Slayers Fan Fiction ❯ Ruu Miko ❯ Capítulo 1 ( Chapter 1 )

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Capítulo 1
 
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Los personajes de Slayers le pertenecen a Hajime Kanzaka.
 
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El mar estaba sereno, las aguas reflejaban los últimos rayos del atardecer en un glorioso despliegue de rojos y anaranjados sobre un destellante mar de oro mientras la barcaza se deslizaba tranquilamente sobre las enrojecidas aguas. Un marino se acercó a la figura que, sujeta apenas de la soga que cruzaba desde la punta misma del barco hasta el mástil principal, observaba la puesta de sol.

“Capitán, mañana estaremos en posición para atacar el barco.” El capitán del barco no volteó para responderle, conocía la voz de todos los marinos. Aquel era su barco y aquella su tripulación y en conjunto eran el grupo más temido en todos los mares conocidos. Bajó la cabeza en señal de que meditaba. En realidad sólo ocultaba levemente la excitación que le provocaba saber que pronto estarían en acción. Si había algo sobre el agua que pudiera traerle alegría era el oro y la acción y pronto tendría ambos.

“Bien… ¿Está todo listo como lo ordené?” Preguntó mientras la brisa marina agitaba sus largos cabellos que tan sólo sujetos por el negro sombrero de aristocrático corte que portaba una sedosa pluma roja como toda seña.

“Sí, mi capitán.” Respondió el marino con respeto.

“Perfecto. Trae mi comida.” Le ordenó aún con la mirada perdida en el horizonte. El marino se retiró y el capitán se dirigió a su camarote para esperar lo que el cocinero habría de enviarle. Pero tenía la seguridad de que sería algo apetitoso, siempre se aseguraba que su barco llevara comida fresca.

Se reclinó en el borde de la ventana abierta que había en su camarote, observando cómo se desvanecían rápidamente los últimos rayos del sol. Los colores se reflejaban nítidamente sobre el lustroso y rojizo cabello del capitán, los mismos que le habían dado el legendario nombre con el que eran conocidas sus más temerarias hazañas. Ruu Miko.

“Ahh… hermoso.” Suspiró y comenzó a repasar nuevamente el plan de ataque que tenía para el barco que cruzaría el día siguiente aquella ruta. Sus ojos brillaban semejando chispas de fuego al pensar en el botín que adquirirían. El barco que iban a interceptar era un supuesto barco mercante. Pero el capitán sabía más que eso… Era un barco reconocido por su tráfico de esclavos, así como otras mercaderías de origen dudoso.

La puerta se abrió y dos marineros cargados al extremo con bandejas y platos entraron al camarote. Los ojos del capitán se iluminaron y se sentó en su escritorio viendo cómo los hombres destapaban las bandejas.

“¡Comida!” Y comenzó a engullir como si fuera el último día de su existencia.

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El barco mercante Furendoshippu, surcaba apaciblemente las olas. Su gentil apariencia delataba muy poco de lo que ocurría en su interior. Si bien sobre cubierta todo era tranquilidad, en el fondo del barco se escuchaban gemidos y sollozos. El ocasional ruido de cadenas acompañaba la total oscuridad.

La puerta que daba a las celdas donde eran mantenidos los esclavos se abrió y por ella entró un marinero con una lámpara que iluminó el interior mostrando hileras de esclavos encadenados. El extraño vaivén de la luz confirmó que estaba totalmente ebrio. Observó por largo rato a los esclavos y finalmente se decidió por uno cuyos cabellos eran largos como los de una sirena, hecho que a mala hora llamó la atención del hombre.

“¡Tú! Vendrás conmigo esta noche.” Gruñó y se dispuso a sacarlo del lugar.

El esclavo abrió los ojos llenos de terror y trató de alejarse de la asquerosa mano que intentaba alcanzarlo pero en vano, las cadenas no le permitían mucho movimiento. Intentó soltarse pero prontamente fue tomado del cuello y sintió faltarle el aire. Con un leve gemido se dejó caer de rodillas, incapaz de defenderse a causa de las cadenas. Cuando el contrabandista sintió que el esclavo se volvía sumiso soltó la presión en su cuello y le dio un fuerte tirón en dirección a la puerta.

