InuYasha Fan Fiction ❯ Buscando Felicidad ❯ Ideas ( Chapter 2 )

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Inuyasha le pertenece a Rumiko Takahashi
 
 
 
Itálicas = pensamientos o recuerdos
 
 
Capítulo 2: Ideas
 
- - -
 
Los pasillos de palacio estaban casi vacíos. La mayoría de los criados se encontraba realizando sus trabajos en otros sectores del mismo.
 
Una figura diminuta se movía con toda la velocidad que le permitían sus cortas piernas. Sus vestidos eran los de un criado de alta categoría. Por su tamaño, parecía un pajecito, pero su voz revelaba lo contrario.
 
“¡PRINCESA RIN! ¡PRINCESA RIN!”
 
Gritaba a todo lo que daban sus pulmones. Había estado buscando a la pequeña casi por dos horas, revisando todos los rincones de palacio, y no había tenido suerte.
 
“Niña del demonio” murmuraba para sí “¡Princesa por favor salga de donde esté!”
 
Se detuvo frente a una puerta y la abrió. Era el salón de costura, en el cual se encerraban las cortesanas que venían a visitar a la Reina y sus hijas mayores, para hablar de cosas, que en su opinión, eran totalmente inmorales. Aún no era hora para recibir visitas, así que lo más probable es que estuviera vacío.
 
En más de una ocasión, había tenido que sacar a Rin de ese cuarto a la fuerza. Dada su inocencia, la niña no entendía el contenido de esas pláticas, contenido que las mujeres - mujerzuelas en su opinión - estaban muy dispuestas a explicar.
 
Rin no comprendía la insistencia de mantenerse alejada de esas personas. Algún día le explicaría los motivos. Algún día. . . aproximadamente en veinte años.
 
Asomó su cabeza dentro de la habitación, girándola en todas direcciones, pero tal como lo suponía, no estaba allí.
 
¿Dónde se escondió? Otra vez me va a meter en problemas ¡Princesa Rin!”
 
“Dime” contestó una voz a sus espaldas. El sonido fue tan inesperado que le hizo dar un brinco por el susto.
 
Se volvió tan rápido, que casi se le despegó la cabeza de los hombros “¡Niña! ¡No me asustes!” Se llevó una mano al pecho, intentando calmar su acelerado corazón “¡Te he dicho muchas veces que no sorprendas a la gente por la espalda!”
 
La pequeña puso los brazos en jarras “Según los libros que TU me has obligado a leer, esa es la mejor forma de acercarse al enemigo”
 
“¿Desde cuando soy tu enemigo?” Él también puso los brazos en jarras.
 
“¡Desde esta mañana que no me dejaste comer postre!” Ella movió la cabeza una vez, mostrándose decidida.
 
“¡Ya te habías comido tres!”
 
“¡Tenía espacio para uno más!”
 
Llevándose una mano al rostro, suspiró exasperado “Ya esta bien. No discutiremos más ese asunto. ¿Dónde estabas?”
 
“Por ahí” se encogió de hombros y comenzó a inspeccionarse las uñas.
 
“Rin. . .” a él se le estaba comenzando a acabar la paciencia.
 
“Jaken. . .” a ella todavía no.
 
Jaken volvió a pasarse las manos por la cara. ¿Qué había hecho para merecer semejante tortura? Provenía de una larga línea de mayordomos de primera clase. Su padre, quien había servido a dos reyes lo había entrenado personalmente. Estaba calificado para administrar el palacio, y aún así, estaba atrapado como el niñero de la menor de las princesas. ¡Que vergüenza!
 
“¿Te pasa algo?” Escuchó la suave vos de Rin. Al levantar la vista - pues tenía que levantarla, ya que a pesar de ser una niña, Rin lo superaba en estatura por al menos diez centímetros - notó preocupación en los ojos de ella.
 
Se reprendió mentalmente. Sí, era cierto que estaba calificado para ser el más alto entre los sirvientes del Rey. Sí, estaba relegado como el niñero de la Princesa. Y no, no lo lamentaba. Por que no era solo el niñero de Rin; era su amigo.
 
Siendo princesa, Rin pasaba todo su tiempo en compañía de adultos. Pero esto no había logrado disminuir su propensión natural de meterse en problemas.
 
Durante sus primeros diez años de vida, escapó de palacio una docena de veces, puso lagartijas dentro de los zapatos de la nobleza que visitaba al Rey y se quedaban a pasar la noche, varias veces sazonó las cenas especiales con cucarachas, metió ratones dentro de las faldas de las damas y al menos cinco pajes terminaron con miembros rotos por tratar de bajar las mascotas de los aristócratas de los árboles en los que ella los había subido.
 
Todo eso, sin contar los moretones, cortaduras, zapatos perdidos y vestidos rotos, resultado de sus andanzas. Muchas de sus damas de compañía terminaron en los calabozos por su incompetencia al controlar a la niña.
 
No fue hasta que Jaken hizo su aparición, que las cosas parecieron calmarse. Gruñón y severo era la contraparte perfecta para el carácter feliz e irrefrenable de ella.
 
