InuYasha Fan Fiction ❯ Y colorín colorado este cuento aún no se ha acabado… ❯ Capítulo Dos ( Chapter 2 )

[ Y - Young Adult: Not suitable for readers under 16 ]

Negación: No, InuYasha no me pertenece al igual que la literatura de Odin Dupeyron.

Y ahora con la lectura.



Capítulo Dos

Eran más o menos las ocho de la mañana. Era una mañana cálida, porque más me valía que lo fuera, y porque el sol, que hacia rato que se había asomado, brillaba majestuoso; el cielo estaba casi despejado y el azul deslumbraba con gran intensidad. La miko y Kirara dormían, pero no sería por mucho tiempo, porque los pájaros cantaban alegremente entre las ramas de los árboles y su mágico canto invitaba a la vida.



La miko y Kirara seguían dormidas, seguramente estaban muy cansadas por las fuertes emociones que habían sentido la noche anterior, pero no sería por mucho tiempo, porque los fuertes ronquidos de Kirara pronto despertarían a la miko.



Seguramente la miko estaba exhausta, parecía que nada la despertaría.





Eran las doce del día, y el sol, siguiendo su curso natural, se encontraba exactamente encima de la miko y Kirara, que casi toda la mañana, se cubrieron de él a la sombra de la enorme pared del castillo.

Mmmm… –se estiró, al fin, la miko Kagome. Trató de abril los ojos, pero el fuerte brillo del día despejado y caluroso le impedía hacerlo.
He tenido el más extraño, el más dulce y el más maravilloso de los sueños –se dijo mientras cubría sus ojos.

Al parecer, la miko creía que la pesadilla por la que nos había hecho pasar a mí y al pobre neko hace apenas doce horas era sólo un dulce y maravilloso sueño. Poco a poco sus ojos se acostumbraron a la luz y pudo abrirlos… sus ojos se abrieron enormemente… se le cayó la quijada abriendo su boca de manera impresionante, nadie jamás pensaría que las miko tuvieran la boca de ese tamaño.

¡No ha sido un sueño! –dijo sorprendida, y volteó a ver al neko para asegurarse–. ¡Aquí está Kirara! ¡Estoy fuera de la torre! –gritó la miko. La alegría se desbordaba por sus ojos asules claros, y la emoción transpiraba por su hermoso cuerpo.

Konnichi’wa (i), miko –se apenó el escritor.

Veo que es una mañana calurosa.

Especialmente diseñada para ti.

El sol brilla en lo alto, el cielo está casi despejado y yo me siento fresca como jamás me había sentido antes.

La miko se levantó rápidamente y corrió al enrejado del castillo, no podía creer lo que veía.

No puedo creer lo que veo –dijo la miko redundante–. Hay montañas, árboles y un hermoso lago, puedo ver montones de flores de todos colores. Corrió a despertar al gato.

Yo no me he movido.

Es una sugerencia.

Wakarimasu(ii).

Corrió a despertar al gato.

¡Mira, neko! ¡Despierta! ¡Tienes que ver esto! La miko estaba muy emocionada. Hay montañas, árboles y un hermoso lago, hay montones de flores de todos colores.

Kirara despertó, miró a la miko detenidamente, echo un vistazo a su alrededor, y miro también al escritor. Finalmente cerró los ojos y súbitamente dejó caer su pequeña cabeza en el piso.

¡Por todos los kami! –se quejó mientras se tapaba la cabeza con sus pequeñitas patas –. Deseaba que todo sólo fuera una pesadilla.

No es una pesadilla, Kirara, ¿no te das cuenta?

¿De qué? –se levantó–. ¿De los árboles, las montañas, el lago y las flores? Siempre han estado ahí. ¿No mirabas todo desde lo alto de la torre?

Así es –contestó la miko dirigiese de nuevo al enrejado y tomándose fuertemente de los barrotes. La nostalgia la invadió–. Desde lo alto de la torre, como un sueño inalcanzable, pero ahora sólo de pensar que tengo todo esto al alcance de mi mano…––la emoción la dejaba sin palabras, y un nudo le crecía en la garganta–. ¡Vamos, escritor, abre la puerta!

¿Ya tan rápido? ¿No deberíamos hacer algo primero?

¿Algo como que, Kirara?