“Muy bien… ahora camina.” Lo arrastró más que permitirle caminar. El esclavo apenas llevaba unos pantalones muy sucios que no le ayudaban en los momentos más fríos del interior de la celda. Sus largos cabellos estaban igual de sucios, los ojos aguados y las costillas se podían contar fácilmente. El esclavo era inusualmente alto y había en su porte algo que lo distinguía del resto, era obvio que en su momento había pertenecido a la nobleza de algún país. El marino lo arrastró con más violencia al irse acercando a los camarotes del piso superior.

Fue arrojado al interior y la puerta fue cerrada. A la luz del camarote se podían ver los golpes y magulladuras que tenía el infeliz y que lo seguramente harían que su precio bajara en el mercado. Pero el marino estaba completamente borracho y en esos momentos poco le importaba el precio de su presa. En esos momentos lo que le importaba era que la esbelta figura y los largos cabellos le recordaban sus encuentros con las prostitutas del último puerto donde habían atracado. Hacía mucho que se habían echado a la mar y el vino tan sólo había logrado sulfurar sus más bajas pasiones.

“Ahora te portarás bien conmigo.” Gruñó el marino muy cerca del rostro del esclavo. Los ojos del joven encadenado se llenaron de un súbito fuego y su cuerpo tembló de una ira que no había sentido en días a pesar de su encierro. Más por instinto que por coherencia golpeó el rostro del marino que cayó de espaldas provocando un enorme escándalo al cual no tardaron en acudir algunos de sus compañeros.

“¡Maldita prostituta! Te voy a enseñar modales.” Y entre todos lo llevaron a rastras a cubierta donde la insipiente luz de la mañana comenzaba a iluminar el horizonte marino. Por primera vez en muchos días el esclavo sintió la brisa fresca en su rostro. El alivio fue corto pues fue arrojado al suelo por los marinos que ataron sus manos a una cuerda para luego tirar de ella con brusquedad, izándolo cual si fuera una bandera hasta que sus pies descalzos apenas tocaban el suelo. Sólo entonces se podía adivinar lo alto que era el joven prisionero y sus facciones finas y bondadosas a pesar del maltrato al cual estaba siendo sometido.

El marino borracho tomó una cuerda, deshaciendo los cabos y amarrándole unos pequeños garfios hechos de huesos de pescado. Todo esto lo hizo frente a los ojos del esclavo mientras sonreía con crueldad. Luego, tambaleándose aún por el alcohol en su sangre, se puso a espaldas al infortunado.

El primer azote lo hizo gritar de dolor mientras los demás marinos reían estruendosamente. Otro latigazo y otro, los garfios lacerando la espalda del joven. Pronto la expansión de piel comenzó a enrojecer, no sólo por los golpes sino por la cálida sangre que bajaba por la espalda del esclavo, manchando también la madera de la cubierta.
 
Los latigazos continuaron y también sus gritos desesperados. Era obvio que no estaba acostumbrado al cruel trato, menos aún a los latigazos. Pronto sintió que la vista se le nublaba y que todo iba perdiendo su color. Sabía que pronto perdería el conocimiento y no le molestaba, al contrario, con su inconsciencia también vendría la insensibilidad al dolor. Con todo, tenía el presentimiento de que aquella inconsciencia lo llevaría mucho más allá que un simple desvanecimiento. Era como una certeza que se hacía más real con el frío de sus extremidades. Estaba perdiendo sangre, el líquido vital de la vida. Nunca había perdido tanta sangre y sabía que si sobrevivía a los latigazos, tal vez no resistiría el periodo de recuperación, especialmente si una infección se apoderaba de sus heridas, cosa de la cual estaba seguro dadas las condiciones en que se mantenía a los esclavos. No… lo mejor sería dejarse ir hasta el otro lado y regresar a los brazos de la Señora de las Pesadillas.

Un fuerte cañonazo se escuchó retumbar a lo lejos, un suave silbido y de repente una tremenda explosión mientras parte de la cubierta se hacía trizas bajo el impacto de una bala de cañón que continuó hasta salir por un costado del barco.