Además, en lugar de reprimirla, era más fácil ayudarla a planear sus travesuras mientras trataba de persuadirla de arrepentirse de sus proyectos. Este método había funcionado de maravilla. En los dos años que habían estado juntos, las travesuras de Rin habían disminuido enormemente.
 
Si tan solo pudiera convencerla de no esconderse a la hora de sus clases. . .
 
Inadvertidamente volvió a suspirar.
 
“¡Te prometo que no lo vuelvo a hacer!” escuchó a Rin decir “Me portaré bien, pero no te enojes”
 
Jaken disimuló una sonrisa. Era imposible permanecer enojado con ella, especialmente cuando le dedicaba esas miradas llorosa. Pero no iba a decirle eso.
 
“Si vas a tomar tus clases de pintura en este momento, no me enojaré”
 
A Rin le brillaron los ojos “¿De veras no te enojas?” Luego se le apagaron “Pero no quiero ir a la clase de pintura. El señor Hideyoshi es un pesado que me obliga a pintar solo cosas aburridas, como personas y. . . más cosas aburridas” levantó los brazos airadamente “El otro día que quise pintar un ratón, me dijo `esas cosas no son propias de una dama'”
 
Jaken trato de disimular otra sonrisa ante la imitación poco precisa que Rin hizo de su profesor, pero no tuvo éxito cuando la niña agregó en forma de murmullo “con lo que me costó atrapar a ese ratón”
 
“Princesa Rin, señor Jaken” una nueva voz cortó la conversación que sostenían los dos amigos.
 
Una criada se acercaba a ellos por el pasillo. Jaken se enderezó y adoptó un aire de superioridad. Aunque su puesto de trabajo no era considerado importante, su buen desempeño en el cuidado de Rin le había ganado el aprecio de la Reina, quien exigía absoluto respeto del personal hacia él.
 
“Perdonen la interrupción” dijo la criada haciendo una reverencia “¿Casualmente habrán visto a la Princesa Kagome por aquí?”
 
“No la he visto” dijo alegremente Rin “¿Usted señor Jaken?” Agregó, dirigiéndose a su niñero. En privado ellos eran grandes amigos, pero en público era necesario guardar las apariencias.
 
“No, Princesa” fue la simple respuesta del hombrecito.
 
“¿Para que la buscas?” Preguntó la pequeña a la criada, quien aún permanecía con el rostro inclinado.
 
“Su padre, el Rey, la requiere en la sala del trono”
 
“Con que mi padre la requiere, hmm. . . ¡Te ayudaré a buscarla!” Y antes de que Jaken tuviera tiempo de reaccionar, la chiquilla desapareció apresuradamente por el lado contrario al que la criada había llegado.
 
“¡Princesa, sus clases!” Gritó Jaken, cuando finalmente se dio cuenta de que Rin se le había escapado nuevamente.
 
“Es difícil ser nodriza, ¿verdad?” Se escuchó decir entre risas burlonas a la criada.
 
Jaken se volvió a ella con una mirada fría.
 
“¿Qué piensas del trabajo en las letrinas?” Le preguntó a la mujer secamente.
 
“Es asqueroso” contestó ella sin dudar
 
“¿Te gustaría trabajar allí?” Una sonrisa maligna comenzaba a formarse en su arrugado rostro.
 
“¡NO!” Fue la respuesta espantada de la mujer.
 
“Entonces desaparece de mi vista” concluyó el hombrecito en tono impasible.
 
La mujer, haciendo reverencias torpes, se apresuró a retirarse.
 
Esta vez, fue el turno de Jaken de reír con burla. Ser el Niñero Real tenía sus ventajas.
 
Ahora solo le quedaba buscar a la Princesa.
 
Otra vez.
 
- - -
 
La tarde comenzaba a caer, trayendo consigo una suave brisa que se colaba entre las lujosas cortinas de seda.
 
La tenue luz del ocaso bañaba el amplio salón con tonos amarillentos que daban un toque dorado a los muebles y libros que se acumulaban en las estanterías que dominaban dos paredes completas.
 
En un suntuoso sillón, adornado con esponjosos cojines y colocado de forma que recibía abundante luz desde las ventanas más amplias, se encontraba Kagome, con un libro abierto en su regazo.
 
Había estado tratando de leer el libro desde el almuerzo, pero por más intentos que hacía, no había logrado pasar del primer párrafo. El significado de las palabras no lograba penetrar su mente, tal vez fuera por el hecho de que su concentración no estaba en el texto, si no en los eventos que habían tenido lugar apenas cuatro días antes, o mejor dicho, en la persona que los había provocado.
 
Sus pensamientos seguían volando a esos ojos que habían amenazado con hundirla en sus profundidades. Nunca había visto ojos semejantes. Nunca había visto hombre semejante.
 
No es que tuviera mucho para comparar. La mayoría de los hombres con los que se había topado pertenecían a la Guardia Real, de quienes, si era honesta, solo el Comandante Hojou se distinguía por su buena apariencia. El resto eran los aristócratas amigos del Rey, quienes mientras más viejos eran, más repugnantes le parecían, y sus rastreros hijos solteros.
 
