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Capítulo 3: Sorpresas
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Kagome se encontraba en la peor situación de su vida.
Sola, sin dinero, sin comida, enlodada de pies a cabeza, tirada en medio de una callejuela mugrosa y mal oliente, con personas y animales igual o más mugrosos y mal olientes que las mismas calles y que ni siquiera tenían la decencia de disculparse cada vez que casi la aplastaban con sus cargas.
Estaba hecha un mar de llanto.
¿Cómo había llegado a ese estado?
A, sí. . . se había fugado de palacio.
Kagome se había sorprendido al enterarse de como la pequeña Rin se las había arreglado tantas veces para escapar de Palacio y su sorpresa fue mayor al descubrir que la niña seguía haciéndolo. Solo que ahora con Jaken como su guardián, se veía obligada a ser un poco más discreta para que no la descubrieran.
Luego de su conversación en el jardín interno de palacio, ambas habían acordado reunirse cerca de la cocina inmediatamente después del almuerzo, ya que Kagome había sido convocada al Comedor Real, para ser, finalmente presentada a su futuro flamante esposo. Si faltaba a la cita, comenzaría a buscarla inmediatamente, y necesitaba de al menos dos horas de ventaja
No había quedado particularmente impresionada con el conde Hakudoshi. Era un tipo alto, de 25 años, pálido y con el cabello casi blanco. Un albino.
Ella no tenía prejuicios, pero de todas formas no se iba a casar con él. Además, después de haber visto a Kouga, consideraba que no había en el mundo otro hombre digno de merecer su atención.
Comió todo lo que pudo, sin importarle los comentarios de su padre acerca de que `las buenas mujeres no comen como cerdos'. Una breve mirada al conde le hizo saber que el tipo no podía estar menos interesado en ella y en su falta de modales. Estaba tan serio que parecía piedra. De no saber que era una persona real, ella habría deducido que era un ornamento más del comedor.
En cuanto terminó, se disculpo, rogando para sus adentros que no la obligaran a quedarse. Afortunadamente para ella, su padre estaba `bastante disgustado' con su conducta en la mesa y la despidió.
Corrió de inmediato a su cuarto a cambiarse de ropa, y en un pequeño saco metió unas cuantas cosas de valor: una gargantilla, un par de pendientes, dos figurillas de plata. Habían sido regalos de sus hermanas, por lo que ni el Rey ni la Reina podrían reclamarle el haber tomado cosas que no le pertenecían.
Tomar las cosillas había sido consejo de Rin.
“Podrás vender los objetos en el mercado. Será dinero suficiente para que compres un animal de carga que te lleve en su lomo y tendrás para comida y hospedaje. También podrías contratar un guía”
La niña lo había dicho con tanta sencillez, que Kagome no pudo evitar preguntarse que era lo que Rin hacía cada vez que se escapaba y cuantas de las cosas que habían en su habitación eran producto de sus increíbles dotes de comerciante.
Finalmente, en un lacillo fino pero resistente, ella ató el único artículo de la realeza que llevaría consigo: su anillo
Todos los miembros del núcleo de la familia real - padre, madre e hijos - tenían un anillo que los acreditaba como miembros de la misma. Era la evidencia de su sangre azul. Si algo le ocurría en el camino, esa era la única forma de comprobar su identidad.
Aseguró el lacillo con un fuerte nudo y se lo colocó alrededor del cuello, asegurándose que el anillo quedara oculto entre sus ropas.
Finalmente, se colocó el velo en la cabeza y con cuidado de que nadie la viera salir de su habitación, se dirigió a la cocina. Ya ahí, Rin la condujo por la parte trasera que era en donde los animales eran sacrificados para luego cocinarlos.
Por demás está decir que el terrible olor por poco la hace vomitar. Rin aprovechó para darle otra más de sus sabias recomendaciones.
“Más te vale que aprendas a no ser tan susceptible a los malos olores y a la suciedad. La ciudad está llena de esos”
Tuvo que tragar grueso. Se repitió que lo que estaba haciendo lo hacia por Kouga y por la felicidad que podrían compartir.
Más allá del sucio cuarto había una puertecilla que daba a las porquerizas y los gallineros.
A Kagome le maravilló que hubieran podido salir de la inmensa cocina llena de sirvientes sin que nadie las notara. Rin poseía una gran habilidad para pasar desapercibida cuando se lo proponía, y eso que ella no iba disfrazada.
Uno de los gallineros estaba junto al muro que daba uno de los patios exteriores. Rin la llevó atrás del gallinero. Kagome se dio cuenta de que entre la pared del corral y el muro había un pasaje extremadamente angosto.
Sin ninguna dificultad, Rin se metió por el pasillo y le hizo señas que la siguiera. Sería imposible no ensuciarse. No teniendo otra alternativa, la siguió.