Mmmm... ¿Desayunar?

¿Quien puede pensar en comer en un momento como este?

¿Yo?

Kirara sólo quería hacer tiempo pues sentía miedo.

¡Vamos, escritor, abre ya!









¿Nan desu ka(iii)?

No puedo abrir la puerta.

La miko parecía desconcertada.

¿Como que no puedes?

Así como lo escribo, no puedo.

¿Demo por qué? Tú eres el escritor del cuento.

Déjame te participo, querida miko, por si no te has dado cuenta todavía, que este cuento se me está saliendo de las maños, estoy escribiendo literalmente sobre la marcha y hago lo que puedo. La puerta no se abre. ¿Por qué? Porque éste ya no es enteramente mi cuento, soy el escritor, es verdad, pero nada de esto lo tenia yo planeado, si la puerta no se abre, es porque no la puedo abrir. Fuera de ustedes dos: la miko Kagome y Kirara, y fuera de las cuatro paredes de la torre...

La torre era redonda.

Es un decir, Kirara.

Ah, si es un decir entonces está bien, continúa.

Fuera de lo que era mi cuento original, no tengo poder sobre todas las cosas.

¿Quieres decir que sólo tienes poder sobre mí y Kirara?

Creo que sí.

Pues no parece, es decir: los hechos, que todavía no aprenden a mentir, arrojan evidencia contradictoria –dijo Kirara suspicaz.

Lo se, Kirara... Para que me entiendan, yo puedo escribir una mañana cálida para la miko, puedo hacer ropa para ustedes, puedo... no se, encargarme de ciertos detalles, e incluso cambiar algunas cosas, pero habrá muchas otras que no podré cambiar y tendremos que arreglárnoslas todos juntos como mejor podamos para salir adelante.

Miko, ¿no te entran de pronto unas ganas monumentales de regresar a la torre? Por lo menos ahí estamos seguras de lo que va a pasar.

Hai, un poco.

¡No lo puedo creer!

¿Nani?

Has hecho tanto alboroto, te saliste de la trama de mi cuento, pasaste por encima de mi autoridad poniéndome en ridículo enfrente del lector y has demostrado que el temible gato del miedo casi se teme a sí misma.

¡Oye!...

Es verdad, Kirara, no eres tan temible como me parecías al principio.

Es cierto.

¿Lo ves? Has vencido al gran gato beige del fuego de los miedos, estás en la puerta de salida a lo que tanto deseaste, ¿Y estás a punto de darte por vencida para regresar a encerrarte en la torre?

Pues sí –dijo la miko muy triste–, pensé que era más fuerte.

Después suspiró, dio la vuelta y se encaminó de nuevo a la torre, su cuerpo encorvado de pronto, hacia ver al escritor que el mundo entero pesaba sobre sus espaldas.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado. .

La miko se detuvo un momento.

¿Cómo puedo sobrevivir en un mundo sobre el que no tengo ningún control? –dijo con una profunda tristeza.

Un sonido peculiar llamo la atención de Kirara.

¿Qué es eso?

Kirara, haciendo bizcos, vio cómo un pequeño punto se posaba sobre su nariz negra.

¡Una pulga! ¡Nadie se mueva... y yo no saldré lastimada!

Kirara, por favor, ¿qué te puede hacer un nomiyoukai(iv)?

Mucho –dijo el pequeño insecto–, soy Myôga, la pulga demonica del deseo y la curiosidad.

El escritor estaba sorprendido, más bien, estaba anonadado.

¿Y tú de dónde saliste?

De dónde salen todas las cosas –dijo Myôga–: de la vida.

La miko volteo a ver al escritor, éste sólo levantó los hombros. –Este cuento, ahora sí, ya se me salió de las maños –dijo dándose por vencido.

¿Tú no conoces a esta pulga?

Es la primera vez que lo veo en mi vida. Yo nunca escribí un nomiyoukai en mi cuento original.

No pierdan de vista lo realmente importante de este asunto: ¡lo tengo parado en mi nariz! ¡Me va a comer!

Los nomiyoukai no comen nekoyoukai, solo chupan sangre.

A lo mejor éste sí come nekoyoukai.

Esta pulga tampoco come nekoyoukai, Kirara.

¿Tú qué sabes? Tú no escribiste esta pulga.

