CANDY CANDY Fan Fiction ❯ Cruce de Caminos ❯ Pensamientos en la madrugada ( Chapter 5 )

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CAPITULO 5: PENSAMIENTOS EN LA MADRUGADA

El vehículo arrancó, abandonando la mansión Andrew. Eran más de las
cinco de la mañana y las calles permanecían silenciosas y sombrías.
Susanna fingió un bostezo, en un intento por ocultar a su marido el
sufrimiento que le provocaban los continuos calambres que recorrían el
muñón de su muslo izquierdo. En ocasiones le parecía que la pierna aún
seguía ahí, que no se la habían amputado. A veces podía sentir el
movimiento de los inexistentes dedos, el leve cosquilleo en la planta
del pie, la tensión muscular en la pantorrilla... El reciente uso de
la prótesis ortopédica le provocaba ulceraciones en la ablación, cuya
blanda piel aún no se había acostumbrado a la dureza de su contacto.
Para evitar que el dolor se hiciera más intenso, y sus gestos
alertaran a Terry de su incomodidad, movió imperceptiblemente la
ortopedia hasta conseguir aminorar el dolor a un límite soportable.

Contempló al joven mientras conducía. Sus reflejos rápidos y eficaces
nunca dejaban de asombrarla. Se ruborizó al pensar en cuántos otros
usos placenteros sabía dar a esas manos. Se sentía dichosa a su lado.
Gracias a su presencia había logrado superar la depresión en la que
había caído tras su trágico accidente e incluso aceptar con humor el
abandono de su profesión de actriz. Jamás, en toda su vida, había sido
tan feliz. Aunque al comienzo de su relación él se había mostrado muy
distante y evasivo, ahora casi podía afirmar que reservaba un pequeño
hueco para ella en su corazón.

¡Había esperado con tanto deseo su noche de bodas! Pero él se las
había arreglado para posponer el momento, argumentando su delicada
salud. Apenas habían convivido juntos durante su primer año de casados
y la muchacha había terminado por resignarse. Se había esforzado tanto
por recuperarse, por rehabilitar ese trozo de carne que colgaba inerte
de su cuerpo y que antes había sido una bonita pierna. Odiaba su
muñón. Odiaba su fealdad. Odiaba haberse convertido en una lisiada.
Pero, sobre todo, odiaba su egoísmo por no haber sabido renunciar a
Terry en favor de aquella a quién él realmente amaba. Por eso se había
conformado con tenerlo junto a ella, porque no hubiera sido justo
pedirle nada más. Sabía que él aún continuaba amando Candy, y que,
probablemente, la amaría siempre...

No obstante, la fortuna había sido misericordiosa con ella. Un día
descubrió que el modo en que su marido la miraba había cambiado,
sutilmente diferente. Disfrutaba veladas en su compañía,
contemplándola en silencio, encerrado en sus pensamientos. A veces
incluso la sonreía y entonces ella se desvivía por divertirle,
ansiando retenerle para siempre. Casi al mismo tiempo, había comenzado
a hablarle de sí mismo, a confiarle sus sueños y esperanzas. Habían
empezado a ser amigos. Para ella era como vivir un sueño.

Recordaba que habían viajado a Boston para que él pudiera ensayar un
Auto Sacramental que protagonizaría en Semana Santa. Ella había
adquirido la costumbre de ayudarle todas las noches a repasar sus
líneas; sabía que él se lo agradecía y, además, era una excusa
perfecta para pasar unas horas a su lado. Esa noche estaba muy
cansada, los párpados se le cerraban aunque ella se resistía a dejarse
vencer por el sueño. Había pasado toda la mañana luchando por dominar
el manejo de su nueva silla de ruedas y haciendo los habituales
ejercicios de rehabilitación para fortalecer sus fláccidos músculos.
Aunque llevaba meses practicando, desde que Terry había empezado a
mostrarse cariñoso con ella, se sentía con más fuerza que nunca.
Incluso había restringido su dependencia de Esther, su enfermera
particular, y había pedido a Doreen, el ama de llaves, que le diera
clases de cocina.

Su enfermedad le había hecho darse cuenta de que había vivido en una
burbuja, protegida y consentida, durante toda su infancia y
adolescencia: por ese motivo, se estaba esforzando tanto por llegar a
ser más autosuficiente. Pese a que le había dolido mucho tomar la
decisión de pedirle a su madre que viviera por su cuenta, en lugar de
en su domicilio conyugal, ésta había acabado aceptándolo, sabedora de
que era la única manera de garantizar el bienestar psicológico y
marital de su hija.