Solo habían avanzado unos pasos cuando Rin se agachó de improviso. De inmediato Kagome supo la razón. Allí abajo, había un hueco de casi un metro de alto y cincuenta centímetros de ancho. Para Rin no representaba problema alguno meterse por ahí, pero para Kagome era otro asunto.
Cuando finalmente logró pasar, notó que la parte del jardín al que habían llegado era el final del mismo. Solo había tres metros entre el muro que acababan de atravesar y la gigantesca pared que conectaba con el exterior.
Después de asegurarse que no había riesgo de ser descubiertas, Rin se dirigió hacia una roca circular que se encontraba en la esquina que daba al exterior y parecía enclavada al piso. Con señas silenciosas le pidió a Kagome que la ayudara a moverla. La sorpresa de la mayor fue grande al comprobar que la piedra en realidad no pesaba casi nada.
Una vez removida, quedo en el piso un hueco lo bastante ancho como para que un hombre grande pasara por él sin dificultad. Kagome quiso preguntar que significaba eso, pero Rin no le dio tiempo, se metió por el hueco, utilizando los brazos para sostenerse y así llegar al piso, que Kagome calculó, estaba a metro y medio más abajo.
Tuvo razón. Cuando fue su turno de bajar, no le costó mucho llegar al suelo, y cuando afirmó sus pies en el piso de tierra, parte de su cabeza sobresalía por el agujero.
Por indicaciones de su hermana se agachó. El interior estaba oscuro, pero pudo observa un túnel que se alargaba en dirección al muro exterior. Moviéndose a gatas, siguió a Rin. Después de arrastrase por un rato, el túnel comenzaba a mostrar una inclinación. Cuando llegaron al tope, parecía que el hueco de salida estaba bloqueado por maleza.
Abriéndose paso entre las ramas, por fin pudieron salir. Estaban en medio de un bosque, a unos pasos del muro exterior de palacio. De inmediato Kagome comenzó a sacudirse las ropas y el cabello ¡Que asco!
Su hermana había meneando la cabeza desaprobatoriamente.
“En serio, ¿Cómo piensas sobrevivir aquí afuera si eres tan quisquillosa?”
Kagome había considerado contestar, pero Rin había seguido hablando.
“Hasta aquí te puedo acompañar. Tendrás que seguir sola”
En ese momento, Kagome había sentido un nudo en la garganta al comprender el significado de esas palabras.
Hasta entonces, había estado tan sumergida en el proceso de escapar que no había tenido tiempo de sentir tristeza por lo que lograr su objetivo significaba.
No volvería a ver a su familia.
Los ojos se le habían llenado de lágrimas y se dio cuenta de que Rin también estaba llorando.
“¿El es bueno?” Había preguntado la niña en un susurro. Kagome no había entendido a que se refería. Notando su confusión, Rin había seguido “El hombre. . . al que vas a ver”
Kagome había sentido un golpe en el estómago. Estaba dejando a su familia por un hombre.
No era momento de sentir culpa. Si se quedaba iba a ser muy infeliz. Kikyo lo entendería, necesitaba asegurarse de que Rin también lo hiciera.
“Rin. . .” Se le había ocurrido un gran discurso acerca de seguir los designios del corazón y muchas otras cosas cursis, pero la mirada de Rin, le indicó que la chiquilla solo quería saber si ella estaría bien.
“Si, él es muy bueno” El corazón se le estaba oprimiendo y las lágrimas caían libremente “Las voy a extrañar tanto”
Las hermanas se abrazaron, permaneciendo así por varios minutos. Cuando finalmente se separaron, Kagome miró a Rin directo a los ojos.
Kagome había expresado su preocupación acerca de lo que el Rey haría si se enteraba de que Rin la había ayudado a escapar.
Rin desestimó sus temores, aduciendo que a los ojos de los mayores - exceptuando a Jaken - ella no era más que una niñita tonta. Nadie sospecharía de ella. También le hizo ver que ya que Kikyo había sido forzada a participar de la comitiva de bienvenida para el conde Hakudoshi, tampoco ella sería objeto de dudas.
Después de largos minutos en los que ninguna quería decir adiós, Rin decidió actuar como la adulta.
“Se feliz”
Fueron sus últimas palabras antes de desparecer a través del hueco por el que habían salido.
Ya sola, Kagome se había dado a la tarea de inspeccionar sus alrededores. Cualquier cosa para vencer la tentación de volver por donde había venido. Siguiendo las indicaciones de su hermana, tomó camino hacia la derecha, llegando finalmente a una de las puertas laterales de la ciudad y luego de mucho preguntar, había encontrado el mercado.
