
Un horrible chillido salió de la criatura, cuyo cuerpo comenzó a desintegrarse como si fuera hecho de polvo y arena, mientras que del lugar donde se clavó la espada un humo pútrido y denso salía de los restos y se elevaba hasta perderse de vista en la negrura de la noche.

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"La batalla ha sido más terrible de lo que imaginaba, hemos perdido a muchos hermanos y apenas han venido tres mensajeros", se lamentaba Yelan ante el Concilio de emergencia que había sido reunido en la mansión Li para dar cuenta de la situación y de los daños sufridos hasta el momento.
"Así es", dijo el más anciano de los patriarcas del Clan, que presidía la reunión sentado al frente del enorme salón, con los otros tres patriarcas a su lado. Los representantes de otros clanes miembros del Concilio también estaban presentes.

"Este es sólo el comienzo de la maldición, aun más muerte ha de venir antes del final, que sus almas encuentren el camino", todos bajaron la mirada en señal de respeto por los muertos pasados y los que aun estaban por venir.
"Pero no hay tiempo de lamentarse ahora", continuó después de un breve silencio, "¿qué se sabe de los mensajeros restantes?”.
Syaoran tomó entonces la palabra. "Quedan dos por eliminar, el Mensajero de la Oscuridad y el Mensajero de la Sangre. No hemos tenido señales de su presencia aquí, así que es de suponer que estos deben dirigirse a Japón en busca de los demás miembros del legado".
"Si, así debe ser", asintió el patriarca, "pero ¿podrán ellos arreglárselas solos?, es vital que salgan bien librados del ataque en función de nuestros planes".
"Confío en que todo saldrá según lo previsto. De todas formas en las condiciones en la que nos encontramos ahora no será posible enviarles ayuda", dijo firmemente Syaoran, sin que en su semblante se reflejara ninguna emoción. "Hiragizawa está preparado y sabe bien cual es su misión, a toda costa mantendrá a la Cardmaster segura y con vida hasta la batalla final con Fu-Chou"."Muy bien, entonces sólo queda preparar nuestras defensas para el próximo ataque...", continuó diciendo el venerable anciano, repartiendo instrucciones y coordinando los planes de defensa con los representantes del Concilio, pero Li Yelan ya no le prestó ninguna atención a sus palabras. Su mirada estaba clavada en su único hijo, y sus pensamientos muy lejos de allí, en Japón, donde la joven Cardmaster dormía ajena a su verdadero papel en esta guerra.

"La última esperanza donde ya no queda ninguna".

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INNER ANGEL