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Inuyasha le pertenece a Rumiko Takahashi
 
Capítulo 5: Ajustes
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Ya es la hora del desayuno ¿Dónde está? El hombrecito caminaba frenéticamente por los pasillos buscando a su protegida que una vez más se había esfumado. ¡Pero que niña! Le dije que debía estar lista.
“¡Jaken!” habló el objeto de su búsqueda a sus espaldas. La pequeña tenía habilidad para aparecer en los lugares que él ya había buscado.
“¡Rin! Al fin. Vamos que se hace tarde ¿Dónde te metiste?”
La niña siguió a Jaken sin protestar, pero estaba pensativa.
“¿Qué te sucede? ¿Te sientes bien?”
La pequeña asintió, regalándole una triste sonrisa. Jaken se detuvo y esperó a que Rin hablara. Él sabía que eran momentos difíciles para la familia y él debía estar listo para proveer cualquier ayuda que pudiera brindar, aunque esa ayuda solo consistiera en escuchar.
Finalmente, Rin habló en un susurro “Kikyo está peor ¿Verdad?”
Jaken bajo la vista, sin estar seguro de cómo contestar. Todos los problemas que estaban ocurriendo eran demasiado para la niña y él quería tratar de protegerla lo más que pudiera.
“Sé que vino el doctor a verla” continuó Rin “Es por Kagome ¿Verdad? Kikyo enfermó más porque Kagome desapareció” las lágrimas amenazaban con caer en cualquier momento.
“La salud de tu hermana siempre ha sido delicada” trató de consolarla su guardián.
“Sí, pero. . .”
“Rin” la interrumpió Jaken “tu hermana va a estar bien. Las dos van a estar bien” Le regalo una pequeña sonrisa. “Ahora anímate. La salud de la princesa Kikyo está fuera de tu control, pero tu madre, la reina, también está preocupada por sus dos hijas. Si tú te deprimes, será una razón más de tristeza para ella”
“No quiero que nadie esté triste” aseveró la niña. Desde que vio la reacción de su madre luego que se enteraran de la desaparición de Kagome, Rin había sentido gran culpa. No había pensado en como la situación afectaría a los demás miembros de la familia. La reina no paraba de llorar, el rey estaba del peor humor y Kikyo había sido confinada a una cama por completo. Nadie y absolutamente nadie, debía molestarla.
Había estado a punto de confesar lo que realmente había pasado con la menor de sus hermanas, pero en ese momento habían hecho su aparición en el salón del trono el General Naraku y el Conde Hakudoshi. Al ver a este último, la princesita había recordado las razones de su hermana para irse y decidió que no podía traicionarla. Guardó silencio mientras trataba de convencerse que era lo mejor. Después de todo, Kagome debería comunicarse con ellos dentro de los próximos días y anunciar donde estaba. Entonces toda la tristeza de su familia se desvanecería. Sería sustituida por el enojo, pero al menos, todos sabrían que la segunda princesa estaba sana y salva.
“En ese caso” dijo Jaken, continuando la conversación “Ven conmigo a la habitación de la reina. Recuerda que de ahora en adelante, ella quiere que compartas todas tus comidas con ella”
“Quiere asegurarse de que no me pierda” trató de bromear la niña.
“Pues espero que ella tenga más suerte que yo” Jaken tomó la oportunidad que Rin ofrecía para aligerar el pesado ambiente.
Ambos rieron calmadamente y se dirigieron a las habitaciones de la reina.
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Al mismo tiempo, en un lugar alejado de ahí, un hombre joven le daba un ultimátum a su esposa.
Kagome tenía una gran respuesta en la punta de la lengua, pero unos toques en la puerta evitaron que pudiera decir algo.
Inuyasha se incorporó a toda su altura de golpe y con un movimiento brusco abrió la puerta “¡¿Qué?!”
“Cálmate amigo mío” Se oyó hablar a una voz sonriente “No quisimos interrumpir. Es solo que imaginamos que tendrías la decencia de esperar hasta la noche para continuar `conociendo' a tu esposa” El tonó sugestivo en la voz del extraño la hizo sonrojarse.
“¿Qué demonios quieres?” Espetó Inuyasha, bloqueando la puerta.
“Pues `conocer' a tu. . .” El tipo lanzó una exclamación de dolor y tras de él se oyó la voz de una mujer.
“¿Podrías al menos fingir que tienes un poco de decencia? ¡Si sigues así, comenzaré a ir yo a la ciudad en tu lugar! ¡Estás expuesto a muchas malas influencias allí!”
“Mujer, solo bromeaba. No te enojes”
La mujer dijo algo más, regañando al hombre. Inuyasha bufó en exasperación y se hizo a un lado “¡Ya, payasos! ¡Cállense y entren de una vez!”
Obedientemente, los extraños ingresaron a la vivienda. A Kagome le había parecido familiar la voz del sujeto, y al verlo entrar, supo porque. Allí, frente a ella, se encontraba el otro tipo del mercado. La misma estatura y complexión de su `marido', vibrantes ojos cafés, cabello negro limpiamente amarrado en una trenza. El hombre era atractivo. Una vez más, Kagome se sintió como una ignorante a la que los conocimientos básicos del mundo le habían sido negados. Solo había pasado fuera de casa un día y ya había visto más hombres apuestos de los que había imaginado que existían. Y eso que solo habían sido dos.
Su contemplación fue interrumpida de inmediato, pues tras del hombre entró una mujer. Un poco más alta que ella, con su cabello perfectamente peinado, - Instintivamente se llevó las manos a su cabeza que estaba un poco desordenada. Sin su dama de compañía que le ayudara a peinarse, había pasado un momento difícil arreglándose el pelo - labios muy rojos, piel muy blanca, ojos muy negros; parecía una muñeca de porcelana.
“Así que ésta es la elegida” Habló vivazmente el hombre “¡Picarón! Que escondida te la tenías” Puso uno de sus brazos alrededor del cuello de Inuyasha, quien lo apartó de un empujón.
“¡Déjate de tonterías!”
“¡Los dos déjense de tonterías!” Ordenó la mujer, para luego pedir “Inuyasha, preséntanos formalmente”
A regañadientes, Inuyasha se acercó y señalando con la mano, presentó “Este es Bankotsu, quien dice que es mi amigo y ésta es Yura, quien cometió la estupidez de casarse con él” Luego se volvió hacia Kagome y dudó “y ésta es. . . es. . .”
“¡Kagome!” Le recordó ella entre dientes.
“Kagome” terminó él y dando media vuelta, regresó al tablón que dejara tirado.
“Inuyasha siempre tan cordial” Habló de nuevo el hombre. Parecía estar de muy buen humor, pero Kagome ya había aprendido la lección. Estos dos hombres eran impredecibles. Bankotsu hizo una reverencia y siguió a su amigo para ayudarlo.
“Kagome” Repitió la mujer “Es un bonito nombre” Sonrió “Igual que una de las princesas”
A Kagome se le fue el color del rostro al pensar que la habían descubierto. De inmediato Yura se acercó a ella y la miró con preocupación “¿Te sientes bien?”
Kagome dio un respiro y calmó sus nervios al darse cuenta de que la mujer sólo había establecido una coincidencia. “Estoy bien, gracias”
Yura sonrió de nuevo. Kagome tuvo que admitir que era una mujer muy bella. El color que llevaba en sus labios era el único maquillaje que ostentaba en su níveo rostro. Pero lo que realmente llamaba la atención era como el vestido que estaba usando y que poseía un escote muy alto, le apretaba el pecho. Parecía que la tela apenas podía contener el volumen del busto.
Kagome pensó en la envidia que les causaría a las cortesanas de Palacio, saber que había alguien que no necesitaba de esos incómodos y dolorosos corsés para levantar y exponer la parte frontal del cuerpo.
Una nueva persona hizo su aparición, entrando como un torbellino, frenéticamente comenzó a preguntar en alta voz “¿Dónde está?”
A Kagome le pareció escuchar que Inuyasha murmuró muy molesto `otro más'.
Yura se rió, su posición evitaba que Kagome pudiera ser vista por la joven que acababa de llegar “Está justo aquí” dijo haciéndose a un lado.
Kagome pudo ver a una joven mujer, no mucho mayor que ella, pero más alta. Con grandes ojos cafés, la miraba muy atenta. No usaba maquillaje, pero con un cutis tan sonrosado como ese, no lo necesitaba y su cabello negro y brillante amarrado en una coleta alta, le llegaba a la cintura. Su figura parecía haber sido delineada con mucho cuidado por la naturaleza. El sencillo vestido que llevaba puesto, caía con suavidad sobre cada curva de su cuerpo, acentuando la generosidad de sus atributos.
De pronto, Kagome, quien siempre se había considerado una mujer de buen ver, se sintió pequeña, escuálida en comparación con las dos muchachas que tenía frente a ella. Y su sentimiento de inferioridad solo aumentó cuando la recién llegada comenzó a dar vueltas alrededor de ella, examinándola cuidadosamente y dando su opinión.
“Eres muy baja. Y también muy delgada” tomó uno de los brazos de Kagome, levantándolo para inspeccionarlo mejor “Apenas tienes carne en los huesos”
“Ya déjala” intervino otra voz. En el marco de la puerta había aparecido alguien más. Inuyasha volvió a refunfuñar.
Si Kagome se había sentido un tanto inferior antes, ahora se sentía insignificante. Recostada ligeramente en el umbral, como posando para el más renombrado pintor, estaba otra mujer. Su cabello elegantemente recogido en un moño, con unos mechones sueltos cayéndole sobre las sienes en forma deliberada, enmarcaba un rostro fino y cautivante. A Kagome le pareció algo familiar.
La mujer se acercó a ellas con paso grácil. “Es la esposa de Inuyasha, no un bicho raro” habló la mujer mientras caminaba como si flotara. Su complexión era más fina que la de las otras chicas pero no menos atractiva. De hecho, se movía con cierto aire de elegancia que haría ver a la mayoría de las jovencitas de buena cuna como simples patos.