Nunca había visto tanta gente en un mismo sitio. Hombres y mujeres gritaban ofreciendo sus mercancías; niños corriendo de un lado a otro seguidos de animales; borrachos tirados en la calle, mujeres ancianas pidiendo limosna.
Y Rin había tenido razón. El lugar apestaba.
Había encontrado la casa de empeños en el lugar justo que Rin había dicho y luego de vender uno de sus pendientes - por consejo de Rin, era mejor que fuera vendiendo sus posesiones poco a poco, para no levantar sospechas - salió a buscar una venta de caballos.
Era obvio que nunca había estado sola en la ciudad, pues llevaba su bolsita con el dinero y sus prendas de valor descuidadamente en las manos.
Había tardado varios segundos en darse cuenta de lo sucedido. Un muchachito había pasado a toda velocidad, tumbándola al suelo y arrebatándole sus pertenencias. Cuando finalmente los hechos se registraron en su cabeza, salió corriendo en la misma dirección que había visto al chico seguir.
Corrió por varios minutos, tarea nada fácil estando en el centro de la ciudad. Cuando se detuvo a tomar aliento, se dio cuenta de que había salido del mercado. Había llegado a una zona de casitas mal trechas y niños desnutridos. Las ratas parecían adorar el lugar.
No había encontrado rastros del muchacho y cuando se disponía a volver sobre sus pasos al mercado - tal vez tenía mejor suerte buscándolo allí - escuchó el relincho de unos caballos y el golpe de unos cascos acercándose a gran velocidad.
Apenas tuvo tiempo de hacerse a un lado, cuando un carruaje tirado por cuatro caballos pasó casi volando. Tan apresuradamente quiso apartarse que no se dio cuenta hacia donde iba, se tropezó con el dobladillo de su vestido y calló de bruces en medio de una laguna de fango.
Cuando finalmente pudo encontrar el camino de vuelta al mercado, llevaba la cara gacha por la vergüenza al tener que presentarse en público con su facha actual, por lo que no se fijó y fue a chocar de lleno con un hombre enorme, quien al ver su deplorable estado, seguramente la había confundido con una mendiga, y disgustado le dio un empujon que la mando al suelo.
Y así es como terminó tirada en medio de la calle.
Tratando de sacudir la mala experiencia de su cabeza, trató de contener las lágrimas y decidió que debía tratar de pedir ayuda.
Lógicamente, la reacción de las personas era casi la misma del tipo grande.
Estaba consciente de que su aspecto no era el más presentable, pero no lograba entender por que la gente la trataba así. Era una dama en necesidad. Debían haber personas de buen corazón dispuestas a ayudar ¿Cierto?
Dio un vistazo a su alrededor.
Niños con andrajos por ropa, mujeres embarazadas y descalzas guiando a media docena más de niños, ancianos compartiendo las migas que caían al piso con los perros que pasaban por ahí.
Parece que no hay muchas buenas personas por aquí.
Sintió que el corazón se le oprimía nuevamente, pero esta vez por un tipo diferente de tristeza.
Mi padre debería estar cuidando de esta gente en lugar de estar pensando en entregar a sus hijas a buenos para nada, que lo único que quieren es obtener las riquezas del reino para sí mismos y que no harán nada por ayudar al pueblo.
Y también sintió un poco de culpa.
¿Qué derecho tengo de criticar? Yo tampoco hago nada por ellos.
Sacudió la cabeza para despejar sus ideas. No había nada que ella pudiera hacer de todas formas. Las mujeres no podían participar en la política del país. La única razón por la que su madre debía estar en todo momento en el salón del trono era porque ella era la reina legítima, su opinión no era necesaria, solo su firma en los documentos legales.
Un hombre desaliñado y mal oliente que no había notado tirado cerca de ella, la tomó de la falda.
“¿Tienes dinero?”
De la impresión, Kagome perdió el equilibrio una vez más y calló sobre su trasero dando un grito, tanto por el susto como por el golpe.
“Dame dinero” insistía el hombre en una voz débil
Kagome luchaba por zafarse de él mientras gritaba por ayuda.
Los traunsentes simplemente los ignoraban. Kagome estaba cayendo en la cuenta de que llegar a Tarus, el hogar de Kouga no sería nada fácil.
Como pudo se zafó del agarre del hombre y huyó de allí. Se sentía emocionalmente agotada. Solo serían como dos horas desde que salió de Palacio, y ya estaba considerando regresar.
Cuando se le pasó el susto, pudo recuperar el control lo suficiente como para sopesar sus opciones. Sin dinero tendría que encontrar otra forma de llegar a su destino.
Después de varios minutos pudo orientarse - las indicaciones de Rin no sufrían de falla alguna, la chica realmente conocía el lugar - y encontró el camino hacia donde se suponía debía comprar su transporte.