Estos últimos solo venían a palacio bajo la esperanza de volverse parte de la Familia Real, ni siquiera les importaba cual de las hijas del Rey estuviera disponible o en edad aceptable para casarse.
 
Una vez, un hombre de más de treinta años, viudo, tuvo el atrevimiento de preguntar si la pequeña Rin ya había alcanzado su capacidad para concebir. Horrorizada, la Reina, quien se encontraba en la habitación junto con sus hijas, las apresuró a salir de la estancia, sin importarle el disgusto del Rey ante `tal falta de hospitalidad'.
 
Esa había sido una de las muy pocas ocasiones en las que las princesas habían visto a su madre desafiar al Rey.
 
Como sea, esos nobles no se podían comprar con el hombre que había plagado su mente y su corazón.
 
Anhelaba verlo. Tocarlo.
 
Sintió sus mejillas arder ante tal prospecto. Solo se había tomado de las manos, pero ansiaba más. Aunque no sabía que.
 
Su corazón se aceleró y advirtió un calor recorriendo su cuerpo. No entendía su reacción. No entendía su deseo. Pero lo disfrutaba. Era algo nuevo y excitante.
 
Una leve sonrisa comenzó a formarse en su rostro al imaginar su reencuentro. Él había prometido volver por ella y ella había prometido esperarlo.
 
Estaba tan absorta en su mundo de ensueño que no notó a Rin, de pié junto al sillón. La niña llevaba unos cinco minutos tratando de llamar su atención.
 
Situaciones extremas requieren acciones extremas, pensó la chiquilla. Lo había leído en un libro e iba a ponerlo en práctica, así que colocando sus labios junto al oído de su hermana, gritó.
 
“¡KAGOME!”
 
La impresión hizo que la mayor de las princesas diera un brinco, perdiera el balance y cayera de espaldas sobre la parte trasera del sillón, quedando en una posición poco agraciada, con la cabeza y espalda en el piso y los pies colgando del respaldo.
 
Rin corrió de inmediato a su lado, afanosamente tratando de levantarla “¿Estas bien?”
 
Un tanto desorientada Kagome le dirigió a su hermanita una mirada fulminante
 
“Estaba bien hasta que gritaste. Por poco me parto la cabeza” dificultosamente se levantó, palpando su cráneo para asegurarse que no tenía daño severo. Rin la ayudaba a sostenerse en pie, un tanto nerviosa de que su plan hubiese tenido un desenlace tan violento.
 
“No habría tenido que gritar si hubieses estado consciente” reclamó la pequeña, sus brazos sujetando a su hermana en todo momento, mientras la dirigía a sentarse nuevamente “Parecías sonámbula”
 
Kagome se dejó caer pesadamente en la silla. Las palabras de Rin le recordaron lo que había estado pensando antes de que ella llegara, advirtió el calor que le subía del pecho al rostro y movió la cara para que su hermana no lo notara.
 
“¿Te sientes enferma?”
 
“¿Que? No. No. Estoy bien” se apresuró a contestar “¿Qué es lo que querías?”
 
La niña frunció el ceño. Era obvio que su hermana le escondía algo. Otra vez.
 
No entendía a los adultos. Siempre estaban diciéndole que no hiciera las cosas que le gustaba hacer, por que ya no era una niña. Luego, la trataban como una niña ocultándole cosas, que según ellos, no era capaz de entender. Que remedio, todos eran iguales, incluso sus hermanas.
 
“Vengo en misión oficial” dijo en voz calma, fingiendo importancia y haciendo a un lado su descontento ante el trato de la chica mayor.
 
“¡Oh! Y ¿Cuál es esa misión?” Kagome siguió el juego de Rin, agradecida que la chiquilla no fisgoneara en sus asuntos.
 
“¡Papá quiere verte en la sala del trono!” Anunció alegremente, como si fuera una sorpresa agradable.
 
Kagome hizo una mueca. No por la noticia sino por el vocablo utilizado por Rin. El Rey podía ser considerado muchas cosas, pero `papá' no se apegaba a él en lo más mínimo.
 
“¿Y para que me quiere en la sala del trono?” Trataba de disimular de la mejor manera su molestia. Rin aun era muy joven y no comprendía las complicadas relaciones que tenía con su padre. La ignorancia es una bendición y era mejor que Rin siguiera ignorante de lo mal padre que el Rey definitivamente era.
 
“Pues para verte” contestó Rin, levantando los brazos, en un ademán que decía `es obvio no' y de inmediato, le tomo las manos, jalándola con toda su fuerza y cuando la hubo puesto en pie, literalmente, la arrastro fuera de la habitación y por los pasillos hasta llegar frente al salón del trono.
 
Rin soltó finalmente las manos de su hermana y se tomó su tiempo recobrando el aliento, en tanto Kagome trataba de hacer lo mismo.
 
“¡Que energías las que tienes!” Dijo Kagome animadamente, olvidando, por el momento hacia a donde se estaban dirigiendo.
 
