Ranma 1/2 Fan Fiction ❯ I don't want to believe in second chances ❯ Mala suerte a mi espalda ( Chapter 4 )

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Disclaimer: Los personajes de Ranma ½ pertenecen a Rumiko Takahashi y demás asociados.

I Don’t Want to Believe in Second Chances
By Ishtar Moon

Capiìtulo 4. Mala Suerte a mi espalda.

Siete de la noche y el Neko Café se sumía en un arrullo de voces bajas y cenas bajo la luz tenue de las lámparas de papel que colgaban del techo azulado. Moose colgoì el teléfono mientras escribía una nota rápida sobre un talonario de papel a rayas que tenía sobre el mostrador:
“Dos raciones de arroz frito, una ración de cerdo en salsa de maniì y una racioìn de vegetales en salsa de soya.” Mas abajo, en letras rojas, escribioì la direccioìn que ya sabiìa de memoria puesto que se trataba de uno de sus clientes regulares y arrancoì la nota con un movimiento elegante de la muñeca; luego se deslizoì por encima del mostrador de madera pulida y entroì a la cocina que quedaba a su derecha abriendo la puerta de un puntapié.
“Una orden Express para la señorita Tsubaki... ¡Ouch!, maldita mierda... ¿queì demonios?” Frente al joven, con aires de torre de ajedrez, y una pala de madera que usualmente se usaba para revolver la sopa en una mano Cologne le miraba indignada desde la banqueta donde estaba encaramada ya que apenas llegaba a la meseta de la cocina.
“Cuantas veces te tengo que decir que no patees la puerta y que no dejes el mostrador solo.” Moose, frotándose el nudo caliente que ya sentía formarse en su cabeza maldijo entre dientes y le pasoì la nota con la orden a Cologne quien dejoì a un lado la paleta y con un salto de pluma aterrizoì al suelo, todo sin dejar de leer la letra indescifrable del muchacho. Luego, usando sus dedos nudosos dobloì la nota en dos y la lanzoì a su derecha donde el viejo Myagi la atrapoì con los palillos con los que cocinaba los vegetales en un wok y la colgaba de la puerta de la nevera junto con otras ordenes.
Moose se hizo a un lado y la dejoì guiar el camino hacia la entrada mientras recogía su cabellera negra en una cola de caballo atándola en la base de la nuca. Era una tarde calurosa para ser primavera.
El restaurante estaba sumido en un silencio acogedor, los últimos clientes, una pareja joven que se había hecho un nido en una esquina cerca de la ventana se había marchado en el momento que Moose entregaba la orden en la cocina.
“Debe ser por el calor.” Justificoì Moose, alzando la tabla del mostrador mientras que Cologne se escurría sin ningún problema por debajo de la misma.
“Es primavera, el parque estaì lleno de flores, lo menos que una pareja desea es estar bajo techo en una tarde como esta. Cosa que entenderías si tuvieses novia.” Y tomando asiento en la banqueta detrás de la caja registradora, le pegoì unos golpecitos por el costado para que la misma se abriera de un lengüetazo. “Moose, ve y dale la vuelta al letrero, hoy cerraremos mas temprano.” Moose asentoì, y saltoì por encima del mostrador como soliìa hacerlo para cortar camino, pero Cologne le agarroì el pie con el bastoìn nudoso que dejoì en una esquina minutos antes de que fuera a inspeccionar la cocina logrando que Moose cayera de cabeza al suelo en un manojo de ropas y miembros desparramados.
“Te tengo dicho que no saltes por encima del mostrador que no eres mono de circo, y los daños saldrán de tu cheque.”
“Como si me pagara suficiente.” Masculloì el muchacho tratando de enderezarse, escuchando a medias el roce de papel contra cuero viejo que hacían los dedos de Cologne mientras esta contaba el dinero.
El cascabel que servia de timbre y que colgaba sobre la puerta del restaurante sonó con la entrada de una nueva persona; la figura esbelta de una joven en mini falda carmesí, blusa de cuello chino en blanco y una mochila al hombro trajo consigo el aroma a ocaso que impregnaba la tarde.
Cologne levantoì la vista de los billetes que estaba contando y sonrioì espléndidamente:
“Shampoo, linda, que bueno que ya estas de regreso, me tenias preocupada.” La joven aludida le devolvioì la sonrisa con una un tanto cansada pero satisfecha, y se dejoì caer en una de las sillas del comedor. Cologne no perdioì tiempo en saltar sobre el mostrador, caer peligrosamente cerca de la mano de Moose y abrazar a su única nieta.
“¿Cómo te fue en los exaìmenes?” Le preguntoì sentándose a su lado, y tornándose al muchacho que apenas atinaba a pararse embelesado como estaba con Shampoo le ordenoì: “Moose, hazte útil y trae unos refrescos.”
Shampoo se quitoì los tacones usando la punta de los dedos del pie, y estrechoì los brazos tras de si escuchando como los músculos de su espalda cedían.
“Muy bien abuela, no hubo una sola pregunta que se me escapara.” Cologne sonrioì satisfecha, contemplando como Shampoo deshacía la cebolla rígida en la que tenia aprisionada su copiosa cabellera lila y masajeaba las raíces con dedos ágiles.
“Dentro de muy poco, mi querida abuela, tendrás frente a ti a la nueva Licenciada en Administracioìn Empresarial.”
Cologne sonrioì orgullosa, tomando uno de los vasos que Moose trajo consigo y disfrutando de los logros de su nieta como si fuesen propios.
“Eres el orgullo de nuestra familia. La prueba viviente que donde hay mujeres fuertes…”
“No existen los fantasmas.” Completoì Shampoo con un tonito condescendiente pero con una sonrisa besándole los labios. “Y se lo debo a usted, abuela, porque si no me hubiese traído a Japoìn cuando era una jovencita, ahora estariìa casada con algún granjero y cargada de muchachos.”
“Tu madre quiso lo mejor para ti.” Comentoì Cologne, aunque sin ningún reproche detrás de sus palabras. Shampoo se estiroì en la silla, manos detrás de la cabeza y la mirada perdida en el techo.
Cologne a su vez miroì el fondo de su vaso, contemplando pasajes de su vida en el liìquido.
Cuando su hijo murioì de una infeccioìn pulmonar, Cologne se fue a vivir con la viuda para ayudarla con su pena. Shampoo era aun muy pequeña y le servia de consuelo al pobre corazoìn de Cologne. Luego su nuera se casoì con un hombre que a juicio de Cologne compartía la misma visioìn cerrada de ella y el cual le dioì mas hijos a su nuera de los que ella podía alimentar, y de Cologne solo esperaba que se encogiera en un ovillo y desapareciera en un polvo de su propia miseria, pero Cologne nunca fue mujer de rumiar memorias pasadas; para sorpresa de todos se despidioì de su tierra natal y se mudoì al Japoìn llevándose consigo a su única nieta Shampoo y a Moose, un muchacho hijo de una amiga suya de cuando vivían en la aldea hace años atrás, y quien se había quedado huérfano.
Desde entonces rara vez iba de visita, aunque durante el tiempo que Shampoo era una menor la llevaba todos los años para el cumpleaños de su madre en Junio. Ahora que era dueña y señora de sus actos, le tocaba a la joven la decisioìn de ir o no. Aun así, Cologne simpatizaba con la peìrdida de su nuera y solo le quedaba el consuelo de que ella misma le había dicho, fuera del alcance de oídos intrusos que le estaba agradecida por haber sacado adelante a Shampoo.