“¡Nos atacan, estamos bajo fuego, capitán!” Gritaron los hombres en cubierta presas del pánico.

De inmediato se olvidaron del esclavo, que permaneció colgado y aparentemente muerto.

La ágil fragata que atacaba se deslizó sin dificultad sobre las olas, llevada por el viento y alcanzando la pesada nave mercante. Un par de cañonazos y la fragata se puso a nivel del barco. De inmediato fueron lanzados cables tensores que con enormes garfios la aseguraron a un costado de la nave. Los piratas gritaron fieramente y comenzó el abordaje. Una pequeña figura saltó de una proa a la otra, espada en mano mientras la nave mercante se estremecía bajo el ataque. Sus rojos cabellos ondulaban salvajes y sus ojos refulgían con la excitación del momento.

Los marinos del barco mercante perecían rápidamente dado el estado de ebriedad en que se encontraban. El capitán del Furendoshippu se abalanzó sobre la pequeña figura que sabía era el capitán de la fragata. Le aventajaba en tamaño y confiaba en que podría vencerle, pero si bien era más grande, su propia habilidad no dejaba mucho qué desear por lo que sucumbió al ataque de la figura en aparente desventaja.

“Maldito demonio.” Escupió el capitán del Furendoshippu aún cuando le era dolorosamente evidente que era él quien había quedado en desventaja.

“Ne, me han llamado muchas cosas pero demonio es la primera vez.” Sonrió el pirata con arrogancia.

“Hiretsukan. ¿Quién eres?” Preguntó con un gruñido.

La figura se acercó colocando su espada contra la garganta del hombre arrodillado y el capitán del Furendoshippu pudo ver de cerca sus facciones. Sorprendido por lo que veía abrió los ojos cuan grandes eran antes que el pirata hablara.

“Soy la Ruu Miko.” Dijo quitándose el sombrero y seguidamente sonrió mostrando un blanco colmillito además de un rostro decididamente femenino.

El capitán del Furendoshippu se quedó en blanco unos segundos antes de reaccionar, con tan mala suerte que al hacerlo selló su sentencia de muerte con un simple comentario.

“Para ser mujer eres más plana que una tabla.” Dijo sinceramente sorprendido.

La figura comenzó a temblar llena de furia, un aura roja la envolvió como si el fuego la estuviera consumiendo, sus cabellos flotaron con la energía acumulada y de repente…

“¡Bola de Fuego!” Y el capitán del Furendoshippu no fue más que un simple recuerdo.

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Los tripulantes del Ryuu Dorei inspeccionaron el interior del barco mientras que el capitán inspeccionaba la cubierta. Sólo entonces pudo prestarle atención al joven que colgaba de una cuerda cerca del mástil principal de la embarcación. Parecía estar muerto y con todo, su aspecto le llamaba la atención fuertemente. Sus cabellos refulgían al sol como oro aún cuando estaban sucios y su pálido rostro parecía dormido inclinado sobre su pecho. Rodeó la figura y se horrorizó al descubrir las profundas heridas y la sangre coagulada sobre ellas. El olor era insoportable, sudor y sangre, corrompidos. Sintió lastima, quizás si hubieran llegado un poco antes…

“Eres como un ángel al que le han arrancado las alas.” Musitó dando nuevamente la vuelta.

Se consoló pensando que al menos aquel ángel sin nombre recibiría todos los honores que en vida no había recibido. Con un certero golpe cortó la soga que lo suspendía haciendo que el cuerpo cayera abruptamente. Fue el golpe el que le arrancó un último quejido al flagelado prisionero. La sorpresa la mantuvo en su lugar unos segundos antes de apresurarse y acuclillarse al lado del cuerpo para comprobar que realmente estaba vivo. El débil pulso que encontró en el cuello fue suficiente para comprobárselo. Aún sorprendida se levantó y le gritó a sus hombres para que lo llevaran de inmediato al Ryuu Dorei.
 
Los dirigió a su camarote y una vez allí se dio a la tarea de lo imposible, robarle a la muerte su presa.