“Es gracias a mi fabulosa dieta de dulces” sonrió la pequeña para luego hacer una elaborada reverencia “después de usted, Su Alteza”
 
La sonrisa de Kagome le faltó por un momento al recordar en donde se encontraban. Inhaló profundamente y se volvió hacia las puertas para abrirlas.
 
Ya dentro del salón notó a sus padres, el Rey sentado en el trono y la Reina en una lujosa silla a su lado. Le dio la impresión de que su madre se encontraba nerviosa.
 
“Kagome, ya era hora de que llegaras” habló el Rey. De inmediato ambas hermanas hicieron una leve reverencia y Kagome se acercó al trono. El Rey estaba apunto de comenzar a hablar nuevamente, cuando notó a Rin.
 
“Rin, tu no fuiste llamada a mi presencia. Vete”
 
Rin no pudo evitar sentirse desilusionada. Nunca la dejaban quedarse para escuchar las conversaciones. Suspiró resignada. No había remedio, tendría que utilizar sus artimañas para enterarse.
 
“Con su permiso” hizo otra reverencia y salió de la habitación.
 
El Rey, entonces, se volvió a su otra hija y sin más preámbulo, preguntó.
 
“Kagome, ¿qué edad tienes?”
 
¿Ya ni siquiera recuerda cuantos años tengo? El Rey definitivamente no era prospecto para ganar el premio al mejor padre.
 
“Diecisiete” fue la corta respuesta.
 
“Ya eres una mujer”
 
¡Obvio! “Sí, mi señor”
 
“Por eso he decidido que ya es hora de que te cases”
 
Ante esas últimas palabras, Kagome levantó de inmediato la mirada, la cual se conectó con los impasibles ojos del Rey.
 
El Rey mantuvo firme su mirada, la cual se endureció a medida que los segundos pasaban y su hija no hacía ademán de retirar la suya propia.
 
Kagome pudo sentir el peso de los ojos de su padre y bajó los suyos, buscó con la vista a su madre, quien tenía la cabeza baja, para luego volverla al Rey, pero manteniendo su mirada sobre el pecho de él.
 
“¿Su majestad?”, Pregunto vacilante, en un torpe arranque de esperanza de que hubiese escuchado mal.
 
“Después del incidente con esos bandidos secuestradores, me he dado cuenta de que no es sabio posponer más esta decisión. Tu madre me asegura que tu virtud sigue intacta y no pienso arriesgarme a que algo similar vuelva a suceder y regreses manchada. Cualquier noble te aceptaría en esas circunstancias, solo por ser la hija del Rey, pero el nombre de la familia real quedaría deshonrado. No pienso permitirlo”
 
Kagome podía sentir como sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas. Por supuesto, el Rey solo pensaba en si mismo, en su `honor'. Si realmente le hubiesen hecho daño, a él no le habría importado. Seguramente, mientras estuve desaparecida, él estaba ocupado, buscando un hombre que estuviera dispuesto a aceptar los despojos de otro.
 
“Mañana por la tarde, vendrá el Conde Hakudoshi. . .”
 
El Rey continuaba hablando, pero ella no podía escucharle. Sentía su interior arder, la sangre se le agolpaba en la cabeza, obstruyendo el paso de los sonidos.
 
Sabía que debía mantener la calma. No le serviría de nada desesperarse. Pero cuando trató de enfocarse en las palabras de su padre, su agitación creció, pues el Rey continuaba disertando acerca de la inminente boda que se realizaría al día siguiente, y de cómo toda la nobleza de los alrededores, ya había sido invitada.
 
Esta vez, las delegaciones de los países vecinos no habían sido convidados, después de todo, solamente era la boda de la segunda hija del Rey. No había necesidad de molestar a personas tan notables.
 
La implicación de las últimas palabras penetró la mente en caos de la chica. Si los reinos vecinos no habían sido convocados, eso significaba que tampoco el de Kouga había recibido el aviso, por lo tanto, no había forma de que él se enterase de la situación.
 
Kouga no vendría y ella tendría que casarse. Se habían hecho una promesa mutuamente y ahora ella esta siendo obligada a romperla. ¿Kouga la despreciaría si ella le permitiera a otro hombre tomarla? Ningún hombre que se respetara, tomaría a la mujer de otro para nombrarla su compañera legal.
 
¿La odiaría? ¿Decidiría dejarla para siempre? ¡No volvería a verlo nunca más!
 
“No”
 
Fue apenas un murmullo, pero bastó para que el Rey se detuviera.
 
“¿Dijiste algo?” No podía haber hablado. Interrumpir al Rey era una falta mayúscula.
 
Entrecerró los ojos viendo a su hija. Kagome había inclinado su cabeza, su largo cabello cubría su rostro de la penetrante mirada de su padre.
 
“No” dijo Kagome más fuerte.
 
Pensando que el `no' era la respuesta a su pregunta, el Rey se dispuso a seguir relatando su planes, pero antes de que pudiera continuar, Kagome levantó la vista, clavándola firmemente en el rostro de su padre.
 