Aquella noche, en Boston... Tenía el cuerpo lleno de agujetas debido
al ejercicio físico, y las palmas de las manos ligeramente llagadas
por su empeño en dominar el manejo de su silla. De alguna manera se
delató ante los ojos de Terry cuando le ayudaba en el ensayo. La
sorprendió cuando, cogiendo su rostro entre las manos ante su atónita
mirada, había comenzado a besarla. Esa madrugada de ensueño la
convirtió por fin en su esposa, en todos los sentidos. Ni siquiera la
mayor ovación recibida durante su exitosa carrera de actriz la había
preparado para la multitud de sensaciones que la embargaron cuando él
la hizo suya. Nada la había colmado nunca tan plenamente. Él había
visto su cuerpo desnudo, había detenido su mirada en su deformidad y
no había sentido repugnancia, más bien la había reverenciado y besado
con una ternura que nunca creyó que él pudiera poseer. Había
conseguido que volviera a sentirse hermosa, deseada, joven y la
felicidad había vuelto a brillar en su mirada.

* ¿Qué tal te lo has pasado esta noche, cariño?

La voz de Terry quebró el silencio que reinaba entre ellos, apartando
a Susanna de sus pensamientos.

* Muy bien. Ha sido una fiesta encantadora. Y Candy estaba muy
hermosa. Me hubiera gustado saludarla personalmente, pero había
tantos invitados y ella estaba tan ocupada atendiéndolos a
todos... ¿Has conseguido hablar tú con ella, por lo menos?

Susanna se sorprendió al reconocer que ya no sentía celos de la que
había sido su rival. Había acudido a aquella fiesta con Terry
dispuesta a aceptar el hecho de que, al volver a ver a su verdadero
amor, él decidiera abandonarla. Apreciaba de veras a Candy y no
hubiera podido reprochárselo a ninguno de los dos. Pero, por algún
milagro del destino, él continuaba a su lado.

El asintió mientras ella suspiraba aliviada, gozando de su presencia
como si se tratara de la primera vez.

* Menos mal, Terry. Estaba preocupada pensando que podía haberse
llevado una mala impresión de nosotros. Dejé su regalo en una
habitación, tal como me indicó una doncella. ¿Crees que le
gustará?

Él le sonrió sin apartar la mirada de la carretera, mientras posaba la
mano derecha en la rodilla lisiada de la joven.

* No te preocupes, cariño. Candy es una mujer sencilla y tú tienes
un gusto excelente.

Ella frunció levemente el ceño.

* ¡Oh, Terry! Nunca podré pagarle que me salvara la vida. Estaré en
deuda con ella para siempre. Le debo todo lo que tengo.
Especialmente a tí.

Terry siguió acariciando su lesión con suavidad. Percibió cómo los
músculos de ella se relajaban al contacto con sus dedos.

* ¿Qué tal te has manejado con tu prótesis ortopédica esta noche,
Suss?

Susanna tragó saliva antes de responder.

* Muy bien. No te preocupes.

El no pudo evitar percibir el rictus de fatiga que cruzó su rostro, a
pesar de lo mucho que ella se esforzó en ocultárselo.

* De todas maneras, cuando lleguemos a casa te daré unas friegas con
el aceite especial que te recomendó el doctor. Ya sabes que debes
tener mucho cuidado con las ulceraciones ahora que has estrenado
la ortopedia.

Ella negó con la cabeza.

* Pero Terry, ya es muy tarde. Debes estar agotado después de la
fiesta. Ya le pediré mañana a Esther que me ayude.

El no le respondió inmediatamente, pero por su gesto Susanna adivinó
que su decisión era inamovible. Se encogió de hombros mientras se
anticipaba con excitación al placer que los ojos de él parecían
prometerle. Los masajes de Terry eran fascinantes y llevaban
aparejadas propinas que siempre la deleitaban.

* ¿Sabes que prometí a mamá que mañana iríamos a visitarla? -
recordó ella súbitamente -. Ya sé que no os lleváis muy bien pero
hemos estado fuera tanto tiempo que, al menos yo, debería ir a
verla.

Terry no hizo ningún comentario, se limitó a seguir conduciendo
mientras su esposa se acercaba a él y le daba un beso en el cuello.