“Eso ya lo sé” replicó la chica alta, sonrojándose un poco “Es solo que me extraña que Inuyasha haya elegido a alguien como ella”
Esas palabras podrían haber hecho referencia a que Inuyasha no estaba a la altura de Kagome, pero la forma en que fueron dichas, aludían a todo lo contrario.
Kagome apretó los puños. ¿Qué se creía esa chica? Solo por que era más grande, mejor desarrollada y obviamente con mucha fuerza no tenía derecho de menospreciarla. ¡Ella era una princesa!
Se dio una mirada. El vestido que estaba usando - el mismo que Izayoi le diera la noche anterior - se arrastraba en el piso y le quedaba muy flojo. Al principio le alegró que fuera una prenda cómoda, pero ahora, al ver a esas tres mujeres, a quienes las faldas les llegaban un poco más arriba del tobillo y que llenaban sus vestidos en forma perfecta, se sintió como una niña a quien aún le faltaba crecer. Además, su vestido estaba todo arrugado y su cabello no lucía mejor. También estaba consciente de que su piel no lucía tan luminosa como las de sus interlocutoras, por la poca exposición al sol.
Se desanimó. ¿Cómo es que Kouga la consideraba tan especial si en el mundo habían mujeres que lucían mucho mejor que ella? Pero entonces consideró que si Kouga no prestaba atención a la apariencia de las otras mujeres y solo pensaba en ella como su perfecta compañera, eso significaba que realmente la amaba. Sonrió feliz ante ese prospecto.
“Sí, está algo pálida y le serviría aumentar unas cuantas libras” confirmó Yura. Kagome se indigno de que hablaran de ella como si no estuviera presente. Por un momento, se sintió como si estuviera devuelta en la corte del rey.
“Eso se debe a que es de la ciudad” afirmó la recién llegada “Unos cuantos días recibiendo los rayos del sol y respirando aire puro la harán mejorar”
Entonces la mujer se volvió graciosamente a los hombres que diligentemente clavaban unas tablas en el piso, ignorando lo mejor posible a las otras ocupantes de la casa. Al menos Inuyasha hacía lo mejor posible.
“Inuyasha” habló la mujer en tono divertido “Es un gusto verte de nuevo”
La forma en que enfatizó `verte' hizo que Kagome entendiera por que le había parecido familiar. Era la misma mujer joven que los viera desnudos en el cuarto de baño. Kagome se volvió casi color escarlata. Inuyasha también se sonrojó, pero haciendo uso de toda la dignidad que tenía volvió su rostro al lado opuesto de la mujer y exclamó “¡Keh!”
La mujer rió de buena gana y volvió su atención a Kagome y al ver la expresión horrorizada de la chica, dejó de reír pero siempre mantuvo una sonrisa sugerente en sus labios.
“Soy Kagura” anunció en forma segura. Kagome se esforzó por recuperar su capacidad de hablar y presentarse a su vez.
Yura se golpeó la frente con la palma de la mano, como si acabara de darse cuenta de algo “Que descortés soy, no las presenté” señalando a la chica alta, quien seguía observándola con expresión dubitativa “Ella es Sango, mi cuñada”
“¿Cuñada?”
“Sí” habló Sango animadamente “Banky es mi hermano”
“¡Te he dicho un millón de veces que no me llames Banky!” Tronó el susodicho.
“¡Y yo te he dicho un millón de veces más que te voy a llamar como se me dé la gana!”
Una vena en la frente de Inuyasha estaba a punto de estallar. No solo tenía que soportar a la molesta chiquilla que ahora era su esposa, sino que también tenía que aguantar a los ruidosos de sus amigos y además arreglar una casa que él no quería y los hermanos seguían gritándose mientras Kagura se reía y Yura movía la cabeza de un lado a otro.
“¡Ya cállense!” gritó furioso Inuyasha, haciendo que cinco pares de ojos se volvieran a él “¿Qué están haciendo aquí de todas formas? ¿No hay alguien más en la aldea a quien puedan ir a fastidiar?”
“Nadie es más divertido de fastidiar que tú” afirmó Bankotsu. Su esposa lo paralizó con una mirada.
“No estamos aquí para fastidiar” dijo Yura “Izayoi anda por la aldea anunciando la noticia de tu boda y como es costumbre, venimos a felicitarlos y ofrecerles toda la ayuda que necesiten”
“Así es” Confirmó Kagura, aún con la sonrisa sugerente en los labios agregó “Normalmente, ayudamos antes de que la boda se realice, pero ya que estaban tan impacientes. . .”
Tanto Inuyasha como Kagome sintieron sus rostros hervir, afortunadamente, Sango no tenía idea de lo sucedido la noche anterior, y decidió cortar la charla para empezar el trabajo. Tomando un par de escobas que Inuyasha había recogido del granero, le dio una a Kagome y la animó a comenzar las tareas de limpieza. Yura tomó unos recipientes y se dirigió al arroyo a recoger agua y Kagura agarró unos paños para comenzar a limpiar las telarañas.
Por unos momentos, Kagome se quedo quieta, sin entender el propósito del artefacto que tenía en las manos.
“¿Qué pasa?” Pregunto extrañada Sango “¿No sabes barrer?”
Conque para eso sirve esto “Por supuesto que sí” sonrió Kagome poco convincentemente, mientras en su cabeza, gritaba que ella no había pasado incontables horas con Madame Yukie aprendiendo las delicadas artes de etiqueta en la mesa para terminar barriendo en una pocilga. Inuyasha la había advertido a cerca del robo pero ella estaba convencida de que solo le estaba poniendo las cosas difíciles debido a que era un energúmeno dominante así que en cuanto se descuidara, ella tomaría su caballo y escaparía.
Pasó los siguientes minutos observando los movimientos que Sango realizaba para tratar de imitarlos de la mejor manera. Inuyasha y Bankotsu seguían recolocando los tablones salidos y las otras dos mujeres hacían su parte en la limpieza también. Sango decidió hacer más amena la labor, conversando un poco.
“Entonces ¿De dónde eres?”
Kagome pensó un momento antes de responder ¿Qué tanto podría revelar sin delatarse? “De la Ciudad Real” concluyó, notando por primera vez cuan presuntuoso sonaba el nombre de su lugar de nacimiento. Había sido idea de su bisabuelo llamarla así, para que todas las personas que nombraran el lugar, recordaran que allí vivían sus monarcas.
“Y ¿Qué hacías allí?”
“¿Qué que hacía?” Kagome no sabía como responder esa pregunta exactamente pues ella misma no estaba segura de que era lo hacía en verdad.
“¿En que trabajabas?” Insistió Sango
Yo no trabajaba, estuvo a punto de decir, pero se recordó que debía dejar una historia convincente que la alejara de su verdadera condición, en caso de que la guardia de Hojou viniera a la aldea a buscarla. Lo pensó unos momentos. Observó como todos los ocupantes de la vivienda volvía su atención a la respuesta que iba a dar.
“Yo era. . . una. . . dama de compañía. Sí, una dama de compañía” Sonrió satisfecha con el título que acababa de darse. Las damas de compañía eran consideradas personas de buena reputación aunque no tuvieran una alta posición social. Le pareció ver a Inuyasha fruncir el seño ante su explicación. Fue hasta que lo pensó un poco más que se dio cuenta que era muy poco probable que una dama de compañía terminara colándose sin autorización a la casa de alguien más en las fachas que ella lo había hecho, sin embargo, decidió que no cambiaría su historia, después de todo, podía justificarse aduciendo que muchas cosas podían pasarle a una joven en un día. Ella era prueba de eso.
“¡Que bien!” Sango la felicitó con una sonrisa honesta, para luego agregar “¿Qué hace una dama de compañía?”
Kagome se obligó a sonreír ante la ignorancia de la chica. Dando un vistazo a su alrededor, comprendió que Sango no era la única que no sabía lo que era una dama de compañía.
“Pues verán. Una dama de compañía es una joven que asiste a una dama mayor, ayudándole a vestirse y peinarse. Come y va de paseo con ella. . .”
Todos parecieron sopesar la información por un rato. Finalmente Bankotsu habló.
“¿Eso es trabajo?”
“¡Por supuesto que sí! Y uno muy respetable, además”
Cuatro cabezas asintieron, pero sus expresiones denotaban que no estaban muy convencidos. Kagome se encogió de hombros y siguió con su trabajo, aunque su desempeño en esa área no era mejor de lo que había sido cuando ayudó a Izayoi a cocinar. Pero Sango no era Izayoi y definitivamente no tenía la paciencia de la mujer mayor.
“Oye, la idea de barrer es limpiar el piso de la suciedad, no esparcirla por toda la casa”
Kagome no sabía como contestar a eso. Una parte de ella le exigía que demandara el respeto que se merecía, la otra parte le recordaba que debía ser paciente y esperar el momento justo para irse sin que nadie conociera su secreto.
“No cabe duda, tu trabajo no era trabajo en realidad, por que todo trabajo requiere de habilidades manuales y tú no pareces buena para el tipo de labor manual” Finalizó la alta morena con un ademán desdeñoso. Kagome quería refutar esas palabras, pero se distrajo cuando de reojo pudo ver en el rostro de su `esposo' un gesto de exasperación.
¡Que bien! Seguro que ya está considerando ayudarme a salir de aquí. Según su experiencia, o mejor dicho, según lo que oyera en el cuarto de costura de palacio, los hombres no necesitaban casarse para tener a alguien con quien descargar sus apetitos - aunque ella solo tenía una vaga idea de lo que `apetito' quería decir - así que solo existían tres razones para que un hombre decidiera tomar una esposa: No. 1 mejorar su estatus social; No. 2 engendrar herederos legítimos; No. 3 tener una sirvienta gratis.