“¡No!”
 
“¿Qué dices muchacha?”
 
“¡No voy a casarme! ¡No me obligarás!”
 
“¡Tu harás lo que yo diga!”
 
“¡No, no lo haré! ¡NUNCA!”
 
Las lágrimas corrían libremente sobre sus mejillas. Mientras trataba de mantenerse firme ante la intimidante figura del Rey, Kagome enviaba miradas furtivas a su madre, queriendo suplicarle su apoyo, pero la Reina insistía en mantenerse al margen. Parecía pretender que ni su esposo ni su hija se encontraban en la misma habitación
 
“¿Cómo te atreves a desafiarme? ¡Soy el Rey!”
 
“¡Solo por matrimonio!” Siseo la chica. No había pensado en decirlo, pero era la verdad. En su opinión, su padre no tenía ningún derecho de ostentar la corona real. Su madre era débil al dejarse manipular por un puñado de hombres machistas, pero ella no lo aceptaría. Ella no se dejaría dominar.
 
“¡Insensata! ¿Quieres ser acusada de traición?”
 
“¡No puedo ser más traidora que tu!” A estas alturas, Kagome ya había perdido el control, dejando salir todo lo que había estado reprimiendo por años. “¡Esa corona no es tuya y lo sabes!”
 
“¡Es suficiente! ¡Guardias!”
 
Inmediatamente, los dos guardias que siempre se encontraban guardando las puertas principales del salón, parecieron cobrar vida y se dispusieron a obedecer al Rey.
 
“¡Sáquenla de mi presencia!” Ante tal orden, la Reina finalmente pareció volver en sí y como un resorte se puso en pie, pero no dijo nada. Típico.
 
Kagome volvió a verla y la Reina no pudo menos que encogerse ante la mirada llena de resentimiento que su hija le estaba dedicando. Kagome siempre veía con desconfianza al Rey, pero con ella era todo lo contrario. Sintió su pecho oprimirse. No cabía duda de que había perdido el respeto de su hija.
 
“¡Enciérrenla en su cuarto! ¡Asegúrense de que no salga!” bramó el Rey
 
Los guardias tomaron a la Princesa por los hombros, forzándola fuera del salón y rumbo a su recámara. En todo momento, Kagome no dejó de hacer sonoros sus pensamientos en cuanto al Rey, su reinado, su paternidad y el matrimonio, asegurándole que nunca se doblegaría ante él y sus deseos.
 
Cuando finalmente quedó encerrada en su cuarto, se desplomó sobre su cama y lloró como nunca antes lo había hecho.
 
No fue consciente, de que en un rincón de su enorme habitación, alguien más compartía su tristeza.
 
- - -
 
Ya era de noche.
 
Había estado encerrada por horas y nadie se había acercado a ofrecerle comida. No es que la fuese a aceptar. Estaba segura de no poder ingerir nada.
 
No había dejado de pensar en lo sucedido en el salón del trono. Sabía que había actuado impulsivamente al decir las cosas que dijo, pero no se arrepentía. Si estaban condenándola a ser miserable, ella les haría lo mismo.
 
Kagome no era una chica rencorosa. Por años aceptó las reglas que le habían sido impuestas sin objetar. Trataba de ser una buena hija, una princesa digna, una mujer respetable.
 
Pero entonces, apareció Naraku, ganó todas esas batallas y el Rey le entregó a su hija mayor.
 
Ella observó con dolor como esa muchacha llena de vida y candor, se fue marchitando poco a poco. Seguía siendo amable, se preocupaba de los demás y siempre tenía una palabra de ánimo, pero. . . Kikyo se estaba consumiendo.
 
Todos lo habían notado.
 
Cuando trató de hablar con la Reina del asunto, ella lo desestimo, aduciendo que los cambios en Kikyo se debían a la transición de doncella a mujer casada. Pero de eso, ya había pasado un año.
 
El Rey, ni se daba por enterado; y si lo hacía, decía que eran cosas de Kikyo, que una buena esposa siempre debe estar en las mejores condiciones para atender a su marido; que fingirse enferma era el truco más viejo que mujeres frívolas siempre han usado para no complacer a sus esposos, cuando estos lo requirieran; que para ser Reina debía ser más resistente y, el colmo, que debía estar agradecida con Naraku por haber aceptado una mujer tan inútil como ella.
 
Y estas cosas se las había dicho en más de una ocasión y siempre en público.
 
Kagome nunca pudo entender la frialdad de su padre y la impasibilidad de su madre. Lo que los diferenciaba, es que la Reina al menos escuchaba y habían habido algunas pocas ocasiones en las que se interpuso al Rey por el bienestar de sus hijas.
 
La cosa es que Kikyo estaba sufriendo y al Rey, el hombre que supuestamente debía amarlas con todo su corazón y protegerlas contra todo, no le importaba.
 
Esto había despertado el rencor hacia su padre en el corazón de Kagome. Y ahora se había extendido hasta su madre.
 