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Gourry ardía en la fiebre producto de los latigazos que había recibido a bordo del barco mercante. En su mente deseaba que toda aquella pesadilla terminara y que la calma de la muerte lo rescatara pero parecía que la muerte huía a propósito de sus intentos por alcanzarla. La sed se le hacía insoportable y en su delirio lo torturaba con mayor fuerza. Tuvo en algún momento la idea de estar descansando sobre una suave cama, tendido boca abajo, pero no podía realmente ver dónde se encontraba.
 
No supo cuándo pero finalmente comenzó a tener una mejor noción de la realidad. Entonces deseó regresar a la inconsciencia pues el dolor era insoportable en su cuerpo magullado.

Al principio se quedó muy quieto, esperando no alertar a sus captores pero cuando se le hizo evidente que estaba sobre una cama toda su calma se fue por la alcantarilla. No podía ser que estuviera en el camarote de alguno de esos sucios marinos mercantes.
 
Quiso moverse pero el dolor le hizo cambiar de parecer. Quizás estaba en peligro pero su cuerpo se negaba a dejar la suave cama y mientras no escuchara voces o sintiera movimiento a su alrededor disfrutaría de la calma.
 
Abrió los azules ojos sin poder enfocar adecuadamente, era demasiado difícil moverse aunque fuera ínfimamente por lo que girar la cabeza no era una opción. Se quedó así en la cama por largo rato, sin notar las veces que casi volvía a quedar dormido. No fue hasta mucho tiempo más tarde que tuvo la sensación de no estar sólo y sus sospechas se confirmaron al escuchar un par de pasos al lado de donde se hallaba. Su pánico se duplicó cuando unas manos se posaron sobre su espalda y trató de alejarse. Tan sólo atinó a emitir un gemido pues todo su cuerpo gritaba de dolor.

“Shhhh… Tranquilo, no te haré daño.” Escuchó una suave voz a su lado.

“¿Quién eres?” Susurró débilmente sin abrir los ojos.

“Alguien que desea ayudarte. Ahora permíteme concentrarme.” Pudo sentir una suave oleada de bienestar desde su espalda al resto de su cuerpo. Dejó caer la cabeza por completo sobre la almohada y un suspiro de alivio fue lo último que escuchó su benefactor.

La Ruu Miko se reclinó levemente en su asiento. El cansancio se había apoderado de su cuerpo luego de dos días completos tratando de sanar las profundas heridas del hombre que se hallaba en su camarote y que había rescatado del Furendoshippu. Seguramente iba a ser vendido como esclavo al igual que los otros que habían rescatado, porque en cuanto llegaran a puerto seguro los dejarían libres.
 
Luego de ver las condiciones en que habían estado viajando los hombres y mujeres atrapados en el fondo de la embarcación ordenó a sus hombres que hundieran aquella pesadilla flotante. Descargados los tesoros y rescatada la gente la embarcación no le valía nada. A los hombres del Furendoshippu los había evaluado y ninguno había sido hallado digno de pertenecer a su tripulación por lo que… tendría la satisfacción de venderlos como esclavos, otorgándoles la suerte que le iban a imponer a sus otros tripulantes.
 
En esos momentos se dirigían a la Isla Refugio donde tenían puerto seguro para atracar y donde podrían cumplir su promesa de liberar a los prisioneros y también vender a la tripulación. Lo único que lamentaba era que no había quedado nada del capitán para desquitarse.
 
Se sentía totalmente agotada pues el hechizo que había utilizado en el hombre le había drenado gran parte de su energía física. Sin embargo, pensó, había valido la pena. La piel bajo sus manos estaba prácticamente libre de cicatrices, como si nunca nada la hubiera tocado aunque aún se notaban un poco las costillas, podía darse cuenta que era una espalda agradable a la vista.
 
Por esta vez, el joven yacía sumido en un sueño apacible y eso la confortó. Satisfecha con su trabajo llamó a uno de sus hombres y pidió un gran banquete para reponer fuerzas.
 
Luego del banquete y de un merecido descanso regresó a su contemplación del desconocido. Se había ocupado también de limpiarle los cabellos y probablemente había visto más de lo que la decencia dictaba que era propio, pero no sentía remordimiento alguno. No cuando luego de limpio y bien atendido los cabellos brillaban como el oro bajo la luz que se filtraba por la ventana. El rubio dormía plácidamente, de tal forma que prácticamente le parecía un ángel.
 