* Susanna, estoy conduciendo - le dijo, intentando fingir seriedad.

* Ya lo sé - le respondió ella sin apartarse.

Los labios del joven se curvaron en una sonrisa.

* Está bien, iré. Ahora pórtate como una niña buena.

En lugar de retirarse, ella le echó los brazos al cuello y continuó
besándolo con más intensidad.

* Susanna... Ya te he dicho que iré contigo.

Ella se detuvo un instante.

* Muy bien, vendrás conmigo. Gracias amor -dijo, y reanudó sus
besos.

Terry suspiró audiblemente. A veces seguía comportándose como la
caprichosa adolescente que había sido en el pasado. Al fin y al cabo,
es comprensible. Sólo tiene veinte años, pensó por un momento.

Ella percibió su seriedad y se asustó.

* ¿Estás enfadado conmigo, amor? -le preguntó compungida,
deteniéndose.

El negó con la cabeza.

* Crees que aún soy una joven caprichosa e imposible. ¿No es verdad?
No quiero que pienses eso de mí. Estoy intentado cambiar, de
veras. ¿Me crees?

El joven asintió mientras ella volvía a sentarse formalmente en su
asiento. Sin embargo, verla tan contrita despertó en él una incómoda
sensación de arrepentimiento.

* Venga, tontina -le dijo mientras depositaba un fugaz beso en sus
labios-. No te pongas triste. Ya sabes que puedes juguetear
conmigo todo lo que quieras.

Los ojos de la joven se tornaron brillantes al escucharle y su rostro
volvió a parecer lleno de vida y alegría.

* Oh, amorcito... Tienes toda la razón. Puedo esperar a que
lleguemos a casa.

Él acercó su mano a la de ella y la acarició con suavidad.

* Si quieres, apoya tu cabeza sobre mi hombro y cierra los ojos.
Descansa un poco. Ya verás como llegamos a casa en un momento -le
ofreció sin mirarla, sus ojos fijos en la calzada.

La joven siguió su consejo. Recostó el rostro contra su hombro, recio
y confortable, y entornó los párpados. A los pocos minutos, Terry
escuchaba su respiración regular y supo que se había quedado dormida.
El vehículo no tardó en dejar atrás la ciudad, y luego se desvió por
una carretera secundaria en dirección a la finca Forrester, situada a
unos treinta kilómetros de Chicago. Terry había optado por alquilar
una mansión en el campo en atención a la salud de su esposa. Aunque
Susanna nunca se lo habría pedido, él sabía que la tranquilidad rural
contribuiría a aliviar la tensión nerviosa que provocaban en ella sus
ejercicios de rehabilitación y su adaptación a la nueva prótesis. No
podía negar que su recuperación había sido prodigiosa, se había
esforzado al máximo en el último año, y su espíritu de lucha había
logrado cautivar su corazón. Su vida profesional le había llevado a
viajar en exceso en los últimos meses, siempre de aquí para allá,
sometido a ensayos agotadores, a constantes cambios horarios y
mudanzas. Susanna lo había soportado todo con estoicismo, sin ninguna
palabra de reproche, pero él sabía que la vida trashumante no era la
más indicada para conseguir que ella se restableciera. Había decidido
concederse un año sabático para dedicarse por entero a ayudarla a
recobrarse. Además se estaba planteando seriamente la posibilidad de
escribir una obra de teatro basada en un argumento que llevaba
rondando su cabeza desde hacía varios meses.

Notó que la joven dormida se estremecía de frío y aceleró la marcha,
al tiempo que se las arreglaba para cubrirla mejor con su chal. Ella,
inconscientemente, rodeó su brazo con una mano, estrechándolo contra
su pecho. El gesto evocó en Terry el contacto de otra mujer, cuyo
aroma aún continuaba impregnando su memoria, envolviéndolo con la
misma magia del pasado.

Haberla reencontrado aquella noche había supuesto una especie de
catarsis para ambos. Estaba tan hermosa. Su encanto hacía palidecer a
todas las mujeres al compararlas con ella. Había imaginado que cuando
madurara sería exquisita, pero la realidad ha superado con creces
todas mis expectativas. Todo en ella seduce: su belleza, sus maneras
educadas, delicadas, adorables... Sus ojos no han perdido ni un ápice
de picardía y su corazón ha ganado, si es que ello era posible, en
bondad y madurez. Si alguna vez hubo una mujer sobre la tierra que
encarnara mi ideal femenino, ésa has sido tú, Candy.