No había forma de que Inuyasha supiera del verdadero estatus social de Kagome; de ninguna manera iba a dejarlo acercarse a ella amenos de tres metros de distancia cuando estuvieran a solas y definitivamente, ella no servía para sirvienta.
Sus reflexiones fueron cortadas cuando ruidos en el exterior de la vivienda señalaban el acercamiento de varias personas a la vez. Inuyasha maldijo una vez más. Kagome se sintió avergonzada al considerar lo que las personas pensarían de ella por haberse casado con un hombre tan grosero.
En un momento, la pequeña casa estaba invadida por varias personas muy diferentes entre sí y todas se acercaban a Kagome a saludarla y felicitarla. Algunas incluso halagaban su belleza. Los habitantes de esta aldea son buenas personas, pensó ella, complacida de que al fin alguien le mostrará algo de respeto.
Otra cosa que le llamó mucho la atención, fue que casi todos los recién llegados llevaban algún presente. Aunque algunos de los regalos no tenían sentido.
Un hombre descomunal que llegó acompañado de una mujer bastante anciana le regaló unas hierbas medicinales. Un muchacho, que a primera vista le había parecido una muchacha, le dio unas navajas. Un anciano que parecía delirar le entregó unos sacos de carbón. Otros llevaron sillas, mesas, platos. Hubo quienes le obsequiaron gallinas, cerdos y patos. Kagome se sentía abrumada con tanta atención y con tantas cosas que le estaban dando. La mitad de las cuales ella no sabía para que servían y la otra mitad, ella no las quería.
El lugar era un caos total y Kagome pudo notar como Inuyasha se había relegado a sí mismo a un rincón lo más alejado posible del barullo. Mantenía el seño fruncido y miraba a cada invasor con recelo y cuando alguno se acercaba a felicitarlo, ni siquiera le sonreía. Que hombre más insufrible.
Las gentes charlaban y reían mientras ayudaban a limpiar y reparar cosas. Kagome pronto se encontró sin otra cosa que hacer más que sentarse y recibir a las visitas y sus regalos. Algunas de las mujeres hasta llevaron bebidas y bocadillos. Eso era una verdadera celebración. Pero con todo, a Kagome el asunto le parecía irrelevante. Aun cuando se sintiera halagada por la atención recibida, eso no era nada en comparación con el trato que recibiría en su boda con Kouga - que estuviera casada actualmente no representaría ningún problema en tanto que el matrimonio no fuera consumado. Y su matrimonio con Inuyasha no se consumaría nunca.
Kouga era primo del rey de Tarus. Un príncipe. Por lo tanto, no podía esperar otra cosa que no fuera lo mejor para su boda. Ya podía imaginarlo. La ceremonia se llevaría a cabo en el más hermoso de los jardines del Palacio Real, ella usaría un vestido de la seda más blanca que se pudiera conseguir y estaría adornado con bellos hilos de oro, la recepción se realizaría en el Salón principal que estaría decorado con todas las variedades de flores blancas, asistirían los personajes más importantes de la nación, y se servirían los platillos más exquisitos preparados por los mejores cocineros del país. Y por si fuera poco, en lugar de gallinas y platos, recibiría por regalos piezas de plata y oro, obras de arte, piedras preciosas, las más finas telas. . .
Unos gritos de alarma la sacaron de su ensueño. Un joven adolescente entró corriendo anunciando la llegada de una cuadrilla de soldados. Kagome frenéticamente buscó un lugar para esconderse en tanto que todos los presentes se avocaban hacia el lugar por donde venían los guardias. Kagome sabía que la buscaban a ella.
“¿Qué te pasa? ¿Perdiste algo?” Preguntó Inuyasha de repente. Él también estaba en camino hacia fuera, cuando vio la forma peculiar en la que actuaba Kagome.
Ella no contestó, se limitó a ver a Inuyasha a la cara. Se mantuvieron unos segundos así, viéndose el uno al otro.
“Ven” dijo Inuyasha después de un rato, tomándola del brazo. Kagome trató de forcejear e Inuyasha la apretó un poco más “Ya te dije que no voy a dejarte ir” declaró.
Kagome se quedó quieta de inmediato “¿Cómo supiste. . .?”
Él se encogió de hombros “Acostumbro a cazar. Reconozco cuando una presa esta a punto de huir”
“Espero que no me estés comparando con un animal” Dijo ella en tono de advertencia.
Él no contestó. Un brillo extraño en sus ojos le confirmó a Kagome el contenido de sus pensamientos.
“¿Cómo te atreves? ¡Hirsuto!”
Inuyasha le dedicó una mirada de extrañeza “Yo no sé nada de idiomas extranjeros. A mí háblame en español”
“Es español” Se burló ella abiertamente “Significa grosero. Pero en fin, ¿Qué se puede esperar de un campesino ignorante?” Inmediatamente las palabras salieron de su boca, ella las lamentó. No acostumbraba ser tan cruel con nadie. En Palacio, ella y sus hermanas eran apreciadas por la forma con la que se comportaban con la servidumbre. Nunca les levantaban la voz, ni hacían exigencias ridículas como había escuchado que sucedía en las casas acaudaladas. O como hacía el Rey.
Se apresuró a disculparse pero Inuyasha la calló al apretarle el brazo con más fuerza y adoptando una expresión indescifrable. Prácticamente la arrastró hacia la salida.
Al recorrer el corto sendero que conducía hacia el asentamiento principal de la aldea, su sentimiento de culpabilidad desapareció para ser sustituido por el pánico. Ni siquiera sentía el apretón en su brazo - aunque, siendo honestos, no era tan fuerte - Lo único en lo que pensaba era en que la iban a descubrir y se la llevarían de nuevo a Palacio para casarse con la estatua viviente llamada Hakudoshi.
“Voy a aplicar verdadera presión si no dejas de resistirte” Amenazó Inuyasha en un tono bajo, pero firme. Hablaba en serio. El insulto recibido realmente le había molestado y gracias a eso, la jovencita que sostenía firmemente con una de sus manos había perdido toda esperanza de libertad.
“Pero. . . pero” Kagome tenía que explicarle. ¡No podía dejar que la atraparan!
“¡Inuyasha!” Se escuchó una voz a su lado. Era Sesshoumaru que venía en compañía de otros hombres de la aldea. Sus ropas se encontraban polvosas y su piel lucía brillante a causa del sudor y sin embargo, conservaba el cabello perfectamente arreglado. Si no hubiese estado preocupada por los guardias que llegaban a la aldea, Kagome le habría preguntado cuál era su secreto. Les serviría de mucho a ella y a su esposo.
“Sesshoumaru. ¿A que vienen esos tipos ahora?” Preguntó Inuyasha, refiriéndose a los soldados.
“Hermano, sé que piensas que soy un ser altamente superior, pero verás, leer la mente no se encuentra dentro de mis habilidades. No podré saber que quieren los guardias sin preguntarles antes”
“Ja. Ja.” Inuyasha le dio a su hermano una mirada que prometía retribuciones posteriores “Solo me pregunto que hacen aquí. Apenas la semana pasada les pagamos los impuestos”
“Creo que no vienen por impuestos” Dijo Sesshoumaru mirando a la distancia. “Sus uniformes son diferentes a los de la guardia del gobernador”
Tenía razón. La guardia del gobernador era la que se encargaba de mantener el orden en las ciudades y aldeas circundantes, cobraban impuestos y capturaban criminales, sus uniformes eran de color negro. Por otro lado se encontraba la Guardia Real que se dividía en dos secciones. El Ejercito Real, del cual Naraku era el general, que se encargaban de la protección del reino y su monarca, evitando invasiones y sofocando rebeliones, sus casacas eran de un azul profundo; y la Guardia de la Reina, comandada por Houjo, quienes básicamente eran los guardaespaldas de la Reina, sus casacas eran de un rojo brillante.
Los soldados en la aldea llevaban casacas rojas.
El grupo de hombres se acercó a donde estaba la multitud rodeando a los jinetes. Inuyasha aún llevaba a Kagome del brazo.
Cuando alcanzaron a la gente, Sesshoumaru se volvió a su hermano “Quédate aquí”
“¿Por qué?”
“Porque voy a dialogar con ellos y es muy difícil hacer eso cuando tú comienzas a insultar a todo el mundo”
“¿Llamas insultar el decirle a un imbécil que es un imbécil? Yo lo llamo decir la verdad”
“Y por eso te vas a quedar aquí” Afirmó Sesshoumaru.
Los hermanos intercambiaron miradas por unos segundos y al ver Sesshoumaru que Inuyasha no protestaba, lo tomó como una aceptación. Se adelantó unos pasos y entonces Inuyasha habló.
“Tienes hasta que cuente hasta quinientos”
Sesshoumaru se volvió a su hermano y le dio una mirada asesina “No te metas” Le advirtió. Inuyasha solo sonrió
Kagome observó a su cuñado dirigirse con paso seguro hasta donde uno de los guardias exigía se llamara al jefe de la aldea. Inuyasha ya había disminuido la presión sobre su brazo y podía moverse casi a su antojo. Se arrimó un poco más a él, tratando que el desordenado cabello del muchacho le sirviera como velo. Inuyasha se movió un poco incomodo y la miró de soslayo, con desconfianza.
“¿Ahora que tienes?”
Ella meneó la cabeza, no confiando en emitir algún sonido, no fuera ser que alguno de los guardias alcanzara a oír su voz y la reconociera. Inuyasha también meneó la cabeza pensando que la mujer a su lado no era normal.
Entre tanto, Sesshoumaru había alcanzado el centro del círculo y se dirigió al guardia en voz alta y clara “Soy el jefe. ¿En que puedo ayudarlos, oficial?”
Kagome se extrañó. Aunque Sesshoumaru era mayor que Inuyasha, solo parecía llevarle un par de años - ella no sabía la edad de Inuyasha, calculaba que no sería mucho mayor que ella - y eso lo convertía en un hombre no mayor de veinticinco años. Era muy poco probable que él tuviera un puesto por sobre los hombres mayores de la aldea.