Habían caballos, burros y mulas amontonados en pequeños corrales. Lo primero era limpiarse lo mejor posible si quería que el dueño del negocio no la viera como una pordiosera más. Encontró unos recipientes con agua, supuso que eran para dar de beber a los animales, así que suprimiendo su asco, se lavó la cara y los brazos.
El vestido era caso perdido.
Se arregló el cabello, o al menos trató. Divisó a un hombre de mediana edad que hablaba animadamente con otras personas a un lado de los corrales. Llevaba puesto un delantal y tenía en la mano una bolsa que parecía contener dinero. El hombre estaba acariciando a un burro.
Ese debe de ser el dueño.
Armándose de valor, inhaló profundamente y se dirigió a él.
“Disculpe, señor”
El hombre volvió sus negros ojos hacia ella. Las otras personas que estaban con él, parecieron asqueadas al verla e inventando una disculpa se retiraron.
Kagome las ignoró lo mejor que pudo. No estaba acostumbrada a ser vista de menos ¡Era una Princesa!
No, ya no lo soy. Deserté.
“¿Qué se te ofrece?” preguntó el dueño del negocio en forma simple. A él tampoco le hacía gracia verla allí.
Kagome se sentía indignada. Sabía que ella misma se había metido en el lío en que estaba, pero su orgullo estaba siendo lastimado más allá de lo que podía soportar. Aún así, se obligó a mantener la calma y se dijo a sí misma que si quería recibir ayuda, debía actuar con humildad, después de todo, ninguna de estas personas sabía quien era ella.
“Perdóneme, por favor, pero estoy desesperada. Se suponía que debía partir hoy de la ciudad pero fui asaltada por un grupo de hombres desalmados, sé que estoy mintiendo, solo fue un niño, pero tal vez si le provoco suficiente lástima me ayude. Por favor Dios, no me lo tomes en cuenta, me lastimaron y me quitaron todo lo que tenía y luego me tiraron en el fango y. . .”
Hizo una pausa para fingir que se limpiaba una lágrima. Tenía los ojos rojos, después de todo solo hacía unos minutos que había estado llorando de verdad.
“Y estoy sola en la ciudad, no tengo a nadie a quien acudir. Por favor, ¿Podría ayudarme?”
El hombre le dedicó una mirada dubitativa. Parecía estar acostumbrado a oír cuentos chinos.
“Mira, niña, no tengo dinero. . .” comenzó a hablar el hombre.
Mentiroso. Yo te vi con el dinero en la mano. “No. No estoy pidiendo dinero” Kagome no podía creer que se estaba rebajando a suplicar por ayuda. “Solo necesito un transporte para ir al sur”
“¿Y quieres que te regale uno de mis animales?” El tono del hombre era de incredulidad “¿Qué crees? ¿Que nací ayer?”
“Señor, voy a reunirme con mi prometido. Él tiene mucho dinero. Si envía a alguien conmigo estoy segura de que él le pagará generosamente por sus molestias” Kagome se sentía orgullosa de si misma, si lograba convencerlo conseguiría no solo un animal sino también un guía.
“Escucha, jovencita, no me importa si vas a reunirte con el mismísimo Rey, no soy tonto, no voy a darte nada”
“Pero. . .” Esta vez, no tuvo que fingir llorar. Las lágrimas que estaba derramando eran muy reales.
“Oye, te diré algo” Kagome sintió algo de esperanza. Al parecer, el tipo era sensible a las mujeres que lloran “No voy a darte un animal” Ella frunció el ceño decepcionada, pero escuchó atentamente a ver que más decía “Pero, se de una forma en que puedes llegar al sur”
“¿Sí? ¡Dígame!”
“No sé que tan lejos vas, pero hay unas personas que vienen cada semana desde Himeshi, eso está al sur. Tal vez ellos puedan ayudarte al menos a avanzar en el camino”
Como Princesa, Kagome estaba obligada a aprender acerca de los pueblos y ciudades que formaban su país. Nunca había estado en ese lugar, pero sabía que estaba a varios Kilómetros al sur. Algo era mejor que nada.
“Eso me serviría de mucho ¿Están aquí? ¿Sabe donde puedo encontrarlos?”
“De hecho tienes suerte, justamente los acabo de ver” contestó el hombre, placidamente. Seguramente sentía que estaba haciendo su buena obra del día. Se subió en una escalerilla que servía para ayudar a sus clientes a subir a los caballos que les rentaba y con la mirada escaneó el lugar.
Después de un rato, le hizo señas para que subiera a la escalerilla con él. Kagome tenía sus dudas, ese objeto no parecía lo suficientemente sólido para sostenerlos a ambos. Ella era muy delgada, pero él, realmente necesitaba ponerse a dieta.
Que más da. Con todas las veces que me he caído hoy, una más no importará tanto.