Al verla abandonando la mansión para refugiarse en los jardines, no
había tardado en seguirla. Estuvo observado cómo se sentaba en un
banco, su mirada fija en los juegos de luces dispuestos sobre las
fuentes, mientras él permanecía oculto tras un frondoso castaño. A sus
oídos llegaban las notas de un nocturno de Chopin que el joven
reconoció como la pieza que habían escuchado juntos la noche que
permanecieron recluidos en la villa escocesa de los Grandchester.
Durante varios minutos, había admirado en silencio a la muchacha, que
con los ojos cerrados, parecía abstraída en sus recuerdos. Perdida en
su ensoñación, le recordaba con más fuerza que nunca a la adolescente
pizpireta y rebelde que había conocido sobre la cubierta del barco que
los conducía al Colegio St Paul de Londres, hacía más de siete años.

"Mi querida Tarzana pecosa", la saludó en un susurro, mientras se
sentaba a su lado.

Ella había abierto los ojos sorprendida, sus mejillas ruborizadas.

"Terry, eres tú".

Él le hizo una mueca, al tiempo que estallaba en carcajadas. Su
corazón estaba tan emocionado como el de la joven. Tenerla tan cerca,
le parecía un sueño hecho realidad. Sin embargo, no deseaba que ella
supiera hasta qué punto se sentía conmovido. Se había propuesto ser
fuerte por ambos en el presente; Candy ya lo había sido por los dos en
el pasado.

"¿Quién si no, Tarzán pecas? ¿O es que hay alguien más que se atreva a
llamar así a una de las mujeres más hermosas de la fiesta?".

Ella le había devuelto la sonrisa, contagiándose de su sentido del
humor.

"Eres imposible, Terrence Grandchester. ¡Nunca dejarás de ser el
terror del Colegio St Paul! Siempre tan impertinente con las chicas.
¡Espero que, al menos, no hayas dejado de tocar la armónica que te
regalé!".

Él le guiñó un ojo mientras sacaba del bolsillo de su chaqueta un
objeto rectangular.

"¡Todavía la tienes!", había gritado Candy entusiasmada.

Entonces, él abrió la funda y extrajo el instrumento. Inspiró
profundamente, al tiempo que se concentraba en el ritmo del vals que
la orquesta había comenzado a interpretar. No tardó en unirse a la
melodía, reproduciéndola impecablemente e improvisando, al mismo
tiempo, difíciles armónicos y nuevos ritmos. Candy le escuchaba
embelesada. Mientras tocaba, los ojos del joven recorrieron su figura
con anhelo, y sus labios se acoplaron al frío metal con deseo, como si
a través de la melodía pudiera manifestar y compartir con ella toda su
pasión, tan largo tiempo reprimida. No obstante, la barrera que los
había separado en el pasado seguía presente para ambos. Cuando la
armonía concluyó, él supo que ella podía leer en su alma con la misma
claridad que él mismo.

"He empezado a amarla, Candy", le dijo entonces con su bien modulada
voz.

Ella sólo había podido mirarlo, sin palabras, tras escuchar su
confesión. ¿Por qué se lo habré dicho? Sólo he conseguido hacerle daño
por segunda vez, se dijo el joven. Pero sabía que no hubiera podido
actuar de otra manera. Ella merecía y deseaba su total sinceridad.

"Si tú eres feliz, yo también podré serlo", había acertado a decir
finalmente la muchacha con su franca mirada rebosante de ternura. "No
hubiera soportado saber que te sentías desgraciado. Y Susanna merece
ser dichosa".

Candy había guardado silencio unos instantes antes de continuar.
"Cuando te dejé aquella noche en Nueva York, algo dentro de mí sabía
que sería para siempre. Después de aquello, a veces, me he permitido
soñar con un futuro para nosotros. Pero sabía que sólo se trataba de
utopías, de fantasías irrealizables. ¡Verte aquí esta noche! ¡Tenerte
a mi lado! Es como revivir uno de mis sueños, Terry... No quería que
Albert te invitara, no sabía cómo reaccionaría al enfrentar la
realidad cara a cara. Tú estás casado con Susanna, no tengo ningún
derecho sobre tí pero... aún te quiero, no puedo evitarlo. Es algo más
fuerte que yo. A veces creo que te querré eternamente".