Siempre había sabido que tendría que casarse con quien el Rey escogiera, pero en un rincón de su mente, albergo la esperanza que ella tendría la opción.
 
Y ahora todo se le venía encima.
 
Unos leves toques en la puerta, la sacaron de sus lúgubres pensamientos.
 
Se puso la almohada sobre la cabeza para no escuchar a quien fuera que estuviera tras la puerta. No quería ver a nadie, a menos que fuera el Rey para decirle que todo había sido una broma. Como si fuera posible.
 
Los toques continuaron, pero esta vez, una voz que Kagome conocía muy bien los acompañó.
 
“Kagome ¿Estás bien? ¿Puedo pasar?”
 
Era Kikyo. Sin dudarlo un segundo Kagome corrió a abrir la puerta. Siguiendo órdenes, los guardias habían cerrado la puerta por fuera, para que ella no saliera. Siguiendo su disgusto, Kagome había cerrado la puerta por dentro, para que nadie entrara.
 
“Kikyo ¿qué haces de pie? Deberías estar cama” Kagome tomó de inmediato a su hermana por los brazos, dirigiéndola a una de sus sillas. Era muy raro que Kikyo estuviera fuera de sus habitaciones en la noche, no solo por que su marido lo prohibía, sino por su estado de salud.
 
Pero aparte de eso, lo que más llamó la atención de la joven fue el lujoso vestido que su hermana mayor estaba usando.
 
“¿Por qué traes ese vestido? ¿Bajaste a cenar?”
 
“Ya sabes que papá exige mi presencia cada vez que hay un invitado especial”
 
“¿Invitado especial?” Por unos segundos, Kagome pareció confundida, pero cuando entendió quien era el invitado especial, sintió un frío helado recorrerle el cuerpo.
 
“¿Ya está el conde Hakudoshi aquí?” Su hermana afirmó con la cabeza “Entonces ¿Ya sabes por que fui castigada esta vez?” Otra afirmación.
 
“Lo siento tanto, Kagome”
 
Kagome notó el tono apenado de su hermana y sin poder contenerse se arrojó a los brazos de ella y una vez más, rompió en llanto.
“¡Yo sabía que algo resultaría mal!” las palabras le salían entrecortadas debido a los sollozos “¿Qué voy a hacer ahora?”
 
Kikyo trataba de confortarla lo mejor que podía, acariciándole la espalda y el cabello.
 
“Cálmate. Ya, tranquila. Todo estará bien”
 
“¿Cómo va a estar todo bien?” Kagome preguntó entre hipos “¿No te das cuenta de que mis planes se viene abajo? ¡No me puedo casar con Hakudoshi!”
 
“Tal vez no sea tan malo”
 
Los ojos de Kagome se abrieron como platos y se separó de su hermana de un golpe.
 
“Estas bromeando ¿verdad? Por favor no me digas que ya estás de parte del Rey” su voz denotaba miedo, y Kikyo sintió aún más lástima por su hermana.
 
“Claro que no, pero ¿Qué puedes hacer? La boda está programada para mañana y. . .”
 
“¡Me escaparé!” saltó Kagome “¡No voy a rendirme! ¡No me volveré una marioneta más! ¡Buscaré mi felicidad!”
 
“Kagome, cálmate ¿Cómo piensas escapar? Los guardias estarán en alerta y aún si lo lograrás ¿Qué harás estando fuera de palacio? ¿Acaso sabes como contactarlo?” Kagome sabía de quien estaba hablando Kikyo y al recordarlo, toda su excitación desapareció.
 
“No” contestó tristemente, lágrimas silenciosas recorrían sus mejillas. Parecía que ya no tenía energías para llorar abiertamente.
 
“Kagome. . .”
 
“Lo odio” lo dijo en forma cansada. Kikyo no entendía a quien se refería. “Odio a mi padre”
 
“Pero Kagome”
 
“¿No te das cuenta? ¡Todo es su culpa! ¿Por qué se empeña en destruirnos la vida?”
 
“Kagome, no creo que destruirnos la vida sean sus intenciones. . .”
 
“Por supuesto que sí. ¿No ves que solo somos un estorbo para él? ¡Nos desprecia por haber nacido mujeres!”
 
“¡Ya basta! No hables así. Es nuestro padre”
 
“Solo de nombre” se rió amargamente “La única razón por la que no se deshizo de nosotras al nacer, es por que él no es el monarca por derecho, pues de haberlo sido habría hecho lo mismo que Okitsugu” Kagome habló en forma sombría lo que hizo sentir a Kikyo un desagradable escalofrío.
 
“No puedes comparar a papá con el tío. ¡El estaba loco!”
 
Kagome levantó una ceja como preguntando ¿Cuál es la diferencia? Kikyo se sintió más incomoda con la situación. Sabía perfectamente que Kagome no veía con buenos ojos a su padre, pero oírla comprándolo con el anterior Rey, quien había sido un sociopata, le hacía darse cuenta de cuan estropeada estaba la relación entre padre e hija.
 