“Estamos buscando a un grupo de insurgentes” Estaba hablando el soldado “¿Han visto a alguien sospechoso por aquí?” Kagome se encogió intimidada. Si Sesshoumaru mencionaba que ella era nueva en la aldea, la guardia exigiría que fuera presentada.
“No señor, nada fuera de lo común” Kagome suspiró aliviada. Inuyasha volvió a verla con esa mirada de extrañeza
“Necesitaremos revisar las viviendas” Anunció el soldado.
Sesshoumaru apretó la barbilla, con el fin de no demostrar su desagrado ante la petición. “Adelante” dijo con el tono más cordial que pudo lograr. Detestaba tener que actuar tan servicial con estas personas. A veces - sólo a veces - le gustaría ser tan impulsivo como su hermano y decirles unas cuantas verdades. Pero no podía. Los aldeanos eran su responsabilidad y la seguridad de ellos era lo más importante.
“¿La casa Himeshi está siendo utilizada por alguien?” Preguntó el guardia.
“No” Contestó secamente Sesshoumaru
“Tendremos que verla también”
“Es por allá” Sesshoumaru señaló hacia el lugar por donde estaba la casa que ahora era de Inuyasha. Realmente detestaba tener que ser servicial con estas gentes. Y odiaba más tener que dejarlos acercarse a esa casa.
El soldado dio indicaciones a su cuadrilla, conformada por cinco hombres, para que comenzaran su búsqueda en las casas aledañas. Él se movió en la dirección que le indicara Sesshoumaru.
El joven tuvo que hacer un esfuerzo para no colocarse en el paso del soldado y evitar que continuara su camino. La casa Imeshi era muy importante para él, pero eso a los guardias no les importaba. Seguramente dañarían la propiedad como lo hicieron la última vez que llegaron a hacer una revisión. Aunque en esa ocasión, había sido para realizar un nuevo censo que le ayudara al gobernador a decidir en cuanto aumentar los impuestos de la aldea.
A Inuyasha también le importaba la casa, pero se debía más que nada a que Izayoi tenía un afecto especial por el lugar. Cualquier cosa que hiciera entristecer a su madre lo hacía rabiar. Y seguramente, después de que los guardias se fueran, su madre estaría muy triste.
Inuyasha no pensaba hacerse a un lado. Al diablo con las negociaciones. Pero Kagome tenía otros planes.
Asustada de que al acercarse el soldado pudiera reconocerla, había tirado de Inuyasha hasta casi meterlo entre la maleza.
“¡Ya! ¿Qué té pasa?” Agitó el brazo que aún la sostenía con algo de brusquedad. “Estate quieta”
Kagome se quedó quieta. Lo último que quería era llamar la atención del soldado con una riña doméstica.
Sin Inuyasha para interponerse, el soldado pudo avanzar por el sendero sin dificultad. Pero el joven ojidorado era incapaz de quedarse tranquilo.
“¡Oye tú! ¡El del caballo!” Gritó.
Kagome se las arregló para zafarse de su agarre y se colocó detrás de él, agradeciendo por la amplia espalda que la escondía bastante bien. Todos los demás oyentes, se prepararon para presenciar uno más de los espectáculos de Inuyasha.
El jinete se volvió, nada impresionado. Esperó a ver que tenía el campesino que decir.
“Más te vale no dañar la casa” habló Inuyasha, contento de tener la atención del otro hombre “La última vez que ustedes, payasos, estuvieron aquí, me llevó tres semanas reparar las puertas y ventanas”
Todos los presentes esperaron a oír como el guardia reprendía a Inuyasha por su falta de respeto a la autoridad para luego ver a Inuyasha demostrándole al guardia cuanto respeto tenía por la autoridad.
“No se preocupe, caballero” Habló otra voz. Los aldeanos parecieron decepcionados de que alguien interrumpiera lo que prometía ser un momento interesante. Aunque la mayoría de los adultos estaba conciente de los riesgos que eso implicaba.
Inuyasha se volvió para ver a la persona que lo había interrumpido. Por poco derribó a Kagome, quien había estado casi pegada a él y que había quedado paralizada al oír la nueva voz. Ella no tenía que volverse para saber quien estaba hablando. Allí, atrás de ella estaba el mejor guardia de Palacio, el hombre más leal a la corona y un verdadero caballero: su peor pesadilla, el comandante Hojou.
Kagome no se atrevió a moverse. Inuyasha la miró exasperado. “¿Qué tienes?”
Kagome continuó sin decir palabra, rogando que el arrugado vestido y el cabello desordenado fueran camuflaje suficientes.
“Mis hombres tendrán cuidado” Aseguró el comandante Hojou para luego alzar la voz dirigiéndose a su comitiva “Cualquiera que dañe alguna de las propiedades, tendrá que pagarlo” Todos los aldeanos se sorprendieron ante el anuncio. No era cosa de todos los días que un representante de la guardia fuera amable con ellos. Ajeno a sus pensamientos, Hojou continuó “Ninguna de estas personas es responsable de lo ocurrido, por lo tanto, no debemos hacerles pagar cosas que no deben” Kagome se sintió aludida por esas palabras.
El resto de los soldados no pareció complacido por las órdenes de su comandante, pero de todas formas le obedecerían. Hojou era uno de los pocos oficiales de la corona - si no es que el único - que podía jactarse de contar con el verdadero respeto de los hombres a su cargo.
“Solo nos tomará un momento” aseguró Hojou a Inuyasha, notando por primera vez a la mujer que estaba enfrente de su interlocutor y de espaldas a él. Le pareció ver que la mujer temblaba “¿Ella está bien?” Preguntó Hojou a Inuyasha.
El muchacho volvió su vista a Kagome, quien mantenía su mirada fija en el pecho de su esposo. Volviendo sus ojos hacia el comandante, Inuyasha aseveró “Sí, está bien, es solo que tiene problemas mentales”
Kagome levantó los ojos hacia el rostro de Inuyasha con la esperanza que la fuerza de su mirada fuera suficiente para derretirlo.
“¿Qué?” Se defendió Inuyasha, volviendo a verla “Sí tienes problemas”
Kagome respiró hondo. Sentía que en cualquier momento iba a explotar. Lo único que la detenía era la seguridad de que si perdía los estribos en ese momento, perdería su libertad.
Hojou meneó su cabeza. Nunca entendería las discusiones de pareja.
Los soldados realizaron su trabajo sin interrupciones mientras que los aldeanos esperaban todos juntos en el centro de la aldea. Habían aprendido hacía mucho tiempo a no estorbar cuando la guardia venía y para asegurarse de que nadie armaría alboroto, Izayoi se había puesto de pie junto al menor de sus hijos colocándole una mano sobre el brazo.
Cuando se hubieron ido los soldados, cada quien regresó a las actividades que estuvieron realizando antes de la interrupción, lo que significaba que la mayoría regresó a la fiesta.
Kagome había respirado tranquila en cuanto vio al comandante Hojou alejarse por donde había llegado. Kagome finalmente podía ver el camino principal de acceso a la aldea. Los árboles habrían un sendero lo bastante amplio para que pasaran dos carretas grandes. Los altos y macizos árboles daban la impresión de ser los fundamentos sobre los cuales se asentaban las compuertas naturales que daban paso a una exclusiva propiedad.
Entonces, Kagome recordó que habían mencionado la casa Himeshi. En el momento, no le había tomado importancia. Su único interés había sido ocultarse de las personas que la buscaban, pero cuando tuvo tiempo de pensarlo, decidió que aunque los soldados se habían dirigido hacia la casa de Inuyasha, era muy poco probable que esa fuera el lugar al que se había referido el guardia.
Recordó que siguiendo el sendero desde la casa de Izayoi, había visto que los caminos se bifurcaban. Tal vez la casa en mención se encontraba siguiendo el otro camino. Era posible que la aldea estuviera asentada sobre lo que alguna vez fue una propiedad privada. Habría preguntad, pero era algo que en realidad no le importaba.
Se vio obligada a volver a la casucha y jugar el papel de anfitriona. Más personas llegaron y más regalos le entregaron. Cuando ya había pasado gran parte del día, parecía que el terreno se llenaba de más y más personas. Pensó que eso se debía a que la jornada del día había terminado y todos los que trabajaban en. . . cualquier cosa en que trabajaran, ya estaban libres para unírseles.
Una mujer mayor hizo su aparición en la entrada de la casita cargando unas viejas cacerolas. Kagome quiso esconderse. Era la otra mujer de la noche anterior. La anciana se acercó hasta ella saludándola muy cordialmente, acto seguido le entregó su presente, disculpándose por no darle algo que fuera nuevo. Kagome se esforzó por sonreírle. Estaba esperando que en cualquier momento la mujer fuera a hacer algún comentario con respecto a lo sucedido en el cuarto de baño, pero la mujer ni siquiera dio señales de recordarlo.
“Soy Kaede” habló la señora, colocándose las manos detrás de la espalda “Y tú eres una niña preciosa”
Esta vez, la sonrisa de Kagome fue real. Oficialmente, Kaede se había colocado en el primer lugar de su lista de aldeanos favoritos “Es un placer, soy Kagome” Se presentó.
“No puedo creer que finalmente apareciera alguien dispuesta a domar el carácter de Inuyasha” Sonrió animadamente Kaede.
El susodicho casi gruño al escuchar el comentario. Desde que habían vuelto a la celebración, Inuyasha se había mantenido a una distancia considerable de Kagome, pero lo bastante cerca como para tenerla vigilada.
“Siempre está jugando a hacerse el duro” la anciana meneó la cabeza “Pero solo es pantalla, por dentro es un dulce” Aseguró, ocupándose de alzar la voz lo suficiente para que Inuyasha no se perdiera ni una palabra. El muchacho volvió a gruñir y se movió para alejarse más de las mujeres y no tener que oírlas.