Entonces la joven había bajado la mirada en un intento por defenderse
de las emociones que la abrumaban; prisionera de una tristeza que él
reconoció como propia. Él la sentía como un reflejo de su misma
melancolía, de aquel profundo vacío que lo había asfixiado en el
pasado, antes de reencontrar la razón para continuar viviendo, tras
haberse separado de ella en Nueva York. Tomó su mano. Deseaba
transmitirle algo de la paz interior que con tanto esfuerzo había
logrado alcanzar. Quizá una brizna de esperanza en el futuro, en su
propio futuro.

"Aquí", le susurró él, mientras con su dedo señalaba hacia su corazón,
"nace un hilo invisible cuyo extremo se halla irreversiblemente unido
a otro similar colocado en ese mismo lugar en tu propio corazón. Es
una hebra finísima, pero nunca podrá romperse. Tú y yo lo sabemos. Es
más fuerte que nosotros, más fuerte que la vida, más fuerte que la
muerte. Estará ahí para siempre, a pesar del tiempo y la distancia.
Nada podrá destruirla nunca, ninguna barrera podrá oponerse jamás".

Entonces él abrió sus brazos y ella se refugió en ellos. Permanecieron
en silencio unos momentos, disfrutando del contacto, antes de que él
se decidiera a proseguir.

"Somos dos almas gemelas, Candy. Estoy convencido de que nos hemos
encontrado en vidas anteriores y de que, en el futuro, cuando ya no
seamos ni Candice White ni Terrence Grandchester, volveremos a
reunirnos. Es nuestro destino. Un destino más grande que nosotros
mismos... Por eso, no me pesa no poder tenerte en esta vida. Aunque
Susanna nos haya separado, dicen que Dios no da responsabilidades que
no podamos afrontar ni cargas que excedan nuestras fuerzas. Desde que
murió mi padre, me he replanteado muchas cosas, Candy. He pensado
mucho en nosotros. Antes vivía torturado, incapaz de perdonar al
destino por haberme obligado a dejarte, ni a mí mismo por haber sido
tan cobarde de aceptarlo".

Fue en ese momento cuando ella había acariciado su mejilla.

"Recuerdo especialmente un día, Candy. Estaba en Londres con Susanna,
que se había convertido en mi esposa hacía casi un año. El nuestro no
era un matrimonio feliz, te lo podrás imaginar. Y yo tenía la culpa de
ello. Sabía que ella me amaba, pero no podía soportar ni su mera
visión ni su contacto. Procuraba pasar la mayor parte del día fuera de
casa. Prefería estar a solas, vagabundeando por las calles, a tener
que compartir una velada a su lado. Su obsesión por mí me martirizaba,
pues era incapaz de corresponderla... Aquel día pasé casualmente cerca
de la capilla de Saint Michael, y algo me impulsó a entrar. Sabes que
nunca he sido un hombre religioso, pero la tranquilidad y el sosiego
del lugar me atrajeron. Recuerdo que me senté en uno de los bancos de
la iglesia, mientras me embargaba una extraña sensación de paz. Había
unos cuantos fieles congregados allí, rezando, y su actitud devota y
reverente, despertó en mí el deseo de imitarlos. Llevaba años sin
rezar y no acudió a mi mente ninguna de las oraciones que mi madre me
había enseñado de niño. Sin embargo el deseo de comunicarme con Dios
era tan vivo, que entoné una plegaria personal. Después de aquello me
sentí más calmado, más pleno, más feliz".

En aquel momento se interrumpió, luchando por encontrar la mejor
manera de dar forma a sus pensamientos.

"Aquella noche, al volver a casa, me sorprendí al ver a Susanna con
otros ojos. Su resignación, sus sentimientos hacia mí, su
sufrimiento... adquirieron una nueva dimensión. Me dí cuenta de que mi
actitud hacia ella no sólo era egoísta sino injusta. Su único pecado
había sido amarme en exceso, y yo había tomado libremente la decisión
de casarme con ella. Supe que no podía seguir pensando sólo en mí
mismo y en mi felicidad".

Candy había abierto los labios, a punto de replicar algo, pero ninguna
palabra brotó de su garganta.

"Tú eres una mujer fuerte, Candy", añadió él. "Has logrado superar
cuantas dificultades se han atravesado en tu camino. Susanna es una
niña que aún no ha terminado de madurar, perdida en un mundo que no
entiende. Ella me necesita, Candy. Sé que me despreciarías si la
abandonara. Nunca podrías ser feliz a mi lado sabiendo que dejaba
atrás a un ser desvalido".