Kirara-chan tiene un muy buen punto. Myôga miró fijamente al neko, que sólo pelaba unos enormes ojos rojos. Grandes gotas de sudor perlaban su frente. Buu –susurró la pulga.

¡¡Tasukete(v)!! Salió corriendo Kirara, otra vez regresando a su forma diminutiva, dando vueltas por el patio del castillo para terminar encerrándose en la torre.

Myôga soltó una agradable carcajada. Kirara asomo la pequeña cabeza por la puerta.

No fue chistoso.

Regresó con los demas, volviendo a su enorme tamañó.

¿Así que tú eres el nomiyoukai del deseo y la curiosidad?

Soo da (vi) –respondió el pequeño insecto, regordete y simpático–. He estado viéndolo todo desde lo alto de la torre y me pareció que era un buen momento para intervenir.

La miko lo miro dudosa.

No me tengas miedo, miko-sama, soy casi inofensivo –le dijo el pequeño animalito sonriente.

¿Casi? ¿Qué quieres decir con casi?

No me das miedo, pulga, es otro sentimiento el que me provocas.

¿Me dejas pararme en tu nariz? –preguntó Myôga tierno.

¡Cuidado, miko! ¡La curiosidad mató al gato!

El pequeño demonio saltó y se posó en la pequeña nariz de la miko Kagome. Sé que estás a punto de tomar una decisión muy importante –le dijo–. ¿Puedo ayudarte?

¿Cómo me podrías ayudar tú?

Tienes miedo a vivir en un mundo sobre el que no tienes control, ¿verdad?

Así es, me da miedo no saber qué es lo que va a pasar.

Miko-sama –le dijo Myôga con gran dulzura–. No puedes tener el control sobre todas las cosas, no por ahora que estás enfrentándote por primera vez a la realidad. Nada es del todo seguro, la vida se debe vivir desafiando constantemente lo desconocido, porque la vida, miko Kagome, no es estática, va cambiando constantemente.

Pero no tengo el valor para afrontar eso.

Imagina lo que podría ser tu vida si te atrevieras a cambiar –le dijo el nomiyoukai viejo entusiasmado–. Imagina todo lo que podrías lograr, si tan sólo te atrevieras a moverte, imagina todo lo que hay detrás de estas rejas, fuera de este castillo. Trata de pensar que esta torre, que a veces te protege de lo desconocido, también te encierra y te priva de tu libertad.

La miko estaba perdida en sus pensamientos, se imaginaba corriendo por los prados, experimentando y haciendo cosas nuevas, soñaba con esa independencia. Deseaba, como nunca había deseado nada en su vida, ser una miko libre.

La pulga susurró: No sólo lo sueñes, miko-sama, atrévete a serlo –sacudió la cola y crujió los nudillos de sus cuatro manos–. La curiosidad y el deseo, a veces vencen más fácilmente al miedo que el valor –y diciendo esto pinchó la nariz de la miko con su pequeño probóscide.

¡¡ITE-E(vii)!! –gritó Kirara–, sentí ese piquete en mi nariz.

La miko se irguió nuevamente.

Y colorín colorado este cuento aún no se ha acabado.

No dejes de imaginar nunca todo lo que puedes llegar a ser, miko-sama – Myôga saltó a través de los barrotes hasta que desapareció en lo verde del bosque.

Vamos, Kirara, ayúdame a buscar la forma de abrir esta puerta.

Iie, me da mucho miedo.

Está bien, lo haré yo sola.

La miko volteó a todas partes y de pronto se dio cuenta de algo de lo que no se había percatado antes.

¿Ya vieron el castillo?

Por extraño que parezca, el castillo era muy simple, había sólo cuatro paredes enormes que formaban una barda, y en medio de ellas una sola torre. La torre dónde había estado encerrada la miko.

¿Cómo he podido vivir en un lugar tan pequeño? No hay tiempo que perder.

Se acercó al enrejado y se dio cuenta que había un enorme candado oxidado que aseguraba una gran cadena a la reja. La miko comenzó a buscar algo para abrir el candado. Dio vueltas y vueltas por todo el patio del castillo, entro y salio de la torre en incontables ocasiones, pero no pudo encontrar nada. Kirara sólo la observaba en medio del patio.

¿No me piensas ayudar, Kirara?