“Kagome, estoy de acuerdo en que muchas de las decisiones de nuestro padre son cuestionables, pero. . . se que él nos ama y no quiere lastimarnos”
 
“¿En serio? Pues lo disimula muy bien”
 
Kikyo dio un suspiro. Sabía que dadas las circunstancias no podría convencer a Kagome de las `buenas intenciones' de su padre. Ella misma no se lo creía.
 
Como fuera, Kagome no podía casarse con el conde Hakudoshi. Era un hombre inexpresivo, frío y duro. Kagome no podría resistir estar casada con él. Kikyo lo sabía muy bien, su hermana no era como ella. Kagome no era capaz de sentarse y disfrutar su infelicidad como lo hacían ella y su madre.
 
“Encontraremos una forma” dijo para sí.
 
“¿Qué?”
 
“Todo estará bien, ya verás. Ahora descansa, mañana veremos que hacer”
 
Kagome quería creer que todo estaría bien y sabía que su hermana buscaría una forma de que así fuera, aunque al final, el trabajo resultara en vano. “Gracias” dijo sinceramente, abrazando a su hermana.
 
Horas después, cuando ya todos en el Palacio estaban descansando - todos, excepto los guardias de turno - Kagome, abrazada a su almohada, seguía debatiendo cual era el mejor curso a seguir.
 
No iba a casarse, eso era definitivo. Aun cuando tuviera que atravesar una muralla de soldados, se escaparía. Ya afuera se las arreglaría para encontrar a Kouga. Su nación estaba al sur. Lo único que tenía que hacer era seguir esa ruta y eventualmente llegaría a él.
 
Su último pensamiento coherente antes de sumirse en un profundo sueño fue que nada ni nadie la detendrían.
 
- - -
 
A la mañana siguiente, el palacio estaba lleno de movimiento con motivo de la boda. Los criados se movían de un lado a otro llevando arreglos florales, cambiando cortinas, moviendo muebles y limpiando, mientras que en la cocina todo era un caos.
 
Unos cortaban tomates por aquí, otros pelaban berenjenas por allá, otro más vigilaba la olla en el fuego.
 
Todos estaban ocupados. Especialmente Jaken, quien había perdido a Rin una vez más.
 
Era muy difícil para el hombrecillo moverse en medio de las masas de personas que corrían sin ver por donde iban.
 
Lo que más molestaba a Jaken era que nadie le daba razón de haber visto a Rin. Era como si la chiquilla se desvaneciera por completo.
 
No la había visto desde su discusión frente al cuarto de costura el día anterior. La Princesa Kikyo había estado descansando, la Princesa Kagome había estado encerrada y la Reina se había pasado toda la tarde en el salón del trono, así que no entendía adonde se había ido a meter la niña. Ni siquiera se presentó a la hora de cenar. Sus majestades no se dieron cuenta de su ausencia porque se encontraban ocupados con el conde Hakudoshi.
 
Jaken tenía la leve sospecha de que ese era el motivo de Rin para esconderse, por lo que decidió esperar por ella frente a la puerta de su habitación, pero no apareció.
 
Cuando ya era muy tarde, escuchó ruidos dentro del cuarto y cuando se asomó a ver, pudo divisar a Rin sobre su cama envuelta entre las sábanas.
 
¿Cómo había llegado allí sin que él lo notara? ¿Se habría quedado dormido mientras la esperaba? ¿Había estado Rin en su cuarto todo el tiempo?
 
Muchas preguntas que necesitaban respuesta.
 
Tenía que encontrarla.
 
- - -
 
Kagome caminaba por uno de los pasillos que daban al jardín interno. Tenía prohibido acercarse a cualquier lugar que tuviera conexión con el exterior de Palacio.
 
Decir que estaba deprimida era sobreentendido.
 
Su padre le había dado permiso de salir de su habitación solo si prometía comportarse. Ella accedió, principalmente, por que tenía que buscar la forma de salir del palacio, cosa que no podría hacer si se quedaba en su recámara hasta la hora de la boda.
 
Se había decepcionado enormemente cuando se dio cuenta de que solo podía moverse dentro de la zona interior del palacio. Pero no se daba por vencida. Mientras daba vueltas alrededor del jardín, sus ideas daban vuelta dentro de su cabeza, desesperadamente buscando una solución.
 
Al menos, se había librado de ver al conde Hakudoshi. El tipo obviamente estaba más interesado en conocer que propiedades le serían cedidas que en conocer a su futura esposa.
 
Caminó hasta el centro del jardín y se sentó a la orilla de la fuente que ostentaba un pez de enormes proporciones que sacaba agua por la boca. Ella siempre se había preguntado si era posible que existieran animales tan grandes. Los únicos peces que había visto le habían servido de cena y ninguno era tan grande como el de la fuente.
 
Pero esta vez, tales reflexiones estaban lejos de su mente, así como la apreciación de la belleza de las flores que se abrían a los rallos del sol.
 
“¡KAGOME!”
 
Tan ensimismada estaba, que el gritó la sobresalto, se resbaló sobre el borde de la fuente, se fue de espaldas y cerró los ojos esperando la mojada.
 