Con cuidado subió con él. El vendedor señaló con el dedo hacia cierto lugar del mercado, la sección de los cerdos. “¿Ves esos dos hombres? ¿Capas azules?” Kagome fijó su mirada y asintió con la cabeza en cuanto los vio.
“Esos son ellos” siguió el hombre “Pero se precavida. No tienen un carácter dulce, que se diga”
El comentario la intrigó, pero estaba decidida a enfrentarse a lo que fuera.
Agradeció vagamente al vendedor y se dirigió apresuradamente hacia el lugar en que viera a los hombres.
Logró divisarlos a solo unos pasos de ella. Aspiró profundamente, y se dispuso a hablarles.
“¡Mal nacido! ¡Voy a despedazarte!”
No fue tanto la frase lo que paralizó a Kagome, sino el tono con el que fue dicha. Ese tipo de la capucha no estaba fanfarroneando.
“Cálmate amigo. Si lo matas, no podremos hacer el negocio”
Esa era la voz del otro hombre, el que no usaba capucha. Tenía el cabello negro y largo. Parecía gentil.
“Mejor, deja que nos de primero el dinero y luego te ayudo a descuartizarlo”
O tal vez no.
“Si no les parece justo el precio, pueden ir a hacer negocio a otra parte”
El dueño del negocio por su parte se esforzaba en poner una pantalla de impavidez, pero para cualquiera con ojos era obvio que estaba aterrorizado.
“¿Justo? ¡Es un robo! ¡Sinvergüenza!”
Kagome pensó que si pudiera verle la cara al tipo de la capucha, seguramente vería las venas sobresaliéndole por todo el rostro.
“¿Qué te crees? ¿Qué nacimos ayer?”
“Voy a llamar a la guardia” Dijo el asustado comerciante, tragando saliva dificultosamente.
“Eso estaría bien. Hace mucho que no rompemos huesos de guardia” Dijo el tipo del cabello negro, tronándose los dedos y aflojándose los hombros “Sería buen calentamiento para luego romperte los tuyos”
El otro hombre flexionó sus puños. La postura de su cuerpo simulaba un oso listo a atacar. Al menos un oso como los que aparecían en los libros que ella leía. Nunca había visto un oso en persona y si daban tanto miedo como el hombre frente a ella, definitivamente no quería ver uno jamás.
Ella se agazapó tras una carreta. Estaba segura que pronto habría violencia. Los pasantes se habían conglomerado alrededor de los contrincantes. A ellos no parecía molestarles la posibilidad de ver sangre derramada.
“¡Está bien! ¡Está bien!” gritó el comerciante afligido “Les pagaré la cantidad que piden”
“Ya era hora de que usaras tu cerebro” Dijo el de la capucha despectivamente. Su cuerpo parecía comenzar a relajarse.
El otro hombre por su parte, parecía decepcionado “Y con las ganas que tenía de una buena pelea”
Los tipos tomaron su dinero y la multitud se dispersó.
Kagome se horrorizó al notar que los dos hombres se dirigían hacia donde ella estaba.
Había estado decidida a enfrentarse a lo que fuera, pero esos hombres eran realmente violentos, podrían lastimarla.
Encontraría otra forma de llegar a Terus.
Se dio la vuelta para retirarse, pero entre la multitud vio venir unos soldados a caballo. Seguramente era la guardia del gobernador que venían a ver cual era el alboroto.
Decidió que si ese era el caso, no había forma de que la reconocieran. La guardia del gobernador nunca entraba a Palacio.
Dio unos pasos para alejarse, pero en cuanto vio la insignia real en las ropas de los jinetes, giro 360 para irse por el otro lado. Iba a bordear la carreta cuando notó que por el otro lado también venían guardias reales.
¿Acaso ya descubrieron que me escapé?
Entro en pánico y desesperada buscó una vía para huir. Los guardias rodearon el lugar. Era obvio que sí estaban buscando algo.
Kagome supo que era a alguien.
Kagome vio la carreta y decidió que era su mejor opción. La carreta estaba llena de mantas que parecían sucias, pero no tenía otra alternativa. Se subió y se cubrió con una de las mantas.
Los jinetes se acercaron hasta donde ella estaba y los escuchó hablar.
“¿Alguna noticia?” Habló uno.
“Nada. No ha llegado nadie extraño a la ciudad” Contestó otro
“¿Y la Princesa?” Preguntó el primero
“Tampoco la han visto” Uno más habló
“Demonios, el Rey nos va a decapitar de seguro”
“El Comandante Hojou lo convencerá de lo contrario. No nos rindamos, tenemos que encontrarla”
En ese momento, la carreta comenzó a moverse.
Que pasa ¿A dónde vamos?