¿A qué? Yo no tengo la llave.

¿Disfrutas estar encerrada aquí?

Me da más miedo salir que quedarme.

¡Por lo menos ayúdame a salir a mí! –suplicó la miko.

Kirara sólo se llevo las maños a la cara, mortificada. ¿Pero como?

¡Valiente nekoyoukai bueno para nada! –la miko se sentó junto al gato mirando la puerta.

No puedo creer que esté sólo a un paso de salir de aquí, y no pueda dar ese paso.

Pronto se va a hacer de noche, será mejor que prenda la antorcha.

Kirara se levantó y caminó hacia la pared, de dónde en lo alto, colgaba una enorme antorcha. Parándose sobre sus dos patas traseras Kirara alcanzó la antorcha, inhaló profundamente y con un soplido generó una bola de fuego... ¡Capaz de derretir un viejo candado oxidado!

¿Sumimasen(viii)?

La respuesta ha estado ahí siempre, en tus narices.

¿Me estás llamando baka?

¡No, Kirara! Técnicamente, bajo tus narices. Puedes derretir el candado con el fuego de tu hocico.

¡Oh, no!

Anda, ven antes de que se haga de noche.

Miko... ¡no puedo! De verdad no puedo. No te puedo dejar salir, me da mucho miedo.

Kirara, oneiga(ix)–suplicó la miko.

No puedo, de verdad no puedo –dijo Kirara del miedo.

¡Eso es!

¿Qué es?

Eres Kirara del miedo, y el miedo a estas alturas ya no me asusta. Estoy decidida a salir, porque ya no puedo vivir encerrada, porque merezco buscar cosas nuevas, porque lo peor que me puede pasar en está vida, no es lo peor que me puede pasar en esta vida, lo peor que me puede pasar en esta vida ¡es nada! Y no me voy a sentar aquí para que no me pase nada, ¡absolutamente nada!, ya es más mi deseo y mi curiosidad. Así es que mira, Kirara –le dijo la miko agarrándole la cabeza y mirándola fijamente a los ojos–. No te estoy preguntando. Vas a ir directamente a esa puerta y vas a soplar tan fuerte como puedas, vas a derretir el candado y voy a salir de aquí, cuésteme lo que me cueste.

Kirara sólo pelaba los ojos enormes.

¡Hijoles! –dijo en voz baja y casi impactada–. Nunca nadie me había hablado así.

¡Hayaku(x)!

Kirara no dijo nada. Si le contesto ahorita me mata. Se dirigió a la puerta y se paró delante del candado. Pensó por un momento y refunfuño. Waa, waa, lo haré. Inhaló profundamente, aguantó el aire por un momento, cruzó los dedos de las cuatro patas y se dispuso a soplar. Pero no salió fuego de su hocico. ¿Ah, no? Sólo aire. Chihuahuas. Pero de pronto el candado comenzó a temblar. ¡Mamá! Kirara corrió y trató de esconder su enorme cuerpo detrás de la miko, para luego hacerse pequeña.

¿Qué está pasando?

El candado temblaba cada vez con más fuerza, y de pronto comenzó a convertirse en polvo. Primero el candado, se desmoronaba poco a poco, después la cadena, el polvo volaba por el aire, hasta que finalmente la reja entera se pulverizó completamente.

¿Eso quiere decir que tengo muy mal aliento?

El arco que formaba la puerta del castillo estaba ahora abierto, el enrejado había desaparecido y delante de ellos se podía ver el bosque enorme en todo su esplendor.

Tenemos que salir, tenemos que salir, tenemos que salir –dijo la miko afirmándose a ella misma una y otra vez.

¿Tenemos? Me suena a mucha gente, yo me quedo aquí adentro.

La miko caminó lentamente, Kirara se tapó los ojos aterrada, Kagome se paró un momento debajo del gran arco, suspiró profundamente y dio el paso definitivo para salir del castillo.


i Konnichi’wa – Buenos días
ii wakarimasu – entiendo
iii ¿Nan desu ka ? – ¿Qué pasa?
iv nomiyoukai – pulga demonio
v ¡tasukete! – ¡auxilio!
vi soo da – así es
vii ite-e! – auch!
viii sumimasen – perdón
ix oneiga – por favor
x ¡hayaku! – muévete