Heaven must be missing an angel `cause you are here with me
 
“El cielo debe haber perdido un ángel.” Susurró, pero el murmullo fue suficiente para despertar al convaleciente.

“¿Dónde estoy?” Preguntó algo aturdido y amodorrado sin notar de buenas a primeras que podía moverse mucho mejor.

“A bordo del Ryuu Dorei, mi barco.” Respondió con cautela.

Por unos instantes el hombre se le quedó mirando desde su posición. Era obvio que estaba aún confundido y no lograba hilar los eventos de los últimos días.

“¿Qué sucedió, cómo llegué aquí?” Preguntó el rubio con suavidad y la pirata sonrió abiertamente.

“Te rescaté del barco mercante, colgabas de una soga.” Fue la simple respuesta.

“¿Eres el capitán de este barco? Pareces muy joven…” Observó con cierta timidez que a la pelirroja se le hizo adorable.

“Corrección, soy la capitana. Lina Inverse.” Los ojos del hombre se llenaron de sorpresa.

“Ruu… Miko…” La mente de Gourry se disparó en alarmas. Era imposible, no podía estar vivo si se hallaba en el barco de la temible pirata, la Ruu Miko. No muchos sobrevivían los ataques de la avariciosa mujer y aquellos que lo hacían sólo contaban historias fantásticas o la tildaban de bruja.

“Vaya, veo que me conoces entonces.” Sonrió Lina con satisfacción. “¿Cómo te llamas?”

“Gourry…” Lina aprovechó entonces para acercarse un poco más al rubio. Su figura, aunque pequeña, parecía dominar todo el espacio.

“Gourry… Bueno, Gourry, tan pronto atraquemos en alguno de los puertos en tierra firme puedes hacer lo que gustes, lo mismo para el resto de los prisioneros del barco mercante. Haber sobrevivido a ese infierno es más que suficiente castigo, L-sama lo sabe.” Dijo con firmeza.

Gourry la observó unos momentos. Cuando la vio por primera vez podía haber jurado que se trataba de un muchachito, uno con muy malos modales. Pero ahora que sabía lo contrario encontraba difícil creer que fuera una mujer. Si la miraba detenidamente más bien le parecía una chiquilla. No podía imaginar a la menuda jovencita comandando a rudos hombres de mar, especialmente aquellos hombres de mar.

“Gracias…” Le soltó Gourry de repente. Lina sonrió, hizo un signo de victoria como simple despedida y salió del camarote dejándolo sólo. Al poco rato entró uno de los hombres del barco con algunas bandejas de comida para el inesperado huésped de la capitana.

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El Hanzoku se alejaba de los restos del barco que acababa de atacar y el capitán observaba el esqueleto de madera hundirse. Sus impasibles ojos dorados no mostraban señales de emoción alguna y sus cabellos acuamarinos ondulaban suavemente a sus espaldas. Cansado de la escena se dirigió a su camarote donde le esperaban dos de sus distinguidas prisioneras.

“¡Paireetsu, exijo una explicación para semejante barbarie!” Gritó una de las prisioneras. Su porte denotaba que pertenecía a la nobleza. Sus cabellos rubios como el oro estaban arreglados en un elegante moño con rizos y bucles que no habían perdido su forma a pesar de la encarnizada lucha entre ambos bandos. La otra prisionera, aunque un poco más callada, también se notaba sumamente indignada. Sus ojos de un azul intenso estaban arrasados en lágrimas mientras que sus cabellos estaban recogidos en un moño similar al de su compañera pero menos ostentoso.

El pirata sonrió ante la explosión de la rubia. “¿Mi Lady, qué modales son esos para tan distinguida dama?” Respondió el hombre con una sonrisa socarrona que sólo logró enfurecer a la rubia.

La mujer se limitó a morderse los labios con furia mientras que la otra joven se adelantó y haciendo un supremo esfuerzo por controlar las lágrimas se dirigió al pirata.