Ella asintió en silencio, enfrentada a la verdad que encerraban sus
palabras. Terry había demostrado conocerla mejor que ella misma.

"Puede que en esta vida, no podamos estar juntos, cariño. Pero sé que
habrá otras vidas para nosotros", le susurró él al oído mientras la
estrechaba entre sus brazos.

Sintió que el cuerpo de la joven temblaba a su contacto. Sin embargo,
su rostro reflejaba una profunda determinación. Cuando ella finalmente
habló, su tono era vehemente, sus mejillas habían adquirido un tono
rosado debido a su agitación interior, sus pupilas refulgiendo
arrebatadas.

"Muchas veces me he preguntado por qué te dejé marchar. ¡Tantas veces
he revivido nuestra despedida en aquella escalera! En mis sueños
siempre me acompañas a la estación y regresas conmigo a Chicago. Pero
tienes razón en una cosa: nunca podríamos ser felices juntos,
culpándonos de la infelicidad de Susanna. Aunque haya estado
engañándome a mí misma, lo he sabido siempre...".

La joven se llevó una mano al pecho, como si buscara fuerzas en su
interior para poder proseguir.

"Sin embargo, no puedo evitar desear que pudiéramos volver de nuevo a
aquellos felices días del Colegio St Paul, cuando todavía creíamos que
teníamos un futuro a nuestra disposición, cuando contemplábamos con
embeleso la larga vida que íbamos a disfrutar juntos, cuando nos
enamoramos. Quiero que hoy vuelvas conmigo a aquel momento, a aquel
Baile de Mayo en el que me besaste... Deseo que me beses por última
vez. Terry...".

Por un instante, él permaneció inmóvil.

No sabes lo que me pides, Candy, pensó. Será una tortura para mí.
Recordar de nuevo el sabor de tus labios y saber que nunca podré
tenerte de nuevo entre mis brazos. Despertarás en mí un deseo que
llevo reprimiendo desde que nos separamos. ¿No lo comprendes?

Sin embargo, verla allí junto a él, frágil y suplicante, había
quebrado todas sus defensas. Girando su rostro hacia ella, imprimió en
sus labios un beso. Por un momento no existió el presente. El creyó
verse de nuevo disfrazado de caballero francés, mientras sostenía
entre sus brazos a su Julieta, tan vivaracha, inquieta y llena de
energía como siempre. Aunque había pretendido que la caricia fuera
casta, sintió que una fuerza más poderosa que él mismo le arrastraba.
La abstinencia de tantos años, viviendo en su añoranza, arrancó de él
un profundo lamento. Se sintió de nuevo completo, como si la luz que
le fuera arrebatada hubiera regresado a él, más intensa que nunca. Su
respiración se hizo más ligera, su corazón más liviano, su alma se
supo plena por fin.

Sus figuras, sumidas en éxtasis, fueron iluminadas por el fulgor de
los fuegos artificiales que iluminaban la noche. Casi como si, en su
adiós definitivo, el cielo hubiera deseado que encontrasen la
felicidad perfecta.

Te quiero, Terry. Siempre te querré.

Te quiero, Candy. Siempre te querré.

Aunque no hablaron, ambos pudieron escuchar sus pensamientos como si
los hubieran gritado. Cuando se separaron, parte de la nostalgia se
había desvanecido, al tiempo que una nueva aceptación brillaba en sus
miradas.

"Prométeme una última cosa, Candy", le había pedido él mientras
sostenía su mano entre las suyas. "Sé feliz al lado de alguien que te
ame. E intenta amarlo tanto como él te ame a tí. Sólo así podré ser
dichoso".

Ella le había devuelto una mirada llena de confianza en su futuro. Y
él la había creído.

Ahora, a bordo de su automóvil, no pudo evitar pensar que había dejado
atrás el tesoro más precioso de todos; sin embargo, cuando bajó la
mirada hasta la relajada figura que se apoyaba confiada contra su
hombro, supo que la ausencia nunca volvería a ser amarga.

Adiós, mi amada Tarzán pecas. Espero que encuentres la felicidad. Te
prometo que yo también lucharé por alcanzarla. Y algún día, en algún
lugar, quizá podamos volver a empezar juntos de nuevo.