“¡Oye tu!” Se oyó gritar a uno de los soldados.
“¿Qué sucede?” Se oyó contestar al conductor de la carreta con voz gruñona.
Kagome sintió que se quedaba sin respiración. Era el tipo de la capucha.
“No son de por aquí ¿Cierto?” Preguntó el soldado
“No” Contestó secamente el encapuchado.
“¿De donde vienen?”
Hubo una pausa. Kagome pudo imaginar al tipo contestando `¿Qué te importa?' Después de todo, parecía haber estado listo para liarse a golpes con quien se le pusiera en el camino.
“Himeshi” Dijo al fin, sin emoción.
“¿Qué hay en la carreta?”
“Mantas y cacharros sucios. Transportábamos cerdos”
Kagome se sintió a punto de expulsar su almuerzo. Se cubrió la boca con ambas manos en un intento de detener el impulso de su estómago y también para no gritar de horror.
Por eso es que este lugar apesta tanto.
“¿Han visto a alguien sospechoso en los caminos?” Continuó el soldado
“No” Volvió a contestar el tipo en tono aburrido.
“¿Están seguros?”
“Completamente, oficial” Habló animadamente el otro hombre “Los caminos están tan seguros como siempre. Solo los habituales robos y asesinatos cometidos por los delincuentes de costumbre”
“Estoy seguro que la guardia de las gobernaciones hace todo lo posible por limpiar nuestro país de esos parias” Se defendió el oficial
“Estoy seguro” Afirmó el otro hombre.
“¿Podemos irnos ya? Tenemos que llegar a Himeshi al anochecer y gracias a un imbécil ya estamos fuera de tiempo” Intervino el encapuchado.
Sí, por favor, déjenlos y váyanse para que yo me pueda bajar. ¡Ya no soporto!
“Pueden irse. Pero recuerden estar alertas. Requerimos de la ayuda de todos los ciudadanos para mantener nuestro país libre de invasores”
Sí. Sí. Dios nos libre de que alguien trate de venir y adueñarse del trono. ¡Un momento! Mi ilustre padre, el Rey, ya hizo eso.
Ajeno a los debates de la oculta Princesa, el guardia continuó su discurso “Es deber de cada uno mantener los bienes nacionales dentro de nuestro reino, ya que es el resultado del esfuerzo de nuestros habitantes”
“Por supuesto, oficial. ¿A quien de nosotros, fieles contribuyentes, nos gustaría ver como el Rey pierde todo el producto de nuestros esfuerzos?”
Kagome pensó que si el soldado no captó el sarcasmo en la voz del encapuchado, su padre no estaba poniendo en buen uso el producto del esfuerzo de los `fieles contribuyentes'. Tuvo que taparse de nuevo la boca, esta vez para no reírse.
Si tan solo su padre realmente se preocupara del país.
Sintió la carreta moverse de nuevo y se apresuró a acercarse al borde. Levanto la manta con cuidado y de inmediato volvió a cubrirse. Los soldados iban montando detrás de la carreta.
¿Por qué vienen por este camino? ¡Váyanse!
Por supuesto, los soldados no poseían poderes telepáticos, por que siguieron tras la carreta por un buen rato.
“¿Qué hacen esos bastardos siguiéndonos?” Se escuchó al encapuchado hablar.
“Seguramente escucharon del escándalo que estabas armando en el mercado y quieren asegurarse que no seas una amenaza para nuestro ilustre Rey” Contesto el compañero. Su voz se oía fuera de la carreta. Kagome supuso que iba montando al lado.
“¿Yo? ¡Solo estaba reclamando lo que es justo!”
“Ya lo sé, mi amigo, pero ¿Tienes que ser tan malhumorado?”
“Tú lo amenazaste con romperle los huesos”
“¿Y?”
“¿Y? Si mal no recuerdo, las últimas veces que hemos viajado juntos, has sido tú el que ha terminado golpeando a cuanto tipo se le ocurría mirarte mal”
“Soy una persona sensible”
“Sí, claro” Bufó el encapuchado “Ya mejor déjame en paz antes de que me desquite el enojo contigo”
“Con ese carácter nunca encontraras una esposa”
“Bien, porque no estoy buscando”
“Anímate, los soldados ya se están alejando”
“Saltaré de alegría. Toma la retaguardia” Ordenó
“¿Por qué eres tan mandón?”
“Por que soy el que manda”
“Eres imposible”
Kagome había escuchado la plática y cuando el hombre sin capucha había mencionado que los soldados ya se iban, se alegró y se dispuso a prepararse a bajar, pero entonces el encapuchado le había dicho al otro que se pusiera tras la carreta. Casi gritó de la frustración.