“Ella nacioì para algo diferente, es igual que su padre y que usted.”
“¡La orden esta lista!” Vociferoì Myagi desde la cocina. Moose se recuperoì de su estupor y por primera vez se dioì cuenta de que algo, o mas bien alguien le faltaba en el restaurante.
“¿Donde estaì Ranma?” Cologne miroì a ambos lados del comedor, notando por primera vez que el muchacho alto de coleta de cerdo no estaba como de costumbre dormitando en alguna esquina del restaurante. “Ya es la tercera vez en este día que se escapa y no hace sus entregas. No entiendo por queì lo mantienen aquí si apenas hace su trabajo." Y a medida que Moose continuaba su repertorio, una tempestad se formaba en el rostro pasivo de Shampoo.
Cologne estaba de acuerdo con Moose, aunque le prometioì a su nieta que no intervendría en cuestiones referentes al muchacho. Desde aquella tarde que Shampoo lo trajo del brazo, portando la sonrisa mas feliz del mundo y anunciando que Ranma trabajaría para ellos como mensajero y que ocuparía el cuarto vacío que tenían en el patio Cologne se lavoì las manos del asunto. Por razones en las cuales ella no quería inmiscuirse, Shampoo mantenía al muchacho amarrado de una cuerda, pero a diferencia de Moose, quieìn estaba obviamente enamorado de su nieta, Ranma parecía encabritarse mientras mas duro le halaba del cordel. Y tal vez porque en el fondo estimaba a Moose y su nieta tenia la mala costumbre de descargar su ira con el pobre muchacho, Cologne se bajoì de la silla, caminoì al mostrador, pegoì un salto y agarroì su bastoìn y le pegoì un zarpazo a Moose detrás de las rodillas haciendo que el muchacho cerrara la boca y le prestara atencioìn.
“Puesto que Ranma no estaì presente es mejor que te pongas el uniforme, agarres la bicicleta y te vayas en cuanto antes.”
Moose estaba dispuesto a no dejarse avasallar por el sinvergüenza de Ranma, y mucho menos por la mona deshidratada, pero el coraje se disolvioì en su garganta al ver el rostro feroz de Shampoo. Tal parecía que la ira electrificaba su aura y que en cualquier minuto fuera a estallar.
“Estareì en mi cuarto haciendo tareas.” Comentoì la muchacha tomando la mochila del suelo aparentemente calmada. De paso hacia las escaleras del segundo piso dijo: “Cuando Ranma llegue, díganle que quiero hablar con eìl.”
Moose tragoì en seco, feliz de no ser el pararrayo para la descarga de Shampoo, y con pasos presurosos abrioì un closet escondido detraìs de un paraban de paisajes chinos. Sacoì una camisa azul étnica que decía en dudosa caligrafía: “entregas rápidas o es gratis” y una gorra con cabeza de gato.
Cologne le entregoì los termos de comida y lo acompañoì hasta la puerta, viéndolo partir lo mas rápido que podía hasta que desapareció doblando la esquina.
« ¿Doìnde demonios estaì ese chiquillo?» Pero solo alguna que otra hoja suelta revoloteaba en la calle desierta.


“¡Daisuke! ¿Dónde estaì Ranma?”
El muchacho miroì a su izquierda algo enojado. Tenia el pase perfecto para la mejor jugada de billar que jamaìs hubiese soñado y esta muchachita venia a mancharle la buena suerte con su mal karma.
“La uìltima vez que lo vi estaba contigo en la pista de baile, no me culpes si no capturas su atencioìn por mucho tiempo.” Escuchoì a Shinnosuke, su compañero de juego, reírse por lo bajo y sonrioì. Dando el problema por resuelto y ajeno a la ventisca iracunda que nublaban los ojos azules de la morena, Daisuke enfocoì toda su atencioìn en la bola blanca que le iba a ganar esos tickets para la nueva película de Jet Lee.
«Vamos, vamos, que papi no tiene dinero en el bolsillo» La perla blanca a la una; un ángulo de cuarenta y cinco y solo dos mas por colar. Solo la fuerza necesaria para pellizcar la roja y que se lleve la negra de rebote.
Daisuke levantoì el codo y sonrioì. Era un tiro fácil para eìl. Disparoì.
La punta de la vara se encajoì en la piel de la mesa levantando el forro. La negra saltoì y le pegoì en la cara a Shinosuke. Daisuke cayó tendido sobre la mesa inmovilizado por la ira.
“Eso te pasa por hacerte el lindo conmigo.” Le escuchoì decir a la morena mientras se alejaba triunfal con su caminar de jazz.
Shinnosuke se levantoì con una nariz rota y agarrando a Daisuke por el cuello de la camisa le dijo con una voz nasal que hubiese sido cómica sino le estuviera salpicando la cara de sangre: “¡Mira lo que hiciste idiota, ahora vienes conmigo y me pagas el servicio de emergencia!”
“¡Pero no fue mi culpa! ¡Ella me empujoì!”
“¡Y a mi me importa un pito! ¡En una semana tengo un casting para una revista de deporte y alguien me tiene que enderezar la nariz!”
A su izquierda el dueño del local le dejaba claro en tonos de trueno que mas le valía pagar la mesa antes de que se fuera; y para colmo de males el aroma a Chanel No 5 que traía la rubia contorsionista que recogieron en el centro comercial le ardía el pellejo.
“Misuke. ¿Dónde esta Ranma?, me dijo que vendría pronto y hace media hora que se fue.”
« ¡Es Daisuke!!DAISUKE!»
¿Por qué todos se empecinaban en arruinarle el juego? Eìl solo quería ver la nueva película de Jet Lee. Shinnosuke seguía zarandeándolo como a una mata de coco sin nada que dar.
« ¡RANMA!»

Ukyo apenas atisboì el dardo que surcoì a su derecha. No tenia que mirar hacia atrás para saber que era un blanco perfecto. Sonrioì condescendientemente y continuoì limpiando los vasos de cerveza que tenia sobre la barra del bar. El dueño del local le estaba gritando a un muchacho acerca de algo, pero desde la esquina convenientemente oculta del bar, Ukyo podía verlo todo sin ser fácilmente vista por los demaìs.
“Parece que tu amigo estaì en problemas. ¿No deberías hacer algo al respecto?” Otro dardo asestoì al blanco con un silbido veloz.
“¿Y recordarle a tu jefe mi deuda externa? No gracias.” Ukyo levantoì la vista hacia el muchacho de coleta de cerdo, ojos aguamarina y la expresioìn de apatía mas emotiva que hubiese visto y levantoì una ceja inquisidora.
“Si trabajaras mas tiempo del que inviertes en ocio al menos tendrías para venir al bar honestamente sin escabullirte como sabandija.” El muchacho sonrioì de medio lado, divertido.
“Eso me suena a problema de matemáticas y ya sabes que tan bueno soy en la materia.”
Ukyo fruncioì el ceño. “¿No se supone que estés trabajando hoy?” Continuoì decidida a no dejarse embaucar por los caprichos de quien fuera su mejor amigo de la infancia. Una cosa era amistad y otra muy diferente eran tragos gratis porque tu amiga de la infancia trabaja en un bar.
“Es lunes, todos los lunes son aburridos.” Contestoì este sacudiendo la idea con la mano como si se tratase de un mosquito. Luego se dispuso a engatusarle la resolucioìn a la muchacha cruzada de brazos con uno de sus guiños de muchacho malo. “La vieja momia y el ganso fondo de botella pueden cubrir mi turno sin ningún problema.”
“No deberías morder la mano que te alimenta, Ranma.”
“Oh, no te preocupes por eso Ucchan, no hay diente que pueda morder la garra seca de la momia.” Ranma rioì de su propio chiste, y viendo que Ukyo no le seguiìa la corriente terminoì tajantemente apoyando los codos sobre la barra.
“Desde que te volviste responsable eres muy aburrida Ucchan.” Ukyo exhaloì toda su paciencia en un suspiro, se dioì la media vuelta y caminoì hacia un closet donde guardaba las botellas y su cartera. Hurgoì por un par de minutos en ella, prometiéndose que la próxima vez que tenga un día libre se lo dedicaría a limpiar de recibos y cuantos cachivaches terminaban en su cartera al final de la semana.
Con un gesto triunfal sacoì un rollo de papel azulado y se encaminoì hacia Ranma quieìn jugaba vagamente con un palillo de dientes balanceándolo sobre la yema del meñique.
“Ran-chan.” El muchacho arqueoì una ceja, pero no levantoì la vista del palillo. Ukyo sonrioì ante el gesto involuntario que indicaba que estaba escuchando a pesar de aparentar lo contrario, y tomando la distraccioìn del dedo meñique lo botoì por encima del hombro. Ranma siguió el palillo y su casual picada dentro del latoìn de basura antes de que el rostro sonriente de Ukyo le opacara la imagen.
“Tengo algo que mostrarte.” Le dijo y desenrolloì sobre la barra previamente secada hasta el cansancio un pergamino azulado con dibujos geométricos. Ranma arqueoì la ceja de nuevo y se inclinoì sobre el papel. Era un dibujo de cuadros y círculos, unos con líneas gruesas, otros con líneas finas, unos con curvas y una que otra araña colgando de la misma.
“¿Arte moderno?” Preguntoì algo desorientado. Ukyo pestañoì confundida y miroìel plano sobre la mesa, para luego soltar una carcajada divertida y asestarle a Ranma un cocotazo con los nudillos de la mano.
“¡Ah, que bromista eres Ran-chan! Arte moderno, que chistoso eres.” Ranma dejoì escapar una risita de circunstancias.
“Se trata de los planos para el restaurante de Okonomiyaki que siempre he querido tener.”
“Ah, ya entiendo.” Dijo Ranma sin entender nada al respecto, pero aparentándolo muy bien. Ukyo arrastroì una banqueta que tenia a mano y se sentoì cómoda para explicarle a Ranma todos los detalles del plano.
“¿Ves este dibujo en forma de U?” Le dijo mostrándole la pieza con la punta del índice. Ranma asentoì. “Es la parrilla para cocinar los Okonomiyaki. Debajo tengo un gavetero donde puedo guardar mis salsas, de este lado estaì la nevera para mis ingredientes frescos, y en esta esquina tengo el lavaplatos.” Luego el meñique saltoì a la escena trazando el perímetro de unos círculos regados. “Esta son las mesas que voy a tener en mi local, no son muchas, pero serán suficientes para empezar. Estaba pensando en decorarlo a la antigua, poner un par de lámparas de papel y centros de mesa de bambú, pero tu idea de arte moderno me ha inspirado.” Y mientras Ukyo deshacía y hacia decoraciones nuevas, Ranma sentía como su voz se disipaba como el vapor de una parrilla al aire libre, hasta que solo le quedaba el sabor a okonomiyaki en el paladar del subconsciente.
“Estaba pensando…” Continuoì Ukyo algo penosa sin atreverse a levantar la vista del plano. “…que tal vez podrías ir a trabajar conmigo, de esa manera no tendrías que rendirle cuentas a Shampoo, y podrías practicar tu arte en el patio trasero; no es muy amplio, pero no tienes peligro de romper la propiedad de otro. ¿Qué crees Ran-chan? ¿Ranma?”
Ranma parpadeoì de regreso al mundo de los vivos, forcejeando una tos adulta para disimular su desvarío ante los ojos chispeantes de la muchacha: “Ya veremos Ukyo, todavía se trata de un plano.”
Ukyo asentoì y cuidadosamente recogioì el plano guardándolo en su cartera. Se volteoì para preguntarle a Ranma que tal le había parecido, pero el muchacho ya no estaba.
Lo buscoì con la vista pero no lo vioì en la pista de baile, ni tampoco en las mesas de billar o sentado entreteniendo a sus amiguitas de turno. Suspiroì algo decepcionada, y justo cuando mas embullada estaba.
«Y otra vez se me escapa de los dedos. Ranma ¿queì voy hacer contigo?»


Moose regresoì al Neko Café después de haber pedaleado Nerima entera huyéndole a la señorita Tsubaki, quien a pesar de pagar muy bien, tenia ideas un tanto espeluznante acerca de cómo tratar a los mensajeros.
Moose se tragoì su nuez de Adán y dioì gracias por estar vivo y a salvo. Estaba seguro que eso que la señorita Tsubaki le dejoì ver disimuladamente por debajo de la falda no estaba hecho para los ojos humanos. Moose estaba seguro que tenia pelo, y si los lentes no le fallaban hasta una boca.
Un escalofrío le surcoì la espalda al golpe de la memoria. Abrioì la puerta trasera del restaurante, arrastrando la bicicleta medio muerto. Solo deja que el inútil de Ranma aparezca, se las iba a cobrar todas juntas.
Se encontroì al susodicho limpiando diligentemente la alacena, mientras que Myagi tomaba nota de la reserva usada en el día.
“¿Qué hay de nuevo Moose? Oí que andabas de mensajero hoy, gracias por cubrir mi turno, Daisuke se enredoì con un tipejo y tuve que ajustarle un par de tornillos.”
Moose abrioì la nevera y sacoì una botella de te helado. “No creas que un gracias es suficiente Saotome. Hoy casi pierdo mi hombría con el alíen de Tsubaki, por alguna razoìn creyó que yo estaba interesado en ella. ¿Puedes creerlo? Como si a mi me gustaran los cajones con patas.”
Pero no solo Ranma le creía sino que además sus hombros convulsionaban en una risa a borbotones que no podía contener. La verdad le pegoì una bofetada y Moose no pudo hacer mas que señalar a Saotome con un dedo y soltar una encrucijada de palabrotas en chino. Ranma incluso se sentoì en el suelo doblado de la risa, y hasta el rostro de concreto del señor Myagi se arrugoì en la esquina de los ojos, divertido.
“¡Coìmo pudiste!”
“Fue sencillo, la verdad.”Confesoì Ranma enjugando una laìgrima de risa. “Tsubaki me confesoì que tenia una cuenta en Cupido punto com, pero que hasta ahora nadie le había contestado, y yo solo le deje saber tu ficha, después de todo los dos son solteros y en busca de compañía, y como te ves tan mono con los lentes de contacto.”
“¡Yo no tengo ninguna ficha en Cupido punto com!” Vociferoì Moose, completamente sonrojado, aunque eso explicaba las fotos de eìl que Tsubaki tenía pegada a la pared.
“Por supuesto que no, sexy_china_tiger2000.” Replicoì Ranma en un tono burloìn. Moose apretoì los puños hasta que no quedaba sangre en ellos, dispuesto a borrarle la risita bobalicona al otro.
“¡Vamos Ranma, te voy a machucar los huesos hasta que aprendas a respetarme!” Ranma tiroì la toalla con la que estaba limpiando los estantes a un lado y se encuadroì, sonriendo maliciosamente. El teléfono del mostrador dio un timbrazo, Moose lo ignoroì en favor de su inminente pelea con Ranma. Ambos midiéndose con la vista. Myagi se hizo a un lado y continuoì contando los ingredientes secos que tenían en el estante, muy pronto habría que ordenar algo de azafrán.
Moose tiroì un puñetazo como la mordida de una víbora pero Ranma lo esquivoì de un palmetazo. El teléfono sonoì otra vez. Moose dioì un paso al lado, rodeando su presa, midiendo la distancia y el momento, Ranma lo imitoì. El teléfono volvió a sonar. Myagi se volteoì hacia los sacos de harina y continuoì escribiendo cuentas en el papel. Ranma pegoì un puñetazo que Moose atrapoì con la mano aprovechando el segundo en la defensa abierta para asestar un gancho por el estoìmago, pero Ranma lo esquivoì con un paso atrás y con un movimiento gelatinoso liberoì su muñeca del puño de Moose asentándole una trompada en el poìmulo derecho. Moose se tocoì ligeramente el cachete. Le dolía.
El teléfono sonoì otra vez.
Lleno de ira se lanzoì sobre Ranma como una avalancha el cual le vino al encuentro y súbitamente recibioì un trapazo en la cara, mientras que Ranma inadvertidamente se derretía al suelo.
“Moose, ve y contesta el teléfono.” Le ordenoì Myagi en su voz monótona. Moose parpadeoì anonado; se le había olvidado que el viejo contuso estaba allí. Ranma aun no se incorporaba del suelo, aunque hacia esfuerzos herculeanos. Sin chistar salioì de la cocina y chequeando que la vieja Cologne no estaba se deslizoì por encima del mostrador y tomoì el teléfono, entrelazando el índice en el cable: “Neko Café, este es Moose. ¿En queì puedo ayudarle?”
Una sonrisa triunfal se deslizoì en el cause de su boca. Myagi salioì de la cocina, tableta bajo el brazo y lo miroì fijamente: “¿De quieìn se trata?”
“Ah, nadie importante, solo uno de los acreedores de Ranma que espera se le pague su deuda.” Y aun con la sonrisa diabólica en la cara llamoì a Ranma a gritos. Myagi solo se limitoì a enarcar una ceja: “Tuì sabes lo que haces.” Y se encaminoì escaleras arriba en busca de Cologne.

“Maldita mierda.” Farfulloì Ranma arrastrándose como lagarto por el piso de la cocina, hasta que sintioì el mar de hormigas que la circulacioìn sanguínea le provocaba en las piernas. El viejo Myagi era muy perspicaz, demasiado en la modesta opinioìn de Ranma, y aunque aparentaba ser un viejo cincuentón, con ojillos adormilados tras parpados pesados por la vejez, tenia la destreza de un mozo de veinte y la rapidez suficiente como para tocarle los puntos de inmovilización en un centello usando el lápiz con el que escribía.
“¡Saotome, teléfono!” Le escuchoì gritar a Moose por segunda vez. Incorporándose en sus pies con la ayuda de la meseta, Ranma dioì un pasito adelante. Ya podía caminar sin que sus piernas desfallecieran bajo su peso.
“¡Ranma! ¿queì demonios estas haciendo?”
“¡Ya voy, maldita sea, ya voy!” Mas confiado salioì de la cocina dándole un puntapiés a la puerta y se quedoì algo extrañado. Moose estaba demasiado contento. Mecía las piernas como una colegiala, y enredaba y desenredaba el índice en el cable del teléfono.
“Vete a volar ganso.” Le dijo arrebatándole el auricular. Moose ni siquiera protestoì. Saltoì con aires de trapecista y aterrizoì un par de pies lejos de eìl. “¿Quieìn es?” Le preguntoì, pero Moose solo sonrioì glotonamente y se sentoì en una de las sillas como una tiñosa. Ranma lo dioì por incorregible.
“Ranma aquí.”
“Saotome, es Akane.” Las piernas se le aflojaron de nuevo, y Ranma tuvo que sostenerse del mostrador. Con razoìn Moose estaba tan contento. Se volteoì hacia el muchacho, tapando el auricular para que Akane no le escuchara: “Esta me la vas a pagar, ganso.”

Shampoo se tornoì bocarriba sobre la cama, cubriéndose el rostro con el arco de su antebrazo. Abandonados en el suelo estaba su tomo de Marketing, el libro de relaciones puìblicas, maìs un par de libretas abiertas con trazos de su caligrafía mitad china, mitad japonesa.
Dejoì escapar un suspiro cargado de preocupacioìn.
En parte la abuela tenía razón en reprocharle su comportamiento con Ranma, pero es que la abuela había vivido demasiados años y probablemente ya se había olvidado de lo terco que podía ser un corazoìn joven enamorado.
Se volteoì en su estoìmago, meciendo las piernas distraídamente mientras que una zapatilla amarilla colgaba precariamente de la punta del dedo gordo. Se incorporoì en la cama y estiroì un brazo para tomar una foto en sepia que teniìa sobre el tocador junto con las de su madre y las de sus hermanas.
Estaba algo rugosa, y el papel se había tornado amarrillo cerca de las esquinas quejumbrosas. Era una foto de mujeres vestidas a la antigua con armazones sobre sus hombros, rodillas, y corazas de metal sobre su pecho. Unas llevaban espadas de doble filo en la mano, otras lanzas con plumas en las puntas y las de la hilera del frente portaban arcos sobre sus espaldas.
En el medio de la foto, y como si se tratase de una imagen montada, estaba el rostro de Shampoo. El mismo cabello claro, el cual ella podía adivinar era lila como el de ella a pesar de los colores monocromáticos de la foto, trenzado a un lado del hombro. Una expresión serena en el rostro, y una flor en la sien.
Se trataba de la aldea de mujeres en la que su abuela había crecido. Una aldea que nacioì en el seno de una montaña en épocas de guerras, como las flores silvestres que emergían entre las rocas filosas de un precipicio.
La aldea albergaba mujeres naufragas de la guerra: viudas, huérfanas, deshonradas, y una que otra alma encabritada que no aceptaba el yugo de un matrimonio.
La abuela solía contarle a Shampoo historias de la aldea, y de cómo se les enseñaba el arte secreto del wushu para defender su territorio de las guerrillas contra la nueva ola de comunismo que batia sobre la tierra. Pero no siempre era hostil contra los hombres. En muchas ocasiones, uno que otro grupo de rebeldes llegaba a la aldea pidiendo asilo para sus heridos, quienes eran tratados con respeto.
Entre ellos estaba el abuelo de Shampoo, quien a pesar de que fue un amor fugaz en la vida de Cologne, dejoì tras de si un recuerdo impermeable que a pesar de las tantas lluvias, todavía lograba que la abuela suspirara.
De la aldea no quedoì más que el recuerdo y el pequeño artículo en un periódico antaño donde las llamaban las Amazonas de la China. El articulo las titulaba como mujeres rebeldes, tercas, con ideales genocidas para con la humanidad, profanadoras de la fundacioìn de la sociedad: la familia.
Pero por los cuentos de la abuela, Shampoo las imaginaba como madres, hermanas y amigas.
La foto que Shampoo tenia, se la regaloì la madre de Moose que era tambieìn una amazona. A diferencia de Cologne quien solo creía en el presente y consideraba que la memoria era suficiente para albergar recuerdos, la madre de Moose añoraba los instantes mas felices de su vida, y antes de morir, le regaloì la foto a Shampoo diciéndole que a pesar del carácter de su abuela, en el fondo sabia que ella tambieìn soñaba con el pasado.
Pero Cologne la llamoì debilucha. Una verdadera amazona tenia que levantarse de su miseria y abrir su propio camino. Defender la aldea fue la tarea que se le encomendoì a Cologne cuando era joven porque era lo que en aquel momento se vivía, ahora era no eran tiempos de tirar lanzas e ir de casería, eran tiempos donde la mujer tenía que hacerse de un lugar en la sociedad creada y mantenida por hombres:
“Es momento para un nuevo tipo de Amazonas.” Le dijo la abuela a Shampoo cuando esta a penas tenia once años y practicaba wushu a escondidas de su madre y su padrastro. Por eso fue que Shampoo se inscribioì en el torneo provincial de wushu sin decirle nada a su madre hasta que el titulo de campeona nacional era suyo, y por eso se fueì con la abuela al campeonato internacional de Artes Marciales en Tokio, Japoìn, donde se ganoì una beca para estudiar Administración Empresarial una vez que saliera del preuniversitario.
Shampoo se sabía la uìltima Amazona.
Con reverencia dejoì la foto sobre la cómoda, y se sentoì en la cama. Fue en el torneo internacional donde conocioì a Ranma.
Por aquel entonces ya asomaba rasgos de su carácter narcisista a pesar de que era más bajito que la mayoría de los participantes, pero la estatura no era impedimento para eìl. Se movía con una liquides envidiable. Tenia un control sobre su cuerpo imposible de imitar, pero sobre todas las cosas, disfrutaba de lo que hacia.
“Hace mucho tiempo que no veía a un artista marcial desenvolverse tan bien en combate” Le dijo la abuela una vez durante el torneo. “Presta mucha atencioìn Shampoo, porque de niños como esos se hacen las leyendas.”
Ranma ganoì el titulo de Campeón Internacional de Artes Marciales en la divisioìn masculina. Durante la ceremonia, Shampoo sintioì en su pecho algo que no podía describir, excepto que la resolucioìn de ganar el primer lugar en la categoría femenina se enraizó con mas fuerza en su ser.
Ella iba a ganar ese titulo, y solo ella caminaría hacia Ranma triunfante.
Sabia que la miraba, porque era difícil pasar desapercibidos rasgos tan exóticos como los de Shampoo, por eso se esmeraba en ser tan fluida como eìl.
Fue entonces que por el audio escuchoì el nombre de su oponente por el titulo Nacional.
Tendo Akane, representando la escuela de Estilo Libre Tendo.
Le parecioì extraño que compartiera la misma escuela de Ranma, por lo que se volteoì hacia eìl creyendo que a lo mejor se trataba de un pariente; pero los ojos intensos de Ranma no eran dirigidos para una prima o una hermana.
Sino para alguien completamente diferente.
Apretoì los puños violentamente. Se tornoì hacia su rival quien recibía abrazos y porras de un grupo de mujeres sonrientes.
Akane Tendo era una muchacha delgada, de facciones delicadas con ojos chocolate demasiado intensos para su complexioìn fina. Se mostraba orgullosa, segura de si misma, infranqueable y su cabellera azul medianoche, larga hasta la cintura, danzaba a su alrededor en una cola de caballo sujeta por una cinta.
Shampoo jamás había sentido celos de nadie, y mucho menos de alguien tan ordinaria. No sabia cual era la coneccioìn entre Ranma y Tendo, pero de algo si estaba segura. Cualquiera que fuera los sentimientos que el muchacho albergaba por su contrincante, no eran correspondidos.
Akane ni una sola vez, durante todo el partido le prestoì atencioìn a Ranma.
Shampoo se levantoì de la cama. Amonestándose por haber perdido tanto tiempo contemplando ridiculeces como esas. Lo que importaba ahora era que Ranma estaba con ella, y que Akane se había marchado de Nerima. Con algo de determinacioìn Shampoo lograría erosionar la memoria de Akane, hasta que su recuerdo no fuera nada más que un grano de arena en un desierto.
Pero primero tenia que ajustarle las cuentas a su prometido, porque el hecho de que portara privilegios no le daba el derecho de perderse y costarle dinero al restaurante. Negocios son negocios despueìs de todo.
Bajoì las escaleras, y se detuvo en el descaso porque le parecioì que Ranma estaba discutiendo con alguien. No alcanzoì a escuchar toda la coversacioìn pero sonaba grave.
“¡NO TE ATREVAS A COLGARME! A MI NADIE ME DEJA CON LA PALABRA EN LA BOCA, ME ESCUCHAS ENGREIDA!”
Shampoo fruncioì el entrecejo y descendioì los pocos peldaños que le quedaban. Moose se volteoì hacia ella y algo como regocijo cruzoì su rostro, pero no era la devocioìn habitual sino mas bien un pellizco del cachete izquierdo, seguido por el eclipse de los ojos como alguien que sabe un secreto y no tiene reparos en hablar.
Shampoo sintioì un apretoìn en su pecho.
“¿Con quieìn hablar Ranma?” Le preguntoì al muchacho encorvado sobre el mostrador con el teléfono aun en la mano.
“Ah, Shampoo, Ranma estaba hablando con…” Se apresuroì Moose en aclarar.
“¡Nadie importante!” Interrumpioì este. Asegurándose de que Moose entendiera que no iba a permitir inocente deslices, acto seguido colgoì el auricular y tomando su chaqueta abandonada sobre el espaldar de una silla se encaminoì hacia la puerta.
“¿A dónde ir Ranma?” Se adelantoì Shampoo. “Tuì y yo tener importantes cosas de que hablar.”
“Ahora no Shampoo. Mañana hablaremos.” Y con eso cerroì la puerta tras de si acompañado por el tintineo del cascabel.
“¿Con quieìn estaba hablando Ranma, Moose?” El aludido se volteoì hacia la cocina, marchando como soldado con aires de haber ganado una batalla.
“Ranma te lo dijo, nadie importante.” Y la puerta se cerroì tras de eìl dejando a Shampoo sola con la incertidumbre.
Vaciloì por un segundo antes de tomar el teléfono, marcar el nuìmero de la operadora y pedirle agradablemente si podía comunicarle con el nuìmero que segundos atrás la había contactado.
Le escuchoì dar un par de timbres cuando una voz dulce contestoì: “Gracias por llamar a la residencia Tendo- Tofu, en estos momentos no estamos en casa así que deje su mensaje y nuìmero de teléfono y lo llamaremos cuanto antes. Si desea matricular en la escuela de Estilo Libre, por favor contacte Akane al celular…”
Shampoo empotroì el auricular en la base. Su espalda escrispada de la ira y los brazos tensos como cables. Deja que Ranma regrese, solo deja que se aparezca delante de ella con su acto inocente.

La noche lo envolvioì en un fresco abrazo cargado de aromas. Ranma, manos en los bolsillos de su chaqueta, caminoì cuesta abajo hacia el reparto de edificios un par de cuadras despueìs del puente. De todas las personas que podrían llamarle, jamás creyó que ella lo hiciese.
Cinco años desde la uìltima vez que la vio frente a eìl exigiéndole que firmara el papel. Aquella vez Ranma le arrebatoì el documento de la mano y le dijo que solo cuando ella encontrara alguien mas fuerte que eìl le firmaría su libertad. Desde entonces parte de eìl se estremecía cada vez que uno de los prometidos venia a retarle. ¿Y si encontraba a alguien mas fuerte que eìl? ¿Y si un día el se viera derrotado, ridiculizado ante ella?
Pero muy pronto se dioì cuenta que la princesa lo estaba usando para deshacerse de los monigotes que su padre le asignaba; y por cada imbeìcil que tocaba la puerta de su casa, mas prepotente se hacia su ira, hasta que el solo recuerdo de ella lo llenaba de rencor.
Exhaloì un suspiro y porque el piso parecía nublarle el pensamiento, pegoì un salto a su derecha apoyándose de un poste telefónico y se encaramoì en el muro que encercaba un patio privado. Continuoì su marcha hacia uno de los edificios con franjas naranjas, saltando fácilmente de muro en muro.
Sintioì crujir un pedazo de teja color terracota que adornaba el borde de uno de los muros y volteoì el rostro hacia la propiedad para asegurarse de que nadie lo había visto. Un golpe de nostalgia le irioì el pecho ante la majestuosa presencia de un dojo. Se detuvo un instante a contemplar los arcos del tejado, los pisos de madera escrupulosamente limpios y las puertas de papel. A un costado estipulaba en perfecta caligrafía: Dojo de Artes Marciales Caligráficas.
Descendioì del muro con un salto ligero y continuoì caminando.
Solo la posa de carpas japonesas quedaba de lo que hace cinco años atrás fuera el dojo Estilo Libre de los Tendo.

Ranma levantoì la vista al quinto balcoìn y silboì impresionado. Por lo visto su querida madre había estado experimentando con plantas otra vez por lo denso del follaje que parecía desbordarse del mismo.
Palpoì su bolsillo trasero en busca de la llave, pero al igual que su billetera que cada vez que estaba vacía se perdía, no pudo encontrarla. «Bueno, no hay de otra» Se dijo a si mismo estirando las piernas en un banco, y luego de dar un par de saltitos en el lugar, pegoì uno mas grande hasta alcanzar el segundo balcoìn, luego era una cuestioìn de aguantarse de la baranda, levantar su peso y seguir escalando. Cosa fácil para alguieìn de su calibre.
Se abrioì paso entre la maraña de plantas y abrioì la puerta del balcoìn que daba a su antiguo cuarto. Nadie mas se atrevería a dejar una puerta abierta con tantos delincuentes sueltos, pero nadie mas era un obeso maestro del Estilo Libre, como lo era Genma Saotome, o heredera de una técnica de kendo letal usada en la Era Meije como lo era Nodoka Saotome.
Se sentía algo extraño entrar en su antiguo cuarto donde todas sus cosas estaban en el mismo lugar, pero la misioìn de Ranma no incluía añoranza por el pasado, ni por el dichoso póster de Pamela Anderson que su madre le colgoì en la pared porque era cosa de hombres tener fotos de mujeres con pechos en los que podías ahogarte. Aunque Ranma nunca puso peros al respecto, era una bonita vista desde su cama…
Abrioì la puerta del closet y se agachoì para tener mejor alcance. Debajo del tatami, había un hueco que el usaba para guardar sus secretos. No se trataba de revistas de porno, porque su madre las compraba y se las ponía en una gaveta de la mesita de noche. Estos secretos eran vulnerabilidades suyas que no se atrevía a compartir.
Con cuidado levanto el tatami, y sacoì un tubo plástico con una tapa de goma, como los que usan los dueños de museos para transportar lienzos, y se sentoì en el suelo.
Dentro estaba el dichoso contrato que unía a las familias Saotome y Tendo con el propósito de vincular dos estilos de combate. En una clausura escrita en letras microscópicas al final del pergamino estaba la anulación del mismo documento que necesitaría la firma de ambos para hacerlo obsoleto.
Ranma trazoì la firma de Akane con el índice, sintiendo todo su despecho en la misma, y como si le quemara la piel enrolloì el papel, lo guardoì en el tubo, cubrioì su escondite y se levantoì del suelo, guardando el tubo en un bolsillo interno de su chaqueta.
Estaba en camino hacia la sala para despedirse de su madre, cuando Genma Saotome se atarugoì en la puerta con una toalla estilo turbante en su cabeza y otra peligrosamente corta esforzándose por mantenerlo decente. Ranma le miroì de lado por encima del hombro, porque le era imposible maniobrar con su padre atascado a su lado.
“¿Qué pasoì con la dieta, pa?”
“Tu madre me tiene a base de sopa de vegetales.” Contestoì este tratando de safarse de la puerta.
“Tal parece que has estado engullendo bollos rellenos en la esquina, ¿no es cierto?” Ranma logroì escabullirse por debajo de la axila de su padre saliendo disparado como un corcho al pasillo. Sonrioì divertido. “Hasta luego pa, y no dejes que ma se de cuenta o amenazaraì a todo el que te venda comida.”, pero antes de que se marchase, Genma lo tomoì de la muñeca portando un rostro grave.
“Ranma, ¿todavía te aferras a ese papel? ¿Qué no te vasta con tener a una sexy extranjera que te lo da todo en la boca?” Ranma liberoì su mano, dándose cuenta que el tubo de plástico sobresalía por encima de la chaqueta.
“El contrato es mi problema, y no dejes que madre te escuche hablando así de las extranjeras.” Dioì la media vuelta y se encaminoì hacia la sala donde su madre veía una telenovela. Le dioì un beso juguetoìn en la frente y salioì por la puerta de la calle.

Daisuke tenía todas las intenciones de escapar del mundo y entregarse a los brazos comprensivos de un sueño forzado. El problema era ese irritante tip, tap, top, contra el cristal de su ventana. Abrioì un ojo por debajo de la inmensa almohada con la que tenia la cabeza cubierta y se levantoì de sopetoìn cuando vio el pedrusco negro que amenazaba con romperle la ventana, pero que resulto ser una bola de fango.
Indignado abrió la ventana de un tajo dispuesto a gritarle un par de groserías a quien fuera que estaba molestando a esa hora de la noche.
Ranma le esperaba sonriente sentando en una banca. Iluminado como el angelito que era por la lámpara de la calle: “Hey Daisuke, ¿queì haces en casa tan temprano? Viìstete que nos vamos.”
«Oh, es solo Ranma.» Daisuke inclinoì medio pecho fuera de la ventana y tomoì aire:
“¡Maldito hijo de perra! ¿Con queì cojones te atreves a tocarme la puerta?”
“Es la ventana, Daisuke.” Contemploì Ranma divertido por la inusual ira en la cara de su colega.
“ ¡La ventana mis bolas, le debo mil pesos al bestia de Shinnosuke, y ¿ por queì preguntas?, por la morena malas pulgas que recogiste en la tienda de discos, eso sin contar que no puedo poner un pie en el Alegre Armadillo gracias al hueco que le abriì a una mesa de billar, y para colmo de males la rubia cuerpo de goma esa casi me ahorca con las piernas y mi novia, con la que llevo tres años me vio en el forcejeo y le ha parecido que yo andaba poniendo un nuìmero sesenta y seis con la bruja esa y en puìblico!”
Ranma rioì de buena gana: “Daisuke, aquí tienes por tus problemas.” Le interrumpioì lanzándole al muchacho un rollo de papel que este agarroì en el aire. Daisuke, no del todo convencido abrioì el papel y escuchoì cantos de ángeles a su espalda. No puede ser. Dos boletos para el estreno de la película de Jet Lee, ¡y en la mejor sala del cine! Se le aguaron los ojos de la emocioìn.
“Feliz cumpleaños. ¿Qué tal si nos vamos a celebrar? Tuì estas soltero, yo estoy soltero, ¿Qué mejor ocacioìn?”
“Eso suena tan gay que mejor me largo antes de que me enganchen otro cartelito. Y no creas que te he perdonado.”
“¿Y ahora quien suena gay?” Ranma sonrioì divertido, mientras que Daisuke desaparecía detrás de la ventana.
“Vete a cagar pelo, Saotome.”
Había sido una buena idea ir en busca de Daisuke en vez de irse solo a un bar, al menos su amigo le levantaría los ánimos, si tan solo contándole de sus desvaríos. Dentro de la chaqueta aun podía sentir el pliegue del pergamino. ¿Por qué no lo firmaba de una buena vez? ¿Por qué no se deshacía del pedazo de papel de una vez por todas? Después de todo nunca le gustoì la gracia de sus padres de maniobrarle la vida por control remoto.
La puerta central del edificio se abrioì con un graznido mohoso. Daisuke aparecioì ataviado en una camisa Hawaiana y shorts. Ranma no tenía palabras, así que aleteoì las manos en interrogante.
“Ni creas que me voy a poner mi mejor ropa sabiendo que terminaremos la noche en una riña tumultuaria.” Ranma se encogioì de hombros, desinteresado y emprendioì su marcha hacia el distrito comercial. Daisuke apresuroì el paso para no quedarse atrás.
“¿A dónde vamos?” Preguntoì por costumbre. Ranma lo miroì con el rabito del ojo.
“Al Alegre Armadillo.” Daisuke frenoì su paso como si hubiese colisionado con una pared invisible.
“¿Estas demente o te fumaste un cabo?” Ranma apretoì el paso.Viendo que no era broma, Daisuke se adelantoì trotando y preguntoì: “¿Y quieìn va a pagar los tragos?”
Ranma se encaramoì en la cerca lejos del alcance de su amigo entrelazando los brazos tras de si.
“Tuì por supuesto, esos boletos no fueron baratos, ¿sabes?” En realidad habían sido una propina que una señora de dudosa reputacioìn le había dado en una de sus entregas, pero mientras Daisuke no lo supiera.
Daisuke dejoì escapar un suspiro de resignacioìn y tomando el liderazgo cruzoì la calle encaminándose al este del bar. Ranma se detuvo por un segundo antes de bajar de la cerca y seguir a su amigo a una distancia prudencial, por si acaso.
“Ni tuì ni yo tenemos dinero, asi que tendremos que buscar a alguien que lo tenga.” Viendo que su pellejo estaba a salvo, Ranma trotoì hasta alcanzarlo. “¿En quieìn estas pensando?”
“Hiroshi es el primero.”
“Creí que estaba en la universidad. ¿Ya regresoì?”
“Me llamoì hace un par de días, no había pasado a visitarte porque ya sabes como es su madre.” Ranma rioì por lo bajo recordando a la señora que aun trataba a su hijo universitario como si estuviese en pañales.
“Luego pasaremos por Gosunkugi.”
“¿El tipo paliducho que siempre andaba con muñequitos de trapo?”
“Si. Aparentemente su tienda de artes oscuras hace muy buen dinero, deberías aplicar por la posicioìn de asistente.”
“Lo que necesita es una novia.” Afirmoì Ranma con aires sabiondos. Daisuke le miroì de reojo.
“Porque ya todos sabemos que bien te ha ido con las mujeres.”
“Al menos no me faltan pretendientes.” Replicoì ofendido. Daisuke se llevoì la mano al cuello donde tenia una pelota de músculos montados gracias a la rubia. Eso sin pensar que todavía le debía mil yens al dueño del Alegre Armadillo por la mesa de billar. Cortesía de la morena.
“Y la mayoría son locas, desbocadas, culecas como gallinas en celo, caprichosas, travestí y sabe Dios que otro problema patológico. Mirándolo bien, la única que era mas o menos cuerda, y aun así se mandaba un genio de mil demonios era Akane. Coìme dejaste que se escapara es la pregunta del milenio.”
Ranma le pasoì de largo, manos en los bolsillos de la chaqueta. Daisuke se detuvo por un momento, dándose un palmazo en la frente por idiota. ¿Cómo se le había olvidado?
“Daisuke, apura el paso o te dejo atrás.” El muchacho se prometioì no volver a mencionar aquella que no se podía nombrar si tan solo le fuera a garantizar una velada tranquila.
Pero hace mucho debioì aprender que en cuestiones referentes a Ranma, veladas tranquilas eran un portento.


Hiroshi fue el único del grupo de los tres delincuentes del preuniversitario que entroì a la universidad de Tokio para estudiar psicología. Daisuke estudiaba ingeniería en una escuela técnica por las noches y trabajaba por las mañanas en un almacén de piezas de electrodomésticos, y Ranma vagaba en una nebulosa, sin ninguìn indicio de querer encaminar su vida en alguna direccioìn predeterminada. Lo mejor que un artista marcial podía aspirar en estos días era montar un dojo, o trabajar en películas de accioìn. Y ya que Ranma perdioì el primero por la falla de su compromiso con la menor de los Tendo, solo le quedaba la segunda opcioìn, pero Ranma tenia el talento dramático de un rábano, y Hiroshi no podía descifrar por lo mas sagrado en el mundo por queì razón Daisuke traía puesta la peluca rojiza mas fea que jamaìs hubiese visto, acompañados por un par de cejas robustas, mientras que Ranma se escondía tras un par de espejuelos de armadura gruesa de carey.
“Se trata de un papel para una telenovela de samuráis.” Adivinoì por enésima vez. Daisuke atravesoì los ojos y se rascoì la cabeza. Sabe Dios de donde Gosunkugi sacoì el estropajo de cocina ese al que llamaba peluca. La idea era disfrazarlo a los dos para no levantar sospechas, pero ¿por queì razón tenia que ser eìl el que usara las cejas postizas?
“¡Ya seì, es la comedia romántica del escolar miedoso que se enamora del profesor de anatomía!” Ranma soltoì una carcajada estruendosa, mientras que las cejas robustas de Daisuke se unían en una sola línea mortificadas.
“¡Hiroshi!” Pero este se estaba riendo a la par de Ranma. Daisuke tratoì de buscar un aliado en Gosunkugi pero este pareciìa estar en un trance. Refunfuñando para si, tomoì la jarra de cerveza y bebioì de ella. No era justo que esos dos se burlaran de eìl cuando Gosunkugi no servia ni para hacer bulto.
“Mira Hiroshi, ¿ahora a quieìn te recuerda?”
“Oh, Oh, ya seì, ya seì. No me lo digas, no me lo digas que ya seì.”
“¡Acaba de decirlo hombre!” Farfulloì Daisuke. Ranma enjugoì una laìgrima de risa y se levantoì de la mesa en busca de mas cerveza, pero las piernas no le respondían y se movían como si quisiesen desprenderse de su cuerpo y caminar por si solas. «Debo estar borracho» Pensoì divertido y se encaminoì hacia la barra tambaleándose.
Tropezoì con un hombrecillo encorvado dentro de un chaleco de piel de camello, derramando su trago sobre la barra.
“Oops, lo siento.” Le dioì un par de palmaditas al hombro, tomando la banqueta a su lado. El hombrecillo pidioì otro trago, mientras que el barman secaba la barra.
“¿Tienes con queì pagar esta ronda?” le preguntoì el barman al muchacho de coleta de cerdo despueìs de poner cuatro botellas frente a eìl. Ranma las tomoì por el cuello con facilidad: “Ponlas en la cuenta de Gosunkugi, esta noche le toca a eìl”
“Con que acostumbras a achacarle tus deudas a otros, ¿no es cierto?” La pregunta provino del hombrecillo encorvado. Era una voz penetrante que le molestaba a Ranma.
“No veo de que manera te incumbe.” El hombrecillo se volteoì hacia eìl. Tenia una cara chata con un par de bigotes mas felinos que humanos y unas cejas prominentes.
“Ah, disculpe, solo pensaba en voz alta.” Ranma sonrioì y se bajoì de la banqueta no sin antes aclararle al hombrecillo: “Bebe tu trago y no te metas en asuntos que no te convienen.” Acto seguido se encaminoì hacia su mesa repartiendo botellas para cada uno.
El hombrecillo sonrioì detrás de su vaso. «Por supuesto» y aprovechando que el barman se ausentoì por un momento sacoì una canequita de su chaleco y vertioì el liìquido en el vaso, mirando como se aclaraba paulatinamente.
Ranma estaba molesto. El hombrecillo ese le erizaba la piel. Dispuesto a no dejarle arruinar su noche enfocoì todos sus sentidos en tomarse la cerveza, después de todo, hasta Gosunkugi había despertado de su momentánea invernacioìn.
Hiroshi y Daisuke comparaban notas en mujeres, preguntándole a Ranma su opinioìn cada vez que no coincidían. Ranma respondía con un hmm cada que otro segundo incluso cuando Hiroshi le preguntoì si usaba calzoncillos con dibujos de pokemon. Dándose por vencidos, y prefiriendo dejarlo que resolviera su problema por si mismo, ambos muchachos continuaron hablando de chicas, hasta que el inocente de Gosunkugi tocoì la nota prohibida.
“Para mi la mas linda de todas era Akane Tendo.” Daisuke y Hiroshi se congelaron en espera de la reaccioìn de Ranma para con el pobre idiota que se había atrevido a profanar suelo sagrado. Pero no hubo explosiones nucleares, ni miradas de rayos láser como esperaban. Ranma solo se limitoì a mirarlo de lado, apoyando la mandíbula en su mano derecha, desinteresado.
“¿Tuì crees?” Gosunkugi asentoì con firmeza. Ranma se estiroì en la silla, balanceándola en las patas traseras encaramando las piernas sobre la mesa. “Supongo que para un tipo como tuì, Akane parecería una diosa. No te niego que es agradable a la vista, pero deja mucho que desear si la comparas con muchachas como Shampoo, o incluso Ukyo.” Toda nocioìn de que Ranma finalmente había sobrepasado su problema con la menor de los Tendo se esfumoì de la mesa cuando sacoì de su chaleco un tubo plástico muy familiar. “¿Ves esto? Ese es el contrato que su familia firmoì para que me casara con ella.” Gosunkugi estiroì la mano para comprobarlo por si mismo, pero Ranma se le adelantoì con una sonrisa en la cara. “Ah, si quieres esto tendrás que vencerme en combate Gosunkugi. ¿Quieìn sabe y a lo mejor te deje ganar para que te cases con Akane, no te gustaría eso?” Rioì divertido, para luego enderezar la silla de un golpe y clavar sus pupilas en Gosunkugi. “Pero eso seria darle en la vena del gusto y no qui e ro. ¿Entendiste?”
Daisuke miroì a Hiroshi y ambos acordaron lo mismo, ya era hora de llevarse a Ranma a su casa, antes de que fuera peor.
“Vamos Ranma, ya es tarde y mañana tienes que levantarte temprano.” Ranma sacudioì la mano de Hiroshi y se cruzoì de brazos petulante, retándolo hacer algo al respecto.
“¿Sabes? Para alguien que dice que no le interesa la muchacha, actúas como un hombre celoso.” Todos menos Ranma se tornaron hacia el hombrecillo en el bar. “Tal parece, y esto es solo mi opinioìn, que estas despechado porque no te corresponde. Es algo patético, pero todavía eres un chiquillo. ¿Qué mas se puede esperar?”
Hiroshi sintioì la risa depredadora a través de la mano apoyada en el hombro de Ranma y la apartoì como si le quemara. Ranma se levantoì y se encaminoì hacia el bar, recostando la espalda en la barra cruzando los brazos: “Creí que te había dicho que no te metieras en mis asuntos. Por lo visto no te importa que te zarandeen un poco.” El hombrecillo levantoì la vista y sonrioì: “¿Estaba hablando en voz alta otra vez?”
Ranma lo agarroì por el cuello del chaleco forzándolo a mirarlo de frente. Fue entonces que sintioì su pecho empapado y el vaso vacío en la mano del hombrecillo.
“Oops, lo siento. Déjame que lo seque.”El hombrecillo pasoì una mano sobre el pecho de Ranma dejando un rastro de tinta negra sobre su camisa favorita. El muchacho de la coleta de cerdo reparoì en el daño y sonrioì divertido.
“Tal parece que lo que quieres es una golpiza, pues ni modo.” Le pegoì un puñetazo en la mandíbula que lo dejoì tendido en el suelo convulsionando. Daisuke y Hiroshi se aventaron sobre el hombrecillo, en caso de que hubiese que llamar una ambulancia. Ranma a su vez maldijo entre dientes. Esa era su camisa favorita, y el tipejo ese se la había manchado de algún tipo de bebida.
Detraìs del bar había una llave de agua que eìl podía usar para aminorar el daño. Asegurándose que el barman estaba ocupado ayudando a Daisuke, se deslizoì por debajo de la tabla del bar y abrioì la puerta que daba al almaceìn donde descargaban los camiones de licores. Dioì un par de pasos en la oscuridad hasta que dioì con la salida, pero justo cuando tratoì de girar el llavín lo golpeoì una oleada de cólicos.
La puerta cedioì bajo su peso, dejándolo caer en la acera. Ranma se encorvoì en un ovillo suprimiendo los espasmos. Logroì arrodillarse, vomitando desmedidamente. El dolor le venia en oleajes y a pesar de que su cuerpo parecía hervir, sudaba frío. Todo parecía moverse a su alrededor y una peste a carne podrida le asqueaba.
Por un par de minutos tuvo paz, y aprovechoì para recostarse contra la pared del edificio. ¿Qué demonios había en esa cerveza?” No podía sentir las piernas, ni los brazos, a penas podía mantenerse despierto. Dioì gracias a la brisa fresca de la noche que le abrazaba la cara, hasta que el olor repugnante de minutos atrás le revolvioì el estoìmago otra vez. Seguro que algo se murioì en el cesto de basura.
Súbitamente abrioì los ojos y miroì a la izquierda donde el cesto de basura estaba. El aire provenía de su derecha, por muy apestoso que fuera era imposible que el olor le llegara puesto que el aire lo alejaba de si. Tratoì de pararse pero las piernas le fallaron, sus instintos le gritaban que había algo fuera de lo comuìn. Escuchoì una risita maliciosa y otra vez los cólicos lo doblegaron. Esta vez también ardía su pecho, como si alguien hubiese quemado la piel con un hierro incandescente. Sintioì unos pasos, y una figura se acuclilloì delante de eìl sonriendo diabólicamente.
Era el mismo hombrecillo del bar enfundado en las sombras de la noche. ¿Pero si lo había dejado en manos de Daisuke minutos atrás?
“¿Quieìn demonios eres?” Demandoì Ranma. El hombrecillo pegoì su rostro cerca del muchacho. Ranma notoì que la peste emanaba de eìl como un vapor venenoso. “Para ti niñato, soy mala suerte.” Acto seguido desaparecioì como un vapor condensado en la noche. Lo uìltimo que Ranma recordoì antes de perder el conocimiento era lo extraño que se movían los músculos de su cuerpo.
Como si se estuvieran transformando.