La anciana volvió a reír. A Kagome le pareció fascinante como alguien tan mayor podía reír con tanta frescura “Cuando necesitas quitártelo de la espalda por un rato,” Estaba diciendo Kaede “solo tienes que alabar su lado tierno. Le resulta embarazoso” terminó en tono confidencial.
“¿Tiene un lado tierno?” Preguntó incrédula Kagome.
La anciana alzó una ceja. Kagome sintió que había hablado demás. Habiéndose casado con el tipo, ella estaba supuesta a conocer su lado amable. Trató de disimular sus palabras con una risita poco convincente.
Kaede también sonrió, pero de alguna forma, a Kagome le pareció que al sonreír de esa manera, la anciana estaba diciéndole que a ella no la engañaba.
Kagome buscaba un pretexto para cambiar el tema, y entonces Kaede dijo “Todo estará bien” Volvió a sonreír y se alejó con paso lento gracias a su edad.
La princesa analizó las palabras que Kaede hablara y le parecieron un buen presagio. Sonrió para sí. Solo debía ser paciente y esperar el momento adecuado para huir. Volvió a ver los `regalos' recibidos y se asombró al ver que la pequeña sala que esa mañana había parecido poco más que un agujero, estaba cobrando vida. Aún desordenada y repleta de gente como estaba, el lugar comenzaba a parecer una casa de verdad.
En un rincón de su mente, su conciencia le estaba diciendo que las amables personas que se habían molestado en darle estos regalos, por muy sencillos que fueran, lo habían hecho con mucho agrado y seguramente se sentirían engañados y molestos cuando ella finalmente se marchara. Mentalmente, Kagome tomó esa vocecilla entre sus dedos pulgar e índice y la apretó hasta deshacerla. No tenía tiempo para preocuparse de trivialidades como esa.
“Hola” Dijo una vocecita a su costado.
Kagome se giró a verla y sonrió con toda sinceridad “Hola, pequeño. ¿No crees que es peligroso que estés aquí?”
El niño pequeño que la tumbara temprano en la mañana estaba parado a su lado con una sonrisa tan grande que casi le partía la cara en dos.
“Si lo dices por Inuyasha” habló el pequeñín, mientras se cruzaba de brazos “no le tengo... ¡Ayyyyy!”
De pronto, el niño estaba acurrucado cubriendo su cabeza con ambos brazos mientras gritaba desconsoladamente.
“¿Qué decías, enano?”
Inuyasha había aparecido de la nada para golpear al niño en la cabeza y ahora estaba parado frente a él, mirándolo como si se tratara de un igual.
“¡Inuyasha!” Se acercó Sango furiosa “¿Otra vez estás abusando del pobre Shippo?”
“¡Él empezó!”
Sango puso los brazos en jarras “¿Cuándo vas a entender? ¡Tienes tres veces su edad!”
“¡Pero él empezó!”
Una vez más, Kagome se sorprendió con la actitud de su esposo. Ahí estaba encogiéndose ante una mujer, otra vez. Por el rabillo del ojo, pudo ver a Shippo sonriendo de forma maligna. El chiquillo estaba disfrutando el espectáculo. Kagome decidió que ella también. Era refrescante ver a alguien darle su merecido al abusivo de Inuyasha.
“A ver, Shippo” dijo Sango, volviéndose al niño “¿Qué le hiciste esta vez?”
Shippo había adoptado una expresión lastimera: ojos llorosos, manos frotándose, piernas temblando y voz entrecortada. El chico era todo un actor.
“Yo no hice nada” fingió un hipo “Solo fui por la mañana a conocer a su esposa y ahora vine a saludarla ¿Eso es malo?” sorbió las lágrimas para efecto especial.
“Claro que no, Shippo” Concilió Sango con ternura, para luego volverle una mirada asesina a Inuyasha “No lo molestes” Advirtió y luego su mirada cambio a una de confusión, Inuyasha estaba que echaba chispas “¿Y por que estás de tan mal humor? ¡Estamos celebrando tu boda!”
Inuyasha solo le volvió la espalda y se fue por donde vino.
“Que hombre tan extraño. Mira que no estar feliz el día de su boda” Sango sacudió su cabeza y colocó las manos en las caderas mientras veía la espalda de Inuyasha perderse entre la multitud. Volvió su rostro a Kagome para ver su reacción ante la falta de emoción de su esposo y levantó una ceja inquisitiva.
Kagome se hundió un poco más en su silla en cuanto vio la expresión de Sango “¿Pasa algo?”
Sango se agachó hasta dejar su cara al nivel de la de Kagome “Viéndolo bien, tu tampoco pareces muy feliz” Habló en un tono muy suave, para que nadie la escuchara.
Kagome trató una vez más de fingir una sonrisa, brevemente preguntándose por que le era tan difícil sonreírle convincentemente a estas personas, cuando ya llevaba diecisiete años mostrando una alegría que no sentía a todos los comensales de palacio. Brevemente se contestó que tal vez se debía a que esos visitantes de la corte sabían que ella estaba fingiendo. Estos aldeanos, no tenían idea.
“Es que estoy un poco cansada”
El rostro de Sango se suavizó y poniéndole una mano en el hombro, con toda honestidad dijo “Pobrecilla. Esto es solo el comienzo. No tienes idea de en que te metiste”
Kagome no sabía como lucia su rostro en ese momento, pero podía imaginarse que sobre su cabeza habían aparecido incontables signos de interrogación de todos los colores. Sango sonrió condescendientemente “Si crees estar cansada ahora, espera a pasar toda una semana con Inuyasha y sabrás lo que es estar fatigada en verdad”
Kagome se sonrojó al malinterpretar el significado de las palabras de Sango, y se sonrojó aún más cuando se dio cuenta de que las había malinterpretado, pues la chica, quien no tenía idea de los pensamientos de Kagome, inconscientemente aclaró la idea que quería transmitirle “Ese chico es el más enérgico que conozco, no puede estarse quieto por más de un minuto y siendo su esposa, te tocará tratar de seguirle el paso” Meneó su cabeza pensativa “Es admirable como la señora Izayoi ha podido soportarlo todos estos años”
Volvió su atención a la princesa y frunció el ceño “La verdad no tienes buena cara. Te has puesto muy roja”
Kagome trató de sonreír de nuevo mientras pensaba en una excusa ¿Cuántas veces más tendría que mentir?, pero Sango le ahorro el trabajo al continuar “No te preocupes, luego de la cena que las esposas de la aldea están preparando, todos estarán tan satisfechos que solo pensarán en irse a dormir y tú y tu esposo podrán descansar finalmente”
Kagome suspiró viendo por la ventana. El día aún estaba soleado. Faltaba mucho para que su tortura llegara a su fin.
- - -
Por fin, Kagome pudo respirar tranquila cuando toda la gente, incluida su suegra, dejaron la casa, no sin antes ayudar a poner las cosas en el mejor orden posible.
La cena había sido en el patio principal de la aldea. Kagome tuvo que admitir que había sido una de las mejores comidas que había probado. La gente había colocado mesas y sillas para que todos cupieran y las mujeres casadas sirvieron generosas porciones a todos los asistentes al festejo. Kagome vio allí a mucha gente a la que no había visto antes.
Todos estaban felices. Incluso Inuyasha, quien hasta ese momento había estado listo para arrancarle la cabeza a cualquiera que pasara cerca de él, se había animado con la presentación de las viandas. Antes de que cualquiera pudiera lanzarse sobre la comida, él ya había consumido una buena porción de su guisado. No era el único con buen apetito. Aun los niños pequeños tenían sus platos a rebalsar y no parecían quejarse por eso.
Por un corto tiempo, Kagome olvidó su dilema y disfrutó del momento. Sango se había sentado junto a ella y habían pasado el rato hablando animadamente de cosas triviales. Ella ya no recordaba cuando fue la última vez que se sentó a hablar con su madre o con Kikyo solo porque sí. Pero ese buen momento pasó muy rápido y una vez más, ella se encontró a solas con su torturador.
Inuyasha estaba muy ocupado en el único dormitorio de la casa desde hacía un buen rato. Kagome trató de convencerse de que el joven simplemente estaba arreglando el lugar donde ella dormiría, pero por alguna razón, no lo logró. Temía averiguar cuales eran los planes de su esposo. Fuera lo que fuera, lo enfrentaría con determinación.
Aunque lamentaba no haber podido salir de la aldea ese mismo día, estaba conciente de que había sido lo mejor. Si hubiera resultado su plan e Inuyasha la hubiera dejado ir, la gente de Hojou la habría encontrado en el camino sin ninguna dificultad. Tendría que armarse de valor porque ¿Qué más daba una noche extra entre estas personas? Al menos tendría un lugar seco donde dormir.
Al pensar en dormir, volvió a asaltarla el temor acerca de lo que Inuyasha estaría planeando hacer con ella. Cuando oyó la puerta abrirse se sobresaltó y de inmediato corrió a la cocina para tomar un cuchillo. Él era más grande y fuerte que ella, pero ahora ella estaba armada. De ninguna forma lo dejaría acercarse.
Inuyasha salió del pequeño dormitorio para encontrase con Kagome resguardada contra la mesa para cortar verduras que el carpintero de la aldea había armado ese mismo día para ellos. El chico alzó una ceja e inclinó la cabeza “¿Qué haces con ese cuchillo para mantequilla?”
Kagome miró hacia sus manos y casi se grita a sí misma por su torpeza. En su prisa no se dio cuenta de que cuchillo agarró. Pero algo era mejor que nada, además, había escuchado a los guardias hablando de que lo más importante no era el arma, sino la habilidad de quien la empuñaba. Por supuesto, se le escapó el detalle de que ella no tenía ninguna habilidad con las armas.
Adoptando un aire de prepotencia, la chica habló con el tono más firme que pudo “No creas que me obligarás a meterme en la cama contigo”
Inuyasha volvió a alzar una ceja, mientras la veía con ojos desdeñosos “¿Quién en sus cinco sentidos querría meterte en su cama?”