Escuchó un caballo disminuir velocidad y luego comenzar a seguir la carreta. Se asomó un poquito y sintió deseos de estrangular a ambos tipos. Ahí estaba el hombre de pelo negro, montando tras la carreta. Se dispuso a bajar de todas formas. Lo más que podrían hacer los tipos era gritarle, pero para su decepción, el encapuchado fustigó sus caballos y la carreta que hasta ese momento había llevado un avance lento, pareció comenzar a volar.
Se sujeto con todas sus fuerzas. Estaba atrapada.
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“Ya deja de llorar. No debes mostrarte débil ante nuestros vasallos”
“¿Cómo me pides eso?”
Hiromi Higurashi lloraba desde el fondo de su corazón. No podía creer que su segunda hija había desaparecido de nuevo. Y en esta ocasión, no había ningún rastro que seguir.
“Nuestra hija puede estar en cualquier lugar”
El Rey, se paseaba impacientemente de un lado a otro del salón.
“No puedo creer que esto pasara justamente hoy. Afortunadamente, no invité a ningún dignatario de los países vecinos” Meneo la cabeza con frustración “Lo que pensaran de mi los nobles”
“No lo puedo creer Jirou” Habló Hiromi con recelo “¡Nuestra hija esta perdida! ¿Qué tal si la lastiman esta vez? ¿Has pensado en eso?” La Reina iba alzando la voz con cada sílaba que pronunciaba.
El Rey solo la miraba inmutable.
Hiromi meneó la cabeza. No podía. No. No quería imaginar lo que su esposo pensaba o sentía.
“Seguramente no te importa” Finalizó en un murmullo.
Estaba cansada.
Su vida debió ser diferente, pero gracias a que su tío, el rey Okitsugu Higurashi, perdió la razón asesinando hasta al último de su linaje, el peso de la corona recayó en la única sobreviviente de la masacre. Ella.
Por años estuvo agradecida con el comandante Hojou, padre, por haberla protegido tan celosamente. Pero habían momentos, como el actual, en el que llegaba a pensar que realmente no había valido la pena.
Jirou habló finalmente. Pero lo hizo en un tono tan suave que la Reina no estuvo segura de haberle escuchado correctamente.
“Entonces, no descansaré hasta que los responsables mueran por mi propia mano”
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Kagome casi se había acostumbrado al hedor de la carreta. Casi.
Había decidido ver las cosas por el lado bueno. Estos hombres iban rumbo al sur, todavía había un larguísimo trecho antes de llegar a la frontera, pero al menos esto la avanzaba en el camino.
Cuando llegaran a Himeshi, buscaría alguna persona amable que la quisiera ayudar. Esperaba que no todos los aldeanos fueran unos trogloditas como con los que `viajaba'
Los tipos se habían quedado callados. Básicamente, por que no era fácil mantener una conversación cuando las personas se encontraban a tres metros una de la otra. No es que le interesaran los temas de conversación de los dos hombres, sino que habría sido más fácil soportar el largo viaje si al menos hubiese tenido algo con que distraerse.
Después de lo que pareció una eternidad, disminuyeron la velocidad. Kagome podía escuchar el sonido distintivo de una ciudad. Aldea, en este caso.
Se oían risas de niños, mujeres gritándoles a esos niños, hombres gritándoles a las mujeres que no le gritaran a los niños y las mujeres gritándoles a los hombres que se callaran.
“Mi querido amigo, aquí nos separamos” Se oyó decir al del caballo
“Ya era hora” Contestó el de la carreta. Parecía aliviado
“Quisiera seguirte agradando con mi presencia, pero mi mujercita debe estar ansiosa por mí”
“¿Qué tendrá en la cabeza?”
“No te preocupes, un día encontraras alguien capaz de aguantarte”
“No puedo esperar”
El tipo del caballo se rió de buena gana. Tenía una voz melodiosa, pero Kagome ya sabia que no debía dejarse engañar.
“Ya en serio” Calmó su risa lo suficiente como para seguir. “Mañana nos reuniremos para hacer las cuentas de las ganancias”
“Pero temprano. Hay mucho trabajo que hacer en los campos”
“Dejamos a tu hermano y mis hermanos a cargo de nuestras partes ¿No confías en tu hermano?”
Hubo una pausa. Luego el tipo del caballo habló.
“De acuerdo, fue una pregunta estúpida. Nos vemos mañana”
El de la carreta no contestó. En tanto que el jinete hizo a su caballo aligerar la marcha, el encapuchado tomó una curva en la dirección opuesta.
Luego de unos minutos más de camino, llegó a un alto completo.
Desde su escondite, Kagome pudo escuchar al tipo de la capucha bajarse de la carreta y comenzar a desatar los caballos.
Lo más sigilosamente que pudo, se bajó ella también y se agazapó junto a las ruedas para ver por donde andaba el hombre. No quería arriesgarse. Quien sabe que le haría si descubría que había viajado como polizón.