El golpe nunca llegó, al contrario, sintió que algo la jalaba en la dirección opuesta. Abrió los ojos y vio a Rin sujetándola de la muñeca con ambas manos en un intento desesperado por mantenerla seca. Al darse cuenta de lo que sucedería si Rin perdía su resistencia, como pudo se incorporó sobre el borde y se sentó derecha.
 
“Tienes que dejar de hacer eso. Uno de estos días vas a lastimarte”
 
Kagome no podía creer lo que oía. Rin había sido la razón de su casi accidente al gritar de esa forma - otra vez - y ahora la estaba regañando como si ella fuera la responsable.
 
“Pues tienes que dejar de gritar así” dijo un tanto insegura ante la autoridad en la voz de su hermanita.
 
“Entonces deja de parecer boba”
 
Kagome iba a responder, o al menos tratar de responder, pero Rin no la dejó. Levantó una mano para señalarle que guardara silencio y tomando una actitud de madurez que Kagome nunca había visto en ella, dijo.
 
“Tenemos que hablar”
 
Rin aún tenía la mano alzada y Kagome aún estaba confundida, así que solo atinó a mover la cabeza en forma afirmativa.
 
“Realmente no serás feliz si te casas con el conde ¿Verdad?”
 
Kagome no tenía palabras. ¿De donde salía esta conversación? ¿Quién le había dicho a Rin acerca de su recelo acerca de la boda? Ni Kikyo ni su madre se atreverían y si lo había hecho un criado, este podía prepararse para perder la cabeza.
 
“Rin ¿de que. . .?”
 
“¡No! ¡No me niegues la verdad! Soy joven, no estúpida. ¡Contesta a mi pregunta!”
 
Kagome se quedó sin habla ante la firmeza en la voz de Rin. No estaba segura de cómo responder ¿Con la verdad? Eso es lo que su hermana pedía.
 
Kagome tomó aire, tratando de calmar su acelerado corazón. Una cosa era hablar de estos asuntos con su hermana mayor, quien ya era una mujer, casada y con amargas experiencia, seguramente. Era una muy diferente hablar al respecto con su hermana menor, una niña ingenua que creía en las hadas y en la magia.
 
Pero al ver los brillantes ojos de Rin, no vio en ellos la inocencia habitual. Había algo más. ¿Sabiduría quizás? Fuera lo que fuere, convenció a Kagome de hablar sinceramente.
 
“No Rin, no seré feliz si me caso con el conde”
 
Kagome vio como Rin asentía con la cabeza tristemente “Entonces no hay remedio” la escuchó decir.
 
Rin se agachó a recoger del suelo un paquete que había tirado al ayudar a su hermana. Era un trozo de tela desgastada que cubría algo que parecía ser más tela.
 
“Esto lo tomé del cesto de ropa limpia de los criados. Creo que te queda” dijo Rin en tanto que movía la tela para mostrar a su hermana el contenido.
 
Era un vestido de campesina, manchado, pero en buenas condiciones.
 
Kagome miró a Rin con desconcierto.
 
“No entiendo”
 
“Si vas a escapar, no puedes hacerlo vestida de Princesa, tendrás que disfrazarte”
 
Kagome enmudeció.
 
“También traje un velo para que te cubras el cabello y la cara. Ya sabes, para que nadie te reconozca”
 
“Rin ¿Cómo. . .?” a Kagome le faltaban las palabras ¿Cómo se enteró de sus intenciones de escapar? ¿Kikyo le habrá contado? No. No es posible.
 
“Yo me doy cuenta ¿Sabes?” siguió Rin “Me doy cuenta de lo que sucede con Kikyo” mantenía su cabecita agachada, por lo que Kagome no podía verle el rostro, pero por la voz, era fácil deducir que la chiquilla estaba a punto de llorar.
 
Sintió su corazón oprimirse. Al igual que todos los demás, había subestimado a su hermana. Rin estaba creciendo y con la pérdida de la infancia, llegaba la pérdida de la bendita ignorancia.
 
Iba a moverse a abrazarla pero entonces Rin levantó la cara y Kagome se paralizó.
 
Los enormes ojos de Rin brillaban con mayor intensidad debido a las lágrimas que rehusaba dejar caer, pero lo que detuvo a Kagome fue la determinación que vio en ellos.
 
“Si eso mismo va a pasarte a ti si te casas, prefiero que te vayas” Una lágrima rebelde resbaló por su mejilla, Rin la removió con un movimiento firme de su mano sin desviar la mirada.
 
Una sonrisa vacilante se formó en su rostro pero la firmeza de su mirada nunca disminuyó.
 
“Aunque te extrañe, yo te ayudaré a escapar”
 
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N/A
 
Y ese fue el segundo capítulo.
 
¿Qué tal? ¿Aburrido? ¿Entretenido? Déjenme saber.
 
Para todos los que se lo pregunten, Inuyasha sí va a aparecer ¿Cuál va a ser su papel? Ya verán. º_-
 
Gracias por haber leído. Espero haber picado su interés lo suficiente como para seguir adelante.
 
Bye.