Kagome se quedó sin palabras, solo atinó a verlo a la cara en tanto que la mirada de Inuyasha se volvía intolerante “Ya déjate de juegos y vete a dormir”
El joven se volvió para dirigirse al dormitorio de nueva cuenta. Kagome confundida preguntó “Y ¿Dónde voy a dormir?”
“En una de las camas que puse en la habitación, por supuesto” La calma que Inuyasha había tenido después de la cena, había comenzado a agotarse.
“Y ¿Dónde vas a dormir tú?”
Inuyasha aspiró con fuerza “En la otra cama”
“¡De ninguna manera!” Chilló la princesa. “¡No voy a compartir la habitación contigo!”
“¿Y porque no?” preguntó Inuyasha entre dientes.
“Por que es inmoral” contestó Kagome con convicción
“Mujer, que va a ser inmoral, ¡Estamos casados!”
Ante tal lógica, la joven dudó en sus palabras “Pues. . . sí, pero. . . pero. . . ¡Fue un matrimonio forzado! Es como si no estuviéramos casados”
Dentro de sí, rogó por que el chico se tragara su explicación. Sí estaban casados, aunque no fue por su propia decisión. En las ciudades los matrimonios se arreglaban todo el tiempo, y seguramente, en los pueblos y aldeas también. Era casi seguro que de diez parejas casadas, nueve de ellas no habían elegido a su cónyuge, así que su comentario carecía de fundamento.
“Mira” suspiró Inuyasha “Lo único que quiero es irme a dormir. Tengo la esperanza de que cuando despierte en la mañana estaré en mi cama de siempre, en mi cuarto de siempre y todo lo pasado desde anoche habrá sido un malísimo sueño ¿De acuerdo?”
“¡No! Me rehúso a compartir el dormitorio”
Inuyasha se rascó la cabeza exasperado “Entonces duerme aquí afuera”
“¡No! Soy una dama, no puedo dormir en la estancia. Tú duerme aquí afuera” Kagome estaba desesperándose. Trataba de recordar todas las lecciones de diplomacia que le enseñaran, pero lamentablemente, nunca la habían entrenado en diálogos bajo presión.
“Estás loca. Me voy a dormir” y diciendo esto, el muchacho se dio la vuelta otra vez y entro al cuarto.
Kagome se quedó inmóvil por un rato, tratando de decidir que hacer. ¿Tal vez Inuyasha se arrepentiría y le dejaría la habitación a ella sola?
Sí, como no.
Tomó aire y con paso vacilante entro en el cuartito. Era muy pequeño, pero su esposo se las había arreglado para que las camas cupieran, dejando suficiente espacio entre ellas. Inuyasha se había acomodado en la cama de la izquierda y se encontraba arropado entre las sábanas. En la esquina derecha, hacia el fondo, había una cortina montada sobre un lazo. Su cuarto para cambiarse de ropa.
A mal paso, darle prisa pensó.
Tomó la sábana de sobre la cama que le tocaba y se dirigió tras la cortina. Se quitó el arrugado vestido y se puso encima un camisón desgastado que le diera Izayoi, luego se envolvió con la sábana y se recostó sobre su cama, teniendo cuidado que ninguna parte de su cuerpo o su camisón quedaran al descubierto y en especial que su anillo no corriera riesgo de ser visto. Trató de mantenerse despierta hasta estar segura de que Inuyasha ya se hubiera dormido, pero la falta de sueño de la noche anterior unida a todo el ajetreó en que se vio envuelta desde salir de palacio, habían hecho mella y en pocos minutos se quedó completamente dormida.
En la cama a su lado, Inuyasha suspiró aliviado. Finalmente podría dormirse sin temor de que su ruidosa mujer hiciera más escándalos.
- - -
Inuyasha caminaba por el sendero como un hombre que se dirige a su ejecución. No quería volver. Pero no había más remedio.
Esa mañana, se había despertado a su hora habitual, pero no se había animado a abrir los ojos. No quería confrontar la realidad de que lo pasado en las últimas treinta horas no había sido un sueño. Pero se obligó a ser valiente y se dispuso a enfrentar el día que se le presentaba con todo el arrojo que podía lograr.
Sin embargo, su determinación comenzó a debilitarse desde el momento en que su flamante esposa decidió ignorar sus llamados a levantarse. Él tenía hambre, había que hacer el desayuno y la mujercita había decidido que no se levantaría hasta que el sol hubiese salido por completo. Nunca falto de recursos, Inuyasha decidió usar el despertador que su hermano aplicara en él una vez que un muy joven Inuyasha declinó el ir a trabajar.
Tomó un balde y lo llenó con agua del arrollo, mas el menor de los hermanos no era tan cruel como el mayor, e Inuyasha, después de encender el fogón de la cocina, calentó un poco el agua antes de entrar en la habitación y vaciar el contenido del balde sobre su esposa.
La princesa chilló, pataleó y finalmente lloró a gritos por el abuso al que fue sometida. Inuyasha simplemente le dijo que, si no quería que la próxima baldada contuviera solo agua fría, se levantará de inmediato. Y eso solo fue el comienzo.
Kagome se negó rotundamente a cocinar. Inuyasha, refunfuñó, gritó y amenazó, pero de nada le sirvió por que su esposa finalmente confesó que ella no sabía cocinar.
Inuyasha se quedó helado. Eso era simplemente inaceptable. Así que, luego de mostrarle a Kagome que él también podía hablar con palabras que ella no conocía, el hombre hizo lo que cualquier otro en su lugar habría hecho: Corrió a casa de su madre.
Para mala suerte de Inuyasha, Izayoi no se compadeció de las dificultades de su hijo, y después de haberle dado una lectura acerca de las obligaciones que tenía como marido, envió al joven de regreso a su casa a enseñarle a su nueva esposa a cocinar. Así que, triste y derrotado, el joven tuvo que emprender camino a su casa para lidiar con la jovencita
¿Por qué yo? ¿Por qué no escogió el baño de otro para colarse? ¡Ni siquiera sabe cocinar! ¿Qué acaso no existe una ley que exija que todas las mujeres del mundo sepan al menos hervir agua?
La idea de dejarla escapar, comenzaba a serle tentadora, pero entonces recordaba el rostro decepcionado de su madre cuando los encontrara solos en el cuarto de baño y volvía a desanimarse. Además, todavía tenía que desquitarse de la muchacha por todos los problemas que le había causado. Esa era la única perspectiva que lo alentaba a soportar el suplicio de su matrimonio.
¿Qué haré para ajustar cuentas? Esta mañana la he despertado con un baño. Tal vez, la próxima vez use agua fría. Parece muy quisquillosa, seguramente a causa de ese trabajo elegante que tenía antes. Una tarde con los puercos le vendría bien para quitarle esa delicadeza ¿Qué más? ¿Qué más? ¿Les tendrá miedo a los insectos? El pequeño ático de la casa está lleno de telarañas y seguramente tiene ratones, también. . .
Las maquinaciones dentro de su cabeza quedaron suspendidas cuando llegó cerca de la casa. Escuchó unos ruidos que provenían del granero y que no eran producidos por los animales. Curioso, se dirigió hacia donde provenían los sonidos y al dar la vuelta a la esquina sus ojos se abrieron desmesuradamente, luego se entrecerraron y finalmente su cuerpo comenzó a temblar. Sin poder contenerse, Inuyasha echó la cabeza hacia atrás y rompió en carcajadas.
Desde su lugar en el suelo, Kagome levantó el rostro para ver como el recién llegado casi se tiraba al piso por causa de su ataque de risa.
Cuando Inuyasha la dejó sola en la casa, ella decidió que ese era el momento adecuado para escapar, así que se dirigió al granero, donde ella viera a su esposo guardar su caballo la noche anterior, y tomando al animal, se dispuso a prepararlo para partir. Más fácil decirlo que hacerlo. Solo colocarle la montura - que en su opinión, pesaba una tonelada - le llevó buena parte de tiempo y ni que hablar de las riendas. Para colmo, el caballo tenía mala disposición y se la pasaba rehuyéndola todo lo que podía.
Cuando hubo completado su labor satisfactoriamente, - todo lo satisfactoriamente que ella era capaz de lograr - vino la parte más difícil: subirse al caballo.
Había visto incontables veces a las personas subirse y bajarse de sus corceles con tal fluidez, que la tarea le parecía lo más sencillo del mundo y no tomó en cuenta que ella nunca lo había echo por sí misma, pues siempre había alguien listo para ayudarla a montar y desmontar. Así que cuando intentó subir al lomo del caballo y no logró elevarse en el primer intento, quedó desconcertada.
El caballo seguía indispuesto a colaborar con ella y eso empeoró las cosas. Trató de auxiliarse con unos leños grandes que estaban cerca, con un banquillo que trajera de la casa, con una cuerda que colgaba del techo del granero. . . y el resultado había sido el mismo cada vez: Ella tumbada en el suelo. Kagome estaba preguntándose cuanto maltrato más podría soportar su sensible trasero, cuando escuchó a Inuyasha riéndose.
Al darse cuenta de que el muchacho estaba burlándose de ella y de su situación, primero sintió vergüenza y se apresuró a pararse fingiendo que nada le dolía, pero al ver que Inuyasha no cesaba de reír, la pena se volvió enojo y cuando el joven comenzó a señalar que nunca en su vida había conocido a nadie más inepto que ella, el enojo se volvió cólera.
Deseaba tener un objeto pesado y afilado para lanzárselo a la cabeza, pero a falta de proyectiles físicos, decidió usar su lengua. “¿De que te ríes, zopenco?”