El hombre estaba cerca de lo que parecía un establo, metiendo a los caballos. No se tardó mucho en guardarlos. Regresó a la carreta y a tientas buscó algo. Cuando lo encontró, dio la vuelta y entró a una casa que estaba a un costado.
Kagome se incorporó y aprovecho a estirarse todo lo que pudo. Dio un vistazo alrededor. Ya estaba oscuro por lo que no podía ver mucho, pero era obvio que estaba en la parte más alta de una aldea.
Himeshi. Pensó.
No era muy impresionante, aunque lo único que podía ver era la luz que producían las fogatas al interior de las pequeñas viviendas.
Mi habitación es el doble en tamaño que estas casas.
Se volvió para ver la vivienda de su `chofer'. A simple vista, parecía más grande que las que estaban mas abajo. No pudo continuar su inspección, por que en ese momento se abrió la puerta.
Volvió a esconderse tras las ruedas de la carreta y espero. Pensó que era una tontería estarse escondiendo. Nadie en la casa sabría como ella había llegado hasta ahí, pero entonces, recordó el sonido de la voz del encapuchado cuando amenazó de muerte al comerciante y consideró más sabio no arriesgarse con la familia de esa casa.
Escuchó más ruidos, puertas abriéndose y cerrándose, pasos, agua derramándose y una puerta cerrándose por última vez.
Dejo pasar un rato más, para estar segura y salió de su escondite. Su estómago escogió ese momento para protestar. Ni siquiera el mal olor de la carreta, que ahora estaba impregnado en ella, era suficiente para quitarle el apetito. Había sido un día extenuante. Necesitaba comida.
Aspiro profundamente.
“Pero primero necesito un baño. ¡Que horrible huelo!” Habló en un suspiro. No quería alertar a nadie de su presencia.
Se dispuso a seguir el camino hacia una de las otras viviendas. Pero una pequeña estructura, que estaba a un lado de la casa le llamó la atención, pues sintió un calorcito emanado del interior.
Contra su buen juicio - que no había demostrado ser tan bueno últimamente - abrió la puerta para inspeccionar. Lo que vio la maravilló. Era un cuarto de baño apenas alumbrado por un par de velas y ahí en el centro se encontraba una bañera llena de agua tibia. A pesar de la tenue luz, podía ver el humillo saliendo de la superficie.
Vio hacia todos lados, para asegurarse que nadie viniera y entró en el cuarto, cerrando la puerta tras de sí.
Se desvistió rápidamente con cuidado de guardar su anillo entre la tela y en una exhalación ya estaba dentro de la bañera.
“Que delicia”
Sintió gran alivio al comprobar que el agua no había perdido su claridad al ella entrar en la bañera. No estaba tan sucia como había creído, pero su vestido era una cosa diferente.
Me ocuparé del vestido después.
Una vocecilla en el interior de su cabeza le insistía que no debía estar allí, que quien quiera que había preparado el baño volvería en cualquier momento, pero el agua se sentía tan bien, que decidió ignorarla.
Cerró los ojos, relajándose tanto que casi se quedó dormida, así que no notó cuando la puerta del cuarto de baño se abrió.
A lo lejos, su mente registró el sonido de ropa cayendo al suelo y pasos suaves acercándose a la bañera.
Le pareció escuchar a alguien aspirando con fuerza y entonces. . .
“¿QUIÉN ERES TU?” Tronó una voz que ella ya conocía muy bien.
Abrió los ojos de golpe y frente a ella se encontraba el hombre de la capucha. Era alto, con el cabello más largo que el de ella, el cual parecía canoso y su cuerpo en posición lista para atacar.
Pero lo que realmente la impresionó es que el tipo de la capucha, no llevaba la capucha encima.
De hecho, no llevaba nada encima.
Se incorporó de un salto y dio un grito descomunal en tanto se cubría los ojos. Lamentablemente, al cubrirse los ojos, dejó al descubierto otras partes más importantes de su cuerpo.
El tipo gritó a su vez. Quizá fue por la impresión del grito de ella o tal vez por que ella tampoco llevaba una capucha encima.
Ambos continuaban gritando cuando la puerta volvió a ser abierta con fuerza.
Se quedaron petrificados, viendo hacia la entrada.
“¡Ho Dios mío!” Casi gritó aterrorizada una mujer de mediana edad.
“Ho, Dios mío” Habló una mujer mayor, no creyendo lo que estaba frente a sus ojos.
“Ho. Dios. Mío” Dijo una mujer muy joven, encantada de poder ver lo que estaba frente a sus ojos.
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N/A: Y ese fue el tercer capítulo.
Muchas gracias a todos los que han leído, y en especial a los que han comentado.