“Es evidente que estamos en una posición muy desventajosa y nos sentimos muy preocupadas por nuestro futuro en sus manos. Si al menos pudiera comentar sus planes con nuestras personas quizás nos sentiríamos un poco más aliviadas.” Todo lo dijo en un respetuoso tono, dirigiéndose al pirata y confirmándole su habilidad diplomática.

El pirata hizo una leve reverencia. “Princesa Amelia, es grato poder conversar con alguien tan hermosa e inteligente como usted…” La joven se mostró algo sorprendida pero no duró demasiado. El pirata le hizo entonces un gesto para que se sentaran y la princesa obedeció, su compañera al contrario, permaneció de pie.

“¿Embajadora Ul Copt, nos haría el honor de acompañarnos?” La mencionada hizo un evidente gesto de disgusto pero ante la mirada de la princesa accedió prácticamente a regañadientes. “No pretendo hacerle daño a tan distinguidas damiselas, al contrario, considérense huéspedes de honor a bordo del Hanzoku, mi humilde barco.” Aún cuando el capitán les hablaba con voz sedosa, sus palabras parecían estar cargadas de una velada amenaza.
 
“Huéspedes forzados…” Murmuró entre dientes la Embajadora.

“Ahh… huéspedes.” Repitió. “No es como que puedan abandonar el barco cuando nos encontramos navegando tan lejos de tierra firme.”

“¿Cuándo podrá su merced hacernos el favor de dejarnos en tierra firme?” Aventuró la princesa.

“Atracaremos en tierra firme en el momento en que reciba la recompensa por devolver a sus Majestades sanas y salvas.” Hizo énfasis en la parte de sanas y salvas. La princesa bajó el rostro ensombrecido.

“Maldito…” Filia apenas podía contener su furia. Se puso de pie con la intención de golpear al pirata. La princesa reaccionó de inmediato sujetándola.

“Lady Filia, por favor, no haga enojar a nuestro estimado capitán.” Dijo resueltamente la morena de ojos azules que era la princesa de Seiryuun.

“Vaya, vaya… Sus modales no son precisamente los de una Embajadora tan importante. Cualquiera pensaría que el embajador no la ha educado correctamente.” Sonrió maliciosamente el pirata.

“El embajador estará tras su pista capitán, mucho antes de lo que pueda saber y yo me deleitaré viendo cómo lo clava al mástil con su espada.” Los azules ojos de la Embajadora brillaban con un maligno resplandor y la princesa se le había quedado viendo horrorizada.

“Ya veremos quién queda sobre el mástil, mi lady. Mientras tanto, permítanme mostrarle sus camarotes.” Dijo seriamente el pirata.

Salieron del camarote del capitán y varios hombres las escoltaron. El barco en su interior era muy lujoso. La primera habitación le fue asignada a la Embajadora, quien entró con la cabeza muy en alto, tras lo cual, los hombres aseguraron la puerta.

El pirata escoltó a la princesa a la segunda habitación. Al entrar se percató que era mucho más espaciosa que el camarote del capitán, y mucho más lujosa. Al fondo de la misma había una especie de jaula de hierro, cubierta con unas cortinas en un azul muy oscuro y borlas doradas.

“¿Qué es eso?” Preguntó curiosa la joven.

“Ahh… es mi mascota princesa.” Comentó el pirata. “Le aconsejo que no se acerque demasiado, es un tanto… salvaje. Por lo demás, mientras no se le moleste no hay problema alguno.” La princesa asintió.

“Espero que la estadía en este barco sea de lo más agradable para su Majestad. Lamento tener que cerrar los cuartos, pero es más por su seguridad que por no permitirles salir. No es seguro que dos hermosas damiselas se paseen entre lobos de mar.” Y se dispuso a marcharse.

“Ahhh, capitán…” Llamó la princesa.

“¿Sí, su Alteza?”

“¿Cuál es su nombre?” Preguntó tímidamente. El capitán lo pensó unos segundos.

“Puede llamarme Val si su Majestad lo desea, Capitán Val o simplemente Val. Que tenga un buen día.” Y haciendo una profunda reverencia salió del camarote.

“Igualmente, Capitán Val.” Y la puerta se cerró.

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