El intento de insulto, en lugar de menguar su diversión, hizo que Inuyasha riera con más fuerza “¿No te lo dije? Eres muy torpe para montar siquiera un burro. Parece que no tendré que preocuparme de que te escapes”
A Kagome le resultó difícil comprender las palabras de Inuyasha, ya que el muchacho no había parado de reír ni por un momento. Indignada, trató de defenderse “Para tu información, se montar muy bien”
“Pues tal vez se deba a que soy un campesino ignorante, pero” El chico hizo una pausa para inhalar aire y tratar de disminuir su ataque de risa “tengo entendido que para `saber' montar un caballo, es necesario subirse en él, primero”
El muchacho seguía riendo y Kagome sentía que había perdido irremediablemente, así que furiosa, camino con fuertes pasos hacia la casa. Inuyasha la siguió sin dejar de reír.
Kagome se desplomó sobre una de las sillas y cruzó los brazos sobre el pecho, volviendo su rostro a un lado, se dispuso a ignorar a su esposo. Inuyasha se había calmado lo suficiente como para dirigirse a la alacena y comenzar a sacar algunas cosas para cocinar. Volvió a ver a la mujer a la mesa. La chica le parecía bonita, pero no lo suficiente. Estaba demasiado delgada y pálida. Sonrió para sus adentros. Unas cuantas horas al día de trabajos bajo el sol, le harían maravillas a esa piel.
“Ven aquí” le dijo.
Kagome alzó una ceja a forma de pregunta y esperó la respuesta que no tardó mucho “Vas a aprender a cocinar”
Fue el turno de la chica de reír con burla “¿Y quien me va a enseñar? ¿Tú? Además, ¿Qué te hace pensar que voy a tomar las lecciones?”
Inuyasha se encogió de hombros mientras colocaba un sartén sobre el fuego “Las cosas por aquí son muy simples” Habló en el momento en que agregaba manteca al recipiente “Si no trabajas, no comes”
Kagome observó como Inuyasha extraía de un paquete hecho de algún tipo de piel, un trozo grande y jugoso de lo que parecía ser tocino. En cuanto la pieza de carne tocó la manteca hirviendo, despidió un olor delicioso que hizo que el estómago de Kagome comenzara a pedir atención. La chica tragó saliva. Tenía que resistir.
“Y crees que con eso me vas a obligar”
Inuyasha volvió a encogerse de hombros y tomó unas hogazas de pan y las embarró con un poco de queso que había puesto a derretir junto a la sartén del tocino “Es tu problema” Se llevó el pan a la boca e hizo toda una demostración de cuan deliciosa estaba su comida.
Kagome sintió su saliva convertirse en agua ante el espectáculo. Estaba comenzando a debilitarse, pero no se dejaría vencer fácilmente. Pero el pan con queso parecía delicioso. Decidió intentar otra táctica “Pues no veo porque tenga que ser yo la que cocine” Se miró las uñas para dar la impresión de que no estaba afectada en lo más mínimo “¿Acaso debo hacer las veces de sirvienta solo porque tú eres el hombre?”
Inuyasha se detuvo a medio bocado y la miró extrañado “¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?”
“Pues, ahí estás tú, diciéndome que hacer como si fueras mi amo y bueno, ya no estamos en la época de los cavernícolas. Las mujeres tenemos derechos”
Inuyasha inclinó la cabeza, como tratando de comprender de que estaban hablando “Yo no te estoy diciendo que hacer solo por que soy hombre” Trató de defenderse.
“Entonces, ¿Por qué?” Kagome se felicitó en silencio. Parecía que al fin estaba logrando comunicarse con el bárbaro de su marido “¿Por qué soy el sexo débil?”
“¿Ah? Mujer, no entiendo de que diablos estás hablando”
“¡Me quieres obligar a cocinar!”
“¡Porque alguien tiene que hacerlo!”
“¿Y por que no tú? No veo que tengas problemas para hacerlo”
“Cocinar no me gusta. Es por eso que tú tienes que aprender”
“Y ¿Qué vas a hacer si me rehúso? ¿Dejarme morir de hambre?”
El muchacho pareció considerar la idea, pero después de un momento meneó la cabeza “No. Los aldeanos me acusarían de abuso doméstico”
“Entonces, no tienes más alternativa” Dijo la chica, acomodando su silla “Dame mi desayuno”
Inuyasha quedó perplejo por un momento “Si tu no quieres servirme, yo no tengo porque servirte a ti ¿Quieres comer? ¡Aprende a cocinar!”
“¡Eres un bruto! ¿Qué te da el derecho de mandarme de esa forma?” Kagome se puso de pié, colocando los brazos en jarras.
El muchacho se debatió en como contestar “Pues. . . pues yo. . . yo. . . ¡Soy mayor que tú! Por eso puedo mandarte” Cruzó los brazos y adoptó una pose de superioridad.
“¿Qué? A ver gran señor, ¿Cuántos años tienes? ¿Diez?” Kagome no podía creer que se le ocurriera semejante pretexto.
“Pronto cumpliré dieciocho” Anuncio orgulloso el muchacho.
“Gran cosa. Yo acabo de cumplir diecisiete”
“¡¿Lo ves?!” exclamó entusiasmado el chico y la señaló con su dedo índice “¡Soy mayor que tú!”
“Solo por unos meses”
“Pero soy mayor” Los ojos del chico brillaron de alegría “Tienes que obedecerme”
“Sí, claro. Cuando el infierno se congele”
“Bueno, yo no sé cuanto tiempo tardará el infierno en congelarse” dijo el chico mientras movía de un lado a otro la segunda hogaza de pan con queso, tentándola “Lo que sí sé, es que tu estómago no puede esperar tanto”
Kagome sintió los comienzos de las lágrimas en sus ojos. Quería gritar de la frustración, pero no podía permitir que el hombre frente a ella la viera como una debilucha. Ya de por sí, Inuyasha no tenía la mejor opinión sobre ella. Ni siquiera se había molestado en aprenderse su nombre. No, no podía mostrarse frágil ante él. Debía demostrarle que ella era autosuficiente, que era una mujer fuerte ¡Pero el pan con queso parecía delicioso!
Acercándose a él tomó una decisión final.
“De acuerdo ¿Cómo se hace?”
- - -
Cocinar fue toda una odisea. Kagome se las arregló para no incendiar la casita. Aunque ayudó mucho que Inuyasha se hubiera armado con varios recipientes llenos de agua.
Para cuando hubo terminado, Kagome ya no tenía hambre, o más bien, no tenía ganas de comer lo que ella había preparado. Sus huevos aguados - cáscara incluida - y pan con queso quemado, hacían un gran contraste con el tocino bien cocido, huevos perfectamente fritos y pan con delicioso queso derretido que la persona frente a ella estaba devorando con avidez. Al final, ella solo dio unos bocados y dejó a un lado su plato.
Inuyasha vio a Kagome alejar de ella su comida. Entendía perfectamente. Él tampoco se atrevería a comerse esa mezcla extraña, pero eso no significaba que la iba a dejar en paz.
“Con razón estás en los huesos” dijo haciendo un gesto desaprobatorio “Si no comes bien, no vas a crecer” le advirtió, recordando las indicaciones que había escuchado a algunas madres decir a sus hijos. A él nunca lo tuvieron que forzar a comer.
Kagome hizo una mueca, sin molestarse en contestar. Si comenzaban una discusión en ese momento, ella definitivamente terminaría llorando. De haber estado en su casa, esa sería hora de que los cocineros de palacio le estuvieran preparando un delicioso y nutritivo desayuno del cual ella solo comería una parte con el fin de conservar su figura. Pero en su situación actual, conservar su figura era su último interés. Con gusto se comería todo lo que Inuyasha tenía en su plato y más.
El joven notó la expresión de la muchacha y sintió algo que detestaba sentir por personas que le causaran problemas: compasión. ¿Cómo estaba supuesto a vengarse de ella si cada vez que la chica recibiera su merecido él iba a sentir lástima? Pero esa era su gran debilidad. Se esforzaba en ocultarla, y casi siempre tenía éxito, pero aquellos que conocían esa parte de su carácter, tendían a aprovecharse, como lo hacía Shippo. En más de una ocasión, Inuyasha se lamentó de haber encontrado al pequeño y haberlo ayudado. Hubiese sido mejor dejárselo a los lobos. Pero en cuanto una imagen mental del chiquillo llorando abrazado a sus padres llegaba a su cabeza, casi se golpeaba a sí mismo por siquiera pensar en dejar al niño a su suerte.
En fin. Sentir compasión por las personas que sufren era parte de su personalidad - de lo cual su madre era la absoluta culpable - así que muy a pesar de sí mismo, se obligó a no terminar el contenido de su plato. Se puso de pie y anunció que iría a darse un baño rápido y que sería mejor para Kagome comenzar sus quehaceres lavando los trastos sucios.
Kagome se alistó para replicar, pero entonces notó la comida que Inuyasha no había tocado y decidió sujetar su lengua. Si él quería que ella limpiara la loza, eso precisamente haría. En cuanto el joven hubo cerrado la puerta tras él, Kagome se arrojó sobre el alimento. Su propia voracidad la sorprendió y le produjo un poco de vergüenza. Trató de contener su ansia y comer como toda dama debería hacerlo: con bocados pequeños y masticando despacio.
Al terminar, trató de encontrar el lugar donde se suponía debían lavarse los trastos, pero no tenía ni idea de cómo debía lucir dicho lugar. Su búsqueda se vio interrumpida cuando un ciclón humano entró por la puerta.
“¡Buenos días!”
“Sango. . . buenos días” Kagome se preguntó a que se debía la visita tan temprana de la joven y sobre todo, a que se debía su buen humor. Era demasiado temprano para estar tan animada.
“¿Que haces?” La chica, quien estaba usando un vestido muy similar al del día anterior, la veía con interés.
“Ah. . . busco el. . .” Kagome dejó la frase a medias, pues no estaba segura de cómo llamar al artefacto que necesitaba, y en lugar de palabras le mostró la loza que necesitaba limpieza.
“Para lavar los trastes tienes que ir afuera” habló Sango amablemente.
“Sí, por supuesto” Contestó Kagome, tratando de cubrir su ignorancia con una risita “¿Qué haces aquí tan temprano?” habló tratando de desviar la atención de la otra mujer.
“Vine a enseñarte como hacer la labor de la casa mientras Inuyasha está fuera, trabajando” Anunció felizmente la bella chica.
¿A enseñarme? ¡A enseñarme! Ese condenado de Inuyasha.
Como convocado por sus pensamientos, Inuyasha entro por la puerta recién bañado y afeitado. Extrañamente, su cabello no lucía muy diferente a su apariencia habitual.
“Sango, me alegra que ya estés aquí” Habló el chico. Kagome lo perforó con la mirada, él sonrió malévolamente. Esa fue toda la confirmación que la princesa necesitó. El muy pillo había llamado refuerzos para asegurarse de que ella no escapara durante su ausencia.
¡Voy a matarlo! Lo amarraré a un árbol en medio del bosque y le echaré encima las sobras de la comida para llamar la atención de los animales salvajes y que se lo coman vivo. Mejor aún, le untaré miel para que sean las hormigas las que le den una muerte larga y tortuosa.
Mentalmente, Kagome se frotaba las manos, imaginando los gritos de auxilio que daría Inuyasha. Levantó la vista hacia la cara de él, para darse una mejor idea de cual sería la expresión de su rostro en esos últimos momentos, pero entonces se dio cuenta de que se había estado frotando las manos en verdad y seguramente su semblante tenía una expresión extraña, por que los dos jóvenes frente a ella la miraban de forma curiosa.
De inmediato se compuso, regalándoles una sonrisa a los presentes. Le pareció ver que ambos retrocedían un paso al verla sonreír.
“Ella es algo extraña” murmuró Sango, arrimándose un poco más a Inuyasha.
“Yo diría que es más que extraña” confirmó Inuyasha en el mismo tono suave.
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Kagome no pudo siquiera hablar con Inuyasha acerca de que no la dejara con una guardiana, pero el chico no le dio ni la más mínima oportunidad de protestar. En cuanto estuvo listo, abandonó la casa para irse a realizar su trabajo diario, prometiendo que volvería hasta el anochecer. Sango preguntó por que no volver para el almuerzo, a lo que el muchacho contestó vagamente, diciendo que prefería dejarles todo el día a ellas solas para que se hicieran buenas amigas.
Para malestar de la princesa, Sango resultó ser mucho mejor carcelera que todos los guardias de palacio juntos. De hecho era más eficiente que el mismo Jaken. Apenas Kagome daba un paso hacia donde no debía, Sango la estaba advirtiendo que tuviera cuidado, que no se alejara, que el bosque estaba lleno de criaturas salvajes. En más de una ocasión, Kagome trató de aprovechar que la chica mayor estuviera distraída para emprender su huída, pero extrañamente, cada vez que la princesa creía que estaba cerca de conseguir su libertad, Sango aparecía de la nada, obstruyéndole el paso.
“Ni creas que te vas a librar de tus obligaciones” le había dicho la morena.
Kagome consideró decirle la verdad acerca de su matrimonio obligado y de que había alguien esperándola en otra parte, pero Izayoi había sido clara al exigirle que no revelara a nadie las circunstancias de la boda. Esa mujer tenía su forma de lucir amenazante. Además, Kagome dio su palabra. Así que no teniendo más alternativa, tomó las lecciones que Sango quería darle.
Cuando el sol comenzaba su descenso en el horizonte, Inuyasha regresó a su casa exhausto, sucio y con hambre. Tenía muchas expectativas acerca de lo que Sango le podría enseñar a su esposa en la cocina. La bella morena era un as en ese departamento. De hecho, las dos cuñadas de Sango, constantemente le pedían consejos culinarios para mantener satisfechos a sus maridos.
Sango era la única mujer de seis hermanos. Sus dos hermanos mayores, Kyo y Bankotsu ya estaban casados y vivían a parte del resto de la familia, pero los tres menores junto con el padre aún compartían el techo con la energética mujer. Ella no tenía que hacer el papel de ama de casa, pues todos colaboraban en las tareas del hogar. Lo único que la chica se veía obligada a hacer todo el tiempo, era cocinar.
Así, que el ojidorado estaba muy ilusionado con los platillos que disfrutaría esa noche.
Espero que Sango no haya dejado a esa ruidosa sola en la cocina.
Entró en la casa y notó que no había ningún fuego encendido, buscó en el dormitorio y se dio cuenta de que no había nadie en la vivienda. De inmediato, imagino que la revoltosa de su esposa había logrado burlar a Sango y escapado. Salió de la casa e inspeccionó los alrededores, llegando finalmente al granero.
No supo si sintió alivio o fastidio al comprobar que la jovencita no había escapado. Allí estaba ella, rodeada de una tenue luz, de pie junto al negro caballo de Inuyasha sin mover un solo músculo.
El chico esperó un momento a ver si ella reconocía su presencia, cuando no lo hizo, decidió hacerse notar “Oye tú ¿ya está la cena? El fuego no está encendido”
En cuanto las ultimas palabras salieron de su boca, la muchacha se volvió a él con una expresión que le decía que si quería seguir viviendo, mejor se callara.
Pero Inuyasha nunca había sido bueno entendiendo las señales, así que continuó “¿Estás sorda? Te pregunté por la comida”
“La comida” murmuró ella.
“Sí. La comida ¿Dónde está? Tengo hambre.”
“La comida” repitió ella de nuevo, volviéndose totalmente hacía él. Esta vez, el chico si pareció comprender un poco la señal de alarma.
“¿Eso es lo único que te importa?” continuó murmurando la jovencita “¿Solo la comida?”
Comenzó a caminar con paso lento hacia Inuyasha sin dejar de hablar “¿Acaso tienes idea de lo difícil que es el trabajo en la casa? Ni siquiera te interesa. Lo único que tú quieres es comida”
Se había acercado hasta estar parada justo frente a él. Sus ojos azules brillaban con mucha más intensidad que la noche anterior, sus finas cejas estaban arrugadas y sus labios fruncidos. La chica estaba furiosa. Inuyasha tragó grueso.
“¿Sabes?” continuó ella sin dejar de mirarlo “Yo tenía planes antes de llegar aquí. Grandes planes. Pero ahora, estoy atrapada en este muladar,” alzó los brazos para mostrar a su alrededor “contigo” con cada sílaba, el volumen en la voz de la joven iba en aumento.
“Me rompí cuatro uñas lavando tus estúpidos calzones. No una ¡Cuatro! ¿Tienes idea de cuanto tiempo me llevará que vuelvan a crecer? ¡¿Pero que digo?! ¡Por supuesto que no sabes! ¡No te importa! ¡Lo único que tú quieres es que tu mujercita te tenga lista tu cena cada vez que vuelvas de peder el tiempo en quien sabe que, mientras yo estoy aquí, matándome haciendo todo la labor de la casa! ¿Y para qué? ¡Para que tú, el gran hombre, venga y se siente como rey en su trono!”
De forma incomprensible para Inuyasha, la joven mujer se había elevado sobre la punta de los dedos de sus pies y estaba gritándole directo a la cara. El joven tenía los ojos muy abiertos. Quería decir algo en su defensa, pero la chica no le dio oportunidad.
“¡Yo me merezco mucho más que esto! ¡Me merezco una boda de ensueño con un gran cortejo, realizada bajo un cielo hermoso ante cientos de testigos! En cambio ¿Qué obtengo? ¡Una boda en secreto que, en lugar boda, pareció el juicio de un crimen! ¡Y no solo eso!” La princesa estaba fuera de control, golpeando a Inuyasha con la punta de su dedo índice y obligándolo a retroceder con cada palabra.
“¡Ahora tengo que hacer las veces de criada! ¿Y para quien? ¡Para un desconsiderado que no tiene la decencia de siquiera aprenderse mi nombre!” Inuyasha estaba acorralado contra la pared “¡Eres un egoísta, abusivo, caprichoso! ¡IMBÉCIL!”
Dando media vuelta, la joven se alejó, pateando todo lo que encontrara en su camino y maldiciendo con palabras muy elegantes.
Inuyasha parpadeó saliendo de su estupor ¿Qué acababa de pasar? No lo entendía. Él solo había llegado buscando algo de comer y en cambio esa extraña mujer con la que se había casado casi le arranca la cabeza.
¿Qué se cree? ¿Qué con esa actitud me va a asustar? He vivido casi dieciocho años bajo el techo de mi madre. Sé lo que es tener miedo. Ninguna chiquilla malcriada va a atemorizarme. ¡Voy a demostrarle quien es el que manda aquí!
Decidido, Inuyasha siguió los pasos de su esposa hasta la casa. Kagome se había sentado a la mesa con las luces apagadas. El joven aspiró y sin titubear se dirigió a ella.
“Oye, tú”
Kagome mantuvo la postura de su cuerpo y solo giro la cabeza hacia Inuyasha. Sus ojos eran dos vivas llamas de fuego.
“El fuego. . .” comenzó a hablar Inuyasha.
Kagome alzó una ceja. Su mirada más amenazante que antes.
“¿Quieres. . . que lo encienda?” terminó su frase el joven.
“Haz lo que quieras” fue la fría respuesta de su esposa.
Inuyasha se movió hacia la cocina sin desviar su mirada de ella. Prosiguió a encender el fuego.
Una vocecita en el interior de su cabeza consideraba que tal vez, era muy posible, que quizás. . . nunca hubiese sentido verdadero miedo, hasta ese día.
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N/A: ¡Uf! Ahora sí que me excedí. Este capítulo tiene el doble de tamaño de los que escribo normalmente. Espero no haberlos cansado.
Necesito saber que les pareció este capítulo en el que quise mostrar lo complicada que será la vida de Kagome hasta que logre escapar (Si es que logra escapar) Intenté que fuera gracioso y espero haberlo logrado. Me pondré un poco más seria en los siguientes.
Gracias en general a todos los que han leído y recuerden: Me encantan las críticas constructivas.
Bye.
Susy.