Yu-Gi-Oh! Fan Fiction ❯ El Amor Después ❯ Mar Adentro ( Chapter 26 )

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Disclaimer: al César lo que es del César, YGO no es mío.
Pairings: JxS
Warnings: yaoi y derivados
 
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EL AMOR DESPUES.
 
 
Capítulo 26. Mar Adentro.
 
 
-¿Puedo pasar? -tocó Mokuba en la puerta de su hermano para abrirla un poco- ¿Seto?
-Adelante, Mokuba.
 
El adolescente entró en la recámara; Seto estaba de pie ante el espejo, acomodando los pliegues de su traje y revisando sus accesorios. Cuando Mokuba apareció en el reflejo, le miró a través de éste y se dio vuelta.
 
-Mokuba, el nudo está mal hecho, ven aquí -amonestó.
 
Éste se paró frente a su hermano mayor, observando como deshacía el nudo de su moño y lo volvía a hacer con una destreza impresionante. El ojiazul revisó que el resto de su esmoquin no tuviera alguna falla, acomodó un mechón negro detrás de la oreja del chico mientras le sonreía. Mokuba examinaba de pies a cabeza a castaño, el traje blanco ocultaba a la perfección lo esbelto de su cuerpo, la joyería resaltaba de su piel pálida. La capucha le deba un aire religioso a su porte egipcio. De no saber lo que en verdad le ocurría, podía decirse que su hermano lucía impresionante, más su mirada carecía de brillo alguno, vacía y sin emoción.
 
-¿Lo ves Moki? Así está mejor.
-¿Hermano?
-¿Sí?
-Tú…
-Seto, Mokuba, debemos irnos -habló desde la puerta Atemu- La limusina está lista.
 
Tomando de la mano a Mokuba, el ojiazul salió de la habitación, siguiendo al Faraón. La servidumbre los esperaba en las afueras de la mansión, mirando con aprehensión a Kaiba y a Mokuba en completo y respetuosos silencio. El adolescente les dirigió un gesto de despedida, leía en sus rostros la preocupación y la angustia. Quedaba claro como se veían ante sus ojos; más sin embargo, Seto los había mantenido al margen. Y era justo. Ellos les servían incondicionalmente y no tenían porque pasar por lo mismo.
 
-No vemos pronto, Anette, Wilson.
-Así será, señorito -contestó la ama de llaves al tiempo que el mayordomo se inclinaba.
Atemu les abrió la portezuela para luego subir él.
-Vámonos, Jubei -ordenó.
 
La limusina arrancó. Seto y Mokuba estaban sentados juntos. Atemu miraba a Kaiba con satisfacción. Él mismo vestía una versión negra del ojiazul pero sin la capucha. En cambio, llevaba una banda bordada como pectoral, emulando a los usados por los faraones. Así, juntos, parecían la estilización moderna de los antiguos egipcios.
 
-La presentación no durará mucho. No tendrán que esperar largo tiempo para irnos al aeropuerto. Confío en que no hayan olvidado nada -les comentó a los hermanos.
-No, Mi Faraón.
 
Mokuba no contestó y se giró para mirara el Museo que se divisaba en un extremo. Las luces en el cielo junto con el tráfico, anunciaban la gran recepción que iba a celebrarse ahí. La limusina se detuvo en la entrada, Atemu revisó su traje antes de que Jubei abriera la portezuela.
 
-Es hora.
 
Murmullos, luces y micrófonos los recibieron; el Faraón extendió una mano para ayudar a Seto a bajar y luego a Mokuba que rechazó la ayuda y se colgó del brazo de su hermano, evitando los lentes de la prensa, la cual peleaba por tomarles fotografías. Atemu enlazó sus dedos con los del ojiazul y así caminaron hacia la entrada donde el Director del Museo y otros miembros de su equipo los esperaban sonriendo.
 
-Bienvenidos. Entren, entren. Antes de que vuelvan locos a sus “fans”.
-Gracias -rió el Faraón.
 
El pelinegro miró a la concurrencia una vez dentro. Además de la prensa selecta y el personal del museo, se encontraba lleno de una gran cantidad de personas, la mayoría adineradas, que platicaban animadamente entre sí. Los meseros iban y venían por todo el lugar. Música suave se dejaba escuchar, alegrando el ambiente. En un extremo se encontraba un podium de conferencia donde Atemu daría su discurso. Al chico le pareció otra más de las aburridas e hipócritas fiestas que constantemente aparecían en su agenda, pero en este momento no quería dejar solo a su hermano para evitarle lo más posible que el Faraón se le acercara. Al menos hasta que llegara el inevitable arribo a Egipto. Eso tenía deprimido a Mokuba, pues para el próximo día la vida de su hermano mayor ya no tendría otro camino que el del Faraón.
 
Uno de los asistentes del tricolor le llamó y se separó de los hermanos. El adolescente buscó el servicio de buffet, dirigiéndose hacia el, seguido por Seto. Tomó un plato y lo llenó de bocadillos.
 
-Mokuba, es muy noche para que comas tanto.
-No es para mí -replicó el chico- Es para ti.
-No tengo apetito.
-¡Pero no has comido nada!
-Pues no me siento con hambre.
-Hermano…
 
El sonido de las bocinas encendiéndose anunció el comienzo de la recepción. Todos se movieron para concentrarse alrededor del podium.
 
-Vamos, Moki.
-Deberías comer, hermano.
-Ya te dije que…
-Si no comes, entonces no voy a ir a pararme junto con Atemu.
-No lo hagas -replicó el castaño dando media vuelta.
 
Mokuba suspiró cansado, dejó el plato dispuesto a seguir a Seto cuando su vista alcanzó a ver una figura escondida entre los enormes banderines colgados de los pilares alrededor de la sala. Traía puesto su gafete de prensa acreditada y una cámara colgaba en uno de sus costados. Su saco estaba abierto con las manos en los bolsillos. La refracción de las luces de las cámaras tomando fotos en el podium le reveló una cabellera rubia.
 
Su corazón dio un vuelco.
 
/ ¡Está aquí! /
 
La figura se retiró, como invitándole a seguirle hacia las afueras del Museo. El chico dio unos pasos para alcanzarle.
 
-¿Joven Mokuba? -la voz de su guardaespaldas sonó muy cerca.
 
Justo cuando el adolescente se giraba para intentar una excusa con el gigante, una mesera se atravesó, tropezando con éste y tirándole a la cara las copas con champaña. Sin perder tiempo, Mokuba se echó a correr antes de que el resto de la escolta le viera. Salió entre los banderines con rumbo a la parte trasera del edificio.
 
Sus ojos buscaban ansiosos para confirmar de quien se trataba, caminó en zancadas hasta el estacionamiento privado. La parte posterior de un conocido jeep se dejó ver.
 
-¡Joey!
 
Éste le esperaba recargado del vehículo, al verlo le tendió los brazos que el pelinegro buscó con alegría.
 
-¡Joey! ¡Joey! -exclamó con júbilo, hundiendo su rostro en su pecho- ¡Estás aquí!
 
La euforia se convirtió en llanto. Los brazos del adolescente apretaron al rubio, dejando libres sus lágrimas retenidas tanto tiempo. El otro le abrazó, cepillando sus cabellos con gentileza, dando un poco de tiempo para que se calmara. Joey tomó el rostro del chico entre sus manos, secando sus lágrimas. Los inocentes ojos de Mokuba le miraron suplicantes.
 
-¡Ayúdanos, Joey! ¡Mi hermano! ¡Nos va a llevar a Egipto! ¡Por favor!
-Shh, no llores, chibi. Entra al jeep. Voy por tu hermano.
Las nerviosas manos del adolescente jalonearon su traje.
-… Atemu… nos va a matar si nos ve… por favor, ayúdanos… salva a mi hermano…
-Shh, shh, anda -Joey subió al pelinegro casi a la fuerza.
-Es mi culpa…
-No, Moki, mírame -el rubio lo tomó por los hombros- Si hay un culpable aquí, solo soy yo. Necesito que te quedes aquí, Seto está por venir y tienes que apoyarme, chibi. ¿Cuento contigo? -el otro asintió entre hipos- Bien, solo espera un poco.
 
 
Kaiba había visto correr a su hermano cuando el guardaespaldas fue bañado en champaña. Su pequeño hermano estaba muy estresado y deprimido por el viaje. Las últimas horas solo habían estado discutiendo por cualquier cosa. El castaño se sentía culpable, Mokuba también sufría pero no quería darlo a demostrar para no darle más problemas. La sola idea de lo que se convertiría su vida en unas horas le acongojaba, pero aún más que su hermanito pasara por un mal momento. Echando un último vistazo al Faraón, que comenzaba su discurso, se separó de la concurrencia para encontrar a Mokuba y pedirle una disculpa.
 
Inmediatamente un par de guardaespaldas se le acercaron al verle dirigirse al exterior. Los ignoró, continuando su camino. En dirección contraria pasó casi rozándole una charola llena de bebidas. Acto seguido, se dejó escuchar una carambola. De reojo, se asombró al ver que la misma exacta y rubia mesera ahora chocaba con sus guardaespaldas, pero esta vez haciéndolos caer con ella. El capitán de meseros y el jefe de guardias del Museo se acercaron y comenzaron una discusión. Aunque extrañado, Seto optó por buscar a su hermano.
 
La noche casi invernal se iluminaba por una luna roja, el frío se dejaba sentir. El cielo carecía de estrellas, haciendo de la noche peculiar.
 
-¿Mokuba? -llamó el ojiazul.
 
Siguió revisando cada rincón de los jardines. Su hermano no le contestaba.
 
-¿Moki? -volvió a llamar más preocupado, temía que el chico hubiera escapado, desesperado por la situación.
 
/Tal vez es mejor así. No quiero que me vea cuando Atemu termine conmigo/
 
Se detuvo, bajando su cabeza con tristeza.
 
/Ahora en verdad estoy solo.../
 
-Koneko…
Seto abrió sus ojos de par en par, sin atreverse a mover.
-Koneko…
Quizá era el frío de la noche, pero su cuerpo comenzó a tiritar al escuchar su nombre y sobre todo la voz que lo pronunciaba. Unos brazos le rodearon. Se giró de golpe, encontrando un par de ojos claros.
-Mi koneko.
Pánico brotó de repente. De la misma manera que cuando empezó todo.
-¿Q-Qué haces aquí? -preguntó Kaiba con un hilo de voz.
-Vine a raptarte -le contestó Joey con seriedad.
-¿C-Cómo?
-Así.
 
El rubio le levantó en brazos. El contacto hizo que rozara las sensibles heridas en el cuerpo de Seto, que gimió de dolor, incapaz de oponerse. Joey se detuvo un momento, asombrado por la reacción del ojiazul y por el peso tan ligero que sintió. Al ver que esos ojos azules se cerraron adoloridos y avergonzados, apretó sus labios para no dejar escapar algún comentario y seguir firme en su plan.
 
-Todo está bien, mi koneko -musitó dándole un ligero beso en su frente fría.
-… no… por favor… ya no… ya no más… tengo que proteger a Mokuba… -comenzó a balbucear el castaño, enterrando su cabeza en el cuello de Joey- … ya no… no…
 
Con lo ojos rozados, el rubio se encaminó al jeep. Deseaba de todo corazón regresar al Museo y darle una paliza al Faraón, pero con los Kaiba cerca, tenía el riesgo de verlos muertos.
 
/Jamás. Ellos están así por mi culpa/
 
Mokuba abrió la portezuela desde dentro al verlos aparecer. Sus manos temblaban al recibir a su hermano, que no cesaba de balbucear súplicas, como metido en una pesadilla. El adolescente miró preocupado a Joey.
 
-Ahora no, chibi. Tenemos que largarnos de aquí primero.
 
Un alboroto se dejó escuchar.
 
-¡ESTO NO SE QUEDA ASÍ! ¡IMBECILES! ¡SI TUVIERAN CEREBRO EN LUGAR DE MUSCULOS ME HUBIERAN VISTO! ¡COBARDES! ¡SOLO SOY UNA DEBIL MUJER CONTRA TODOS USTEDES, PEDAZOS DE HOMBRES!
-¡Fuera de aquí! ¡Estás despedida!
 
La voz de Angie era la señal para que Joey arrancara y saliera del estacionamiento antes de que llegaran los guardaespaldas buscando a los hermanos. Encendió el motor, preparando su identificación ante el lector de la caseta. Una vez que el jeep tocó la avenida, aceleró para perderse.
 
La rubia salió hecha una furia, pero una vez en la acera se transformó, caminando con tranquilidad, viendo a lo lejos las luces del jeep alejándose en el horizonte.
 
-Eso es, Joey. Lo logramos.
 
 
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-Yo no sé que le pasa a Yugi. Pero no podemos cambiar de planes por él. Hay que ir por Ryou y llevarlo al médico. Además Joey nos ordenó no hacer nada si él no nos llamaba. Él encontrará la forma de contactarnos si algo llega a suceder.
-¿No te parece extraño Tea, que sólo Odión haya venido a traer a Ryou? -preguntó Tristán mientras conducía tomando el camino hacia el puerto principal.
-No, me parece una mentira, Marik debe estar con él. No vino solo. Tal vez, incluso nos topemos con Ishizu…
-Todos ellos están aquí justo cuando ha llegado Atemu…
-¿Pudiste observarlos en la televisión? Juraría que Mokuba tenía una cara como estuviera en un funeral.
-No es por defender a Yugi, pero es que no puedo borrarme de la cabeza la vieja imagen de Atemu. Es increíble pensar que sea tan malo ahora. Y no sólo es un poder de la oscuridad o algo. Parece muy rencoroso con Joey. No llego a entender que es lo que motiva tanto su odio.
-¿Y te has dado cuenta que todos estamos hasta el cuello también por esta situación?
-Sí, y me asusta…
-Ryou está grave, Mokuba no se encuentra bien. Kaiba debe estar pasando por lo mismo, aunque lo oculte, ¿Dónde estarás Joey? Necesitamos unirnos.
-¿Esto es un duelo? -Tristán dejó ver su asombro.
-Una guerra. El odio contra el amor. La más vieja historia del libro.
-Pero no hay villanos aquí, Tea. ¿O sí?
-Ya no estoy tan segura, Tristán.
-Mira ¡allí está! -Tristán señaló a Odión que esperaba en el muelle- Hay que darnos prisa.
 
 
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Los dedos de Joey en el volante estaban blancos de la presión al apretar tanto la piel. Sentía un nudo en la garganta, pero no despegaba la vista de la autopista. Sabía que si llegaba a echar un vistazo al retrovisor, iba a detenerse para abrazar a Seto, que lloraba incontrolablemente en los brazos de su hermano, quien también sollozaba. Era la misma reacción que había visto en prisioneros de guerra liberados de los campos de concentración.
 
/Una vez que estemos allá, podrás hacerlo, Joey. Ahora tienes que seguir/ se decía borrando una lágrima que se resbalaba en su mejilla.
 
El ojiazul levantó su rostro y miró el camino lleno de árboles y la noche oscura. Se sentía demasiado cansado, herido y asustado para hacer cualquier cosa. Recordó cuando Mokuba salió del Museo corriendo. Irguiéndose, miró a su hermanito un momento antes de abrazarlo, como asegurándose de que estaba con él. El chico podía sentir su corazón latiendo aprisa en su pecho. Se separó del castaño, para hablarle.
 
-Estamos a salvo, Seto.
 
Éste besó sus cabellos antes de posar su frente en ellos, sin decir nada. De nuevo, Mokuba lo separó de él.
 
-Perdóname. Fue mi culpa.
Joey no pudo evitar mirarlos por el retrovisor.
-Chibi no…
-Por mí, estuviste a punto de sacrificar tu vida -continuó el chico.
-No, Moki. No me digas eso -respondió al fin Kaiba- No me hagas esto. Sabes que eres mi única familia. Yo te necesito…
-Pero siempre ha pasado esto por querer protegerme.
-Eres mi hermanito…
-Desde que tengo memoria, nunca has dejado de cuidarme. No recuerdo ningún momento en el no hayas hecho algo por mí. Siempre has estado allí para mí. Siempre te estuviste arriesgando para salvarme. Siempre ofrecías todo lo que tenías para que a mi no me pasara nada -nuevas lágrimas brotaron de sus ojos- Soy el grillete que encadenada al dragón a la tierra y lo esclaviza al sufrimiento.
-… no, no digas eso…
El adolescente sacó una pequeña cartera de su esmoquin y la abrió a Seto. Eran sus tres dragones de su monte de cartas.
-¿Recuerdas que me prometiste ser digno de tenerlos y usarlos? Serías el mejor duelista para que yo me sintiera feliz con ello. Estos dragones eran la promesa que nos hicimos, Seto. Nuestro sueño. Pero eso ya se cumplió.
-Moki…
Mokuba puso las cartas en una de sus palmas y en la otra tomó una de las manos del ojiazul.
-Yo no necesito de dinero. No quiero una compañía multimillonaria o una lujosa mansión, ser popular o estudiar en un colegio privado. Todo lo que quiero, lo único que necesito lo tengo en mis manos.
Seto le abrazó. El chico continuó hablando.
-Quiero verte de nuevo sonreír como aquella vez que hicimos nuestro parque de arena. Ver tus ojos brillar con la misma alegría que en ese momento. Quiero ver a mi Dragón Blanco de Ojos Azules volar de nuevo…
 
Un nuevo llanto, aunque más sereno, acompañó al largo abrazo que los hermanos se dieron. Joey bajó la velocidad para no perder el control del volante. No dejaba de decirse que toda esa situación él la había comenzado. Sus ojos notaron las gruesas marcas que marcaban los brazos del ojiazul cuando las anchas mangas del traje se resbalaron hasta sus codos. Al instante, hizo el jeep a un lado, bajando de éste para alejarse unos metros y dejarse caer de rodillas, golpeando una y otra vez el suelo.
 
/ ¡MALDICION! ¡MALDICION! ¡MALDICION! ¡TE VAS ARREPENTIR DE ESTO, ATEMU! ¡LO JURO! /
 
Siguió golpeando a la tierra, con los dientes fuertemente apretados y pequeñas lágrimas cayendo al suelo hasta que la voz entrecortada de Kaiba le llamó.
 
-¿Joey?
 
Se sentó mirando la luna roja sobre ellos. Era apremiante que se fueran lo antes posible. Le sobraría tiempo después para arreglar cuentas con el Faraón. Se levantó y caminó hacia el jeep. Subió, quedándose inmóvil sin saber que decirles. Los delgados dedos del castaño buscaron una de sus manos. Besándolos, se giró para acariciar la mejilla húmeda. Seto lucía muy enfermo
 
-Gracias… cachorro… -musitó el ojiazul esbozando una débil sonrisa.
-Descansen. No falta mucho para llegar. Se acabó, Atemu ya no los verá más.
 
 
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Atemu buscaba entre la multitud a Seto y a Mokuba. Su jefe de escolta le había dicho que en el alboroto con la mesera les habían visto salir pero no los encontraban en ningún lugar de las afueras.
 
Aunque su enojo crecía cada segundo, continuaba saludando y sonriendo a los invitados. Decidido a tomar las cosas por su cuenta, dio vuelta hacia la entrada principal para marcharse. Un traje negro le salió al paso.
 
-Señor Kanada -saludó con una inclinación antes de continuar el paso, pero el hombre no le dejó.
-Sospecho que ha perdido a su lindo esposo ¿no es así?
-Lamento decirle…
-Debería de cuidarle más, preciosuras como la suya se pierden con facilidad en las manos de un fotógrafo.
-¿Qué dice? -el Faraón se acercó al individuo.
-Sólo digo que su ojiazul tiene cierta inclinación por un rubio. Yo los vi en un club hace tiempo, y recuerdo muy bien la pinta de ese tipo -afirmó dando un sorbo a su copa- No la olvido, y estaba aquí antes de que usted llegara, haciendo el gracioso tomando unas fotos de las piezas que trajeron. No dudo que se hayan confabulado para huir mientras usted se encontraba ocupado. Y bueno, el incidente con esa tonta mesera distrajo mucho tiempo a sus guardaespaldas.
 
Atemu se dio cuenta de que era el mismo hombre que había acosado a Seto en el club, como Marik le había contado. Dando una mirada fría, sonrió despectivo al empresario.
 
-Adiós, Señor Kanada -se despidió con una nueva inclinación. Alejándose sin darle tiempo al otro de replicar.
 
 
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Marik oraba desesperadamente en su moto, escondido en las sombras de un callejón próximo al Museo. Había visto la manera en que reaccionaron los Kaiba al ver a Joey sacarlos de ahí en cuestión de minutos. Hubiera querido detenerlo, pero su corazón le decía que no era lo correcto, se sentía muy mal de observar el lamentable estado del ojiazul. El Faraón estaba perdiendo los estribos y ya no medía el daño que infringía.
 
/Oh, Ra. Dame la sabiduría para hacer lo correcto/
 
-Marik.
El egipcio casi cae de su motocicleta al oír su nombre ser pronunciado detrás de él.
-F-F-Faraón -tartamudeó al ver el Ojo de Ra brillar en la frente de Atemu.
-Fue Joey ¿verdad?
-… yo… no estoy seguro…
-¿Te ocurre algo?
-Nada, mi señor. ¿Deseas que los busque?
-No, ya sé dónde están. Ve al aeropuerto, no tardaremos.
-Mi señor…
-¿Ahora qué, Marik?
Éste tragó saliva.
-Yugi quiere verte… -aventuró mirando con atención al tricolor.
 
Un segundo, solo un segundo, los negros ojos del Faraón se nublaron antes de volver a oscurecerse.
 
-Obedece, Marik -ordenó antes de esfumarse.
-Sí, Faraón.
 
Se levantó para caminar empujando su moto, pensativo. Sirenas a lo lejos se dejaron escuchar. El egipcio se detuvo. Una ambulancia pasó veloz a su lado y se detuvo frente al Museo.
 
Como una estampida, toda la gente que se encontraba en la recepción salió corriendo, gritando histérica, algunas mujeres lloraban aterradas y varios hombres estaban pálidos.
 
Marik se acercó un poco, confuso. Las voces vociferando se hicieron claras.
 
-¡Dios mío! ¡Es una pesadilla!
-¡Está muerto!
-¡Es una maldición! ¡Una maldición!
-¡Un demonio lo poseyó!
-¡Le estalló la cabeza! ¡Como una bomba!
-¡Dios, como se retorció!
 
Los paramédicos salieron entre la multitud. Traían en la camilla el cadáver del Señor Kanada.
 
Un escalofrío recorrió la espalda de Marik. Había comenzado.
 
Levantó su vista hacia la luna. Era roja como la noche en que todo había comenzado.
 
/Cuando todas las luces se apagan, sólo el amor puede volver a iluminar el camino/
 
-Por Isis, espero que tengas razón hermana -murmuró subiendo a la motocicleta y arrancando.
 
Sólo quedaba